Víctor Álvarez R. / Premio Nacional de Ciencias
Un eventual escalamiento del conflicto bélico entre Israel e Irán representa una amenaza de cierre de los corredores de transporte marítimo por los que pasa más del 40 % de la producción mundial de petróleo y pone en riesgo la seguridad energética de EEUU y la UE. Una vez investido como presidente de los EEUU, Donald Trump dijo: “Probablemente vamos a dejar de comprar petróleo a Venezuela, no necesitamos su petróleo, tenemos 50 veces más que ellos. Es una locura lo que estamos haciendo”. Pero hay poderosas razones técnicas, económicas y hasta geopolíticas que dificultan tomar esa decisión, y a continuación vamos a analizarlas y explicarlas.
Si bien es
cierto que EEUU se convirtió en uno de los principales productores de petróleo
gracias a la tecnología del fracking, ese petróleo liviano no es el más
adecuado para buena parte de las refinerías estadounidenses que fueron
diseñadas para procesar los crudos pesados venezolanos. Mantener las
operaciones de fracking requiere precios superiores a 60 $/b para cubrir los
altos costos y ser rentables. Si los precios caen por debajo, a EEUU le
resultará más barato importar petróleo que consumir el propio. Y los precios
pueden caer si se pone fin a la guerra en Ucrania y se conjura la amenaza de un
conflicto bélico entre Israel e Irán. Por lo tanto, no se trata de que EEUU
produzca mucho petróleo que haga prescindible el petróleo venezolano, sino de
restricciones técnicas y económicas que dificultan la sustitución de los crudos
pesados venezolanos por los crudos livianos y de alto costo del fracking.
Por otra parte, las reservas estratégicas de petróleo
de EEUU se han consumido para evitar una presión de demanda que incremente los
precios. Una de las promesas electorales de
Trump fue recuperar el nivel de la Reserva Estratégica de Petróleo a 700
millones de barriles (MMB). Para lograrlo necesita inyectar 320 MMB. Comprar
semejante cantidad presionaría al alza los precios del petróleo, cuestión que
daría al traste con otra promesa electoral de Trump de reducir los costos de
los combustibles y la energía. La producción de petróleo en EEUU gira en torno
a los 13 MMBPD. A ese ritmo, sus reservas durarían 6,4 años. Si EEUU consume
diariamente casi el 20% de la demanda global y Venezuela tiene casi el 20% de
la reserva mundial, a EEUU le conviene recuperar el suministro del petróleo
venezolano. De hecho, según el Departamento de Energía, las reservas subieron
de 346 a 380 MMB a partir de octubre de 2023, cuando Chevron recibió una
licencia para reactivar sus operaciones en Venezuela, pero las cuantiosas
reservas de petróleo que subyacen en el suelo venezolano solo podrán extraerse
sin se levantan las sanciones.
En definitiva, en el actual escenario bélico, la seguridad energética
global necesita un respaldo preventivo. A fin de asegurar el suministro del petróleo venezolano, Trump puede
negociar licencias petroleras a cambio de deportaciones masivas de migrantes. Maduro ha hablado de un nuevo comienzo, le está diciendo a Trump: vamos
a sentarnos a fumar la pipa de la paz y a negociar. Mantener las licencias petroleras a fin
de sostener la recuperación económica del país, reducir la diáspora y lograr el
retorno masivo de migrantes venezolanos será mutuamente beneficioso para EEUU y
Venezuela.
La pregunta
es: ¿Estará Trump dispuesto a una
negociación directa con Maduro para alinear la flexibilización de las sanciones
con los intereses de seguridad energética, migratorios y geopolíticos de EEUU? A pesar de que en su primer gobierno Trump apostó a
derrocar a Maduro a través de una política de máxima presión y sanciones económicas, éstas no dieron resultados y lanzaron a Venezuela
a la órbita de los rivales geopolíticos de EEUU. Inconforme con ese
desenlace buscará resultados diferentes y por eso se espera que en su segundo
mandato haga las cosas de otra manera.
En Venezuela,
un cambio político en paz nunca se producirá desde afuera sino desde adentro. Pero
necesita una oposición que -en las próximas elecciones parlamentarias, de
gobernadores y alcaldes- pueda construir una posición de fuerza que sea reconocida
y respetada por las fuerzas armadas y policiales. En vez de invocar salidas
insurreccionales, tiene que negociar mejores condiciones electorales para capitalizar
el descontento nacional, acumular fuerzas y recuperar espacios de resistencia y
lucha institucional.
Trump no podrá optar a un tercer mandato, pero a Marco Rubio su
designación como Secretario de Estado le brinda la oportunidad de proyectarse
como un estadista con amplias competencias diplomáticas. Pero si fracasa en una
política de máxima presión y no logra forzar un cambio en Cuba, Nicaragua y
Venezuela, esto truncaría su carrera presidencial. A las ambiciones
presidenciales de Rubio le puede resultar más seguro y conveniente lograr
acuerdos con esos regímenes que han demostrado tener una extraordinaria capacidad
para resistir y sobrevivir. Por lo tanto,
no se descarta que Trump promueva una negoción
directa con Maduro y le encargue al mismísimo Secretario de Estado esa misión,
cuyos resultados Marco Rubio podría
capitalizar electoralmente en las Presidenciales de 2028, si logra controlar el suministro del petróleo venezolano, resolver
el problema migratorio y alejar la influencia rusa e iraní del hemisferio. Licencias petroleras a cambio de la deportación de migrantes venezolanos
en EEUU es lo que viene.
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