viernes, 22 de octubre de 2010

¿Qué es una Revolución?

Por definición, una Revolución es un proceso de transformación rápido y profundo, no un largo y extenuante camino de ensayo y error que erosiona el entusiasmo y la confianza de la gente. En la práctica, su lento y zigzagueante avance, lejos de significar su fracaso, pone en evidencia la complejidad de las transformaciones que impulsa. Por la trascendencia de sus objetivos se abre paso con dificultad ante la resistencia que opone el viejo orden y lo complejo que implica construir el nuevo. Una Revolución humanista es esencialmente pacífica y democrática. Si responde a la violencia lo hace, no porque esa sea su naturaleza, sino para defenderse de las agresiones de quienes intentan derrocarla.
Por eso no basta con ganar elecciones: hay que terminar de controlar el poder para ponerlo al servicio de las transformaciones económicas y sociales que se le prometieron al pueblo. Nada es más importante para una Revolución verdadera que honrar sus compromisos y satisfacer las expectativas creadas por ella misma. Cuando los problemas no son resueltos mientras las élites burocráticas disfrutan los privilegios del poder, los pueblos tarde o temprano se levantan: primero en las urnas y luego en las calles. Una Revolución no puede dejar de avanzar y tiene que mostrar una creciente acumulación de cambios económicos, sociales, políticos, culturales, deportivos, etc. que, al consolidarse en el tiempo, le van dando forma a la nueva sociedad de justicia, igualdad y libertad que prometió construir.
La grandeza de la Revolución Bolivariana no radica en lo que hasta ahora ha hecho sino en lo que pueda lograr. En los marcos de la abundancia rentista, hay que exigirle lo que potencialmente puede hacer. La inversión social de la renta petrolera ha permitido mejorar los indicadores sociales. Eso es necesario, más no suficiente. Aun queda pendiente erradicar las causas estructurales de la pobreza y la exclusión social. Una Revolución auténtica destruye el poder económico establecido y construye nuevas relaciones de poder a través de las cuales el pueblo organizado desplaza a las élites que lo explotan y oprimen. Su consagración histórica llegará cuando demuestre que el capitalismo si puede ser superado por el socialismo y que el pueblo organizado y preparado si es capaz de gobernar sin mediaciones de burócratas ni dirigentes. No hay justificación para hacer menos que eso.

viernes, 15 de octubre de 2010

¿Proletariado o “Pobretariado”: cuál es el sujeto social de la Revolución Bolivariana?

La Revolución Bolivariana triunfó con la promesa de convocar una Asamblea Nacional Constituyente que asumiera la tarea de redactar una nueva Constitución para refundar la República e impulsar un nuevo proyecto nacional que erradicara las causas estructurales del desempleo, la pobreza y la exclusión social.
Al calor de este proceso, una y otra vez se ha planteado la pregunta sobre ¿Cuál es la clase protagónica que impulsa y lidera la Revolución Bolivariana?, ¿Cuál es la clase social cuyo liderazgo convoca tras de sí el masivo apoyo social que se requiere para impulsar las grandes transformaciones que liberen a las grandes mayorías del desempleo, la pobreza y la exclusión social?. En otras palabras, ¿Cuál es el sujeto social que se convierte en la fuerza motriz de la Revolución Bolivariana?.
Más allá de la clase obrera
A mediados del siglo XIX, cuando Marx y Engels dedicaron todo su esfuerzo intelectual a estudiar, comprender y explicar la naturaleza del capitalismo, la clase social mayoritaria sobre la cual recaía el yugo de la explotación era, sin lugar a dudas, la clase obrera. En las condiciones del capitalismo industrializado de entonces, las largas jornadas de trabajo y el despojo que los trabajadores fabriles sufrían a manos de los capitalistas dejaban claro que la clase obrera estaba llamada a protagonizar y liderar la lucha por liberarse y a la vez liberar a toda la sociedad de los estragos del capitalismo salvaje. El crecimiento vertiginoso de los asalariados en la industria manufacturera y la intensa explotación de la que eran víctimas les convertía en la clase revolucionaria, llamada a ser la fuerza motriz impulsora de una nueva sociedad, libre de explotación y pobreza.
Eran los tiempos en los que el pujante capitalismo industrial se expandía a lo largo y ancho de Europa, derrotaba al feudalismo y barría con otras formaciones económicos-sociales precapitalistas para imponerse como el modo de producción predominante. Las jornadas de 12, 14 y 16 horas de trabajo diarias y las penurias que sufrían los obreros de la época generaban tal grado de descontento que anunciaba como inminente e inevitable el estallido de la revolución proletaria. En esas condiciones resultaba lógico que la clase obrera protagonizará las luchas por sustituir las relaciones de explotación por nuevas relaciones sociales de producción, basadas en la solidaridad y la cooperación.
En consecuencia, los desarrollos teóricos posteriores que orientaron la construcción del socialismo en el siglo XX partieron de los aportes pioneros de Marx, Engels y Lenin, generados a la luz del estudio de economías altamente industrializadas, con un proletariado fabril mayoritario que sufría las consecuencias de la explotación del trabajo asalariado, en los marcos de una economía signada por una creciente producción en serie, dedicada no solo al mercado interno sino cada vez más destinada a conquistar un creciente espacio en los mercados internacionales. Ante el recrudecimiento de las condiciones de explotación de las grandes masas de trabajadores, se fortaleció la organización política, obrera y sindical para protagonizar cruentas luchas por mejorar las condiciones de trabajo. Aquellos llamados a luchar por un mundo de justicia, igualdad y libertad fueron liderados por los trabajadores de las fábricas capitalistas.
Pero en el Siglo XXI, sobre todos en los países subdesarrollados con un pobre desarrollo industrial, la clase obrera no es la mayoritaria ni la que promueve e impulsa las grandes transformaciones políticas y económicas que se traduzcan en un beneficio para toda la sociedad. Por su parte, los sindicatos están más preocupados en conseguir reivindicaciones para sus agremiados que en la transformación revolucionaria de la economía y de la sociedad. El movimiento sindical se dedica a conseguir aumentos salariales y beneficios laborales, tales como seguros de hospitalización, cirugía y maternidad (HCM); bonos de alimentación o cesta-ticket; primas por hijo, dotación de útiles y uniformes escolares; bonos vacacionales, aguinaldos o pago de utilidades, etc. que son reivindicaciones muy importantes para mejorar la calidad de vida y el bienestar de los trabajadores, pero que van dejando de lado el interés y dedicación de los sindicatos en la transformación del capitalismo en un nuevo modelo productivo socialista en manos de los trabajadores directos.
Si bien es cierto que los obreros industriales se constituyeron en la clase social mayoritaria en los primeros países industrializados, particularmente en Inglaterra y Alemania que es dónde Marx y Engels concentraron su análisis, hoy en día la mayoría de los países industrializados de Europa y Estados Unidos reubican su industria manufacturera en China, India, Tailandia, Indonesia, Taiwán, Singapur y demás países de reciente industrialización en el sudeste asiático. Por si fuera poco, las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC) han desatado un intenso proceso de automatización y robotización que tiende a reducir aún más la cuantía de obreros fabriles. Surge una nueva realidad en la mayoría de los países capitalistas donde el sector servicios y las finanzas desplazan a la manufactura como el sector económico de más peso en la estructura del PIB y con mayor participación en el total de empleos, lo cual atiza el debate sobre cuál es la clase social revolucionaria, la promotora de las nuevas relaciones sociales de producción, el sujeto social de la Revolución Socialista en el siglo XXI.
El capitalismo rentístico venezolano
En las condiciones del capitalismo rentístico venezolano, que aprovecha la abundancia de divisas y la sobrevaluación del tipo de cambio para importar la mayoría de los productos industriales que se deberían estar fabricando nacionalmente, el desarrollo de la economía capitalista no se estructuró en torno a la actividad industrial sino alrededor de las actividades del comercio importador, los servicios y las finanzas. Por tal razón, el aporte de la industria manufacturera a la conformación del PIB apenas es del 15 %, cuando los estándares internacionales plantean que para que una economía sea considerada industrializada el aporte de la manufactura no debe ser menor al 20 %. En consecuencia, en la estructura social venezolana la clase obrera industrial nunca ha sido la más numerosa y ha carecido de una sólida organización revolucionaria que haya hecho sentir su liderazgo y protagonismo en el proceso sociopolítico venezolano.
En la tradición del pensamiento marxista, la clase obrera es la protagonista principal de la Revolución Socialista. Al declarase el carácter socialista de la Revolución Bolivariana la respuesta a las preguntas que antes dejamos planteadas tiene una enorme pertinencia y relevancia para comprender las particularidades de la construcción socialista en Venezuela. La respuesta que encontremos nos permitirá comprender si es viable una Revolución Socialista en una economía rentista con un precario desarrollado industrial y una clase obrera que no es precisamente la mayoritaria en la estructura social venezolana; en la que más bien predominan grandes grupos sociales en condición de desempleo, subempleo, autoempleo en el precario sector informal, así como los que están totalmente excluidos no sólo de la actividad económica y productiva sino también del disfrute de sus derechos sociales básicos de alimentación, salud, educación, vivienda, etc.
En Venezuela el intento por construir el socialismo tiene lugar en los marcos de un capitalismo rentístico importador, caracterizado por su bajo grado de industrialización, con casi el 50% de la población económicamente activa laborando por cuenta propia en el sector informal en actividades de subsistencia. Esta compleja problemática es muy diferente a la que los clásicos del marxismo estudiaron y explicaron en su obra y plantea interrogantes teóricos muy diferentes sobre cuál es la clase social protagónica, el sujeto social de la Revolución Bolivariana.
Neoliberalismo, demolición de los aparatos productivos y extinción de la clase obrera
Con la caída del socialismo soviético el capital global vivió su momento estelar. En los años noventa parecía que no había alternativa al capitalismo. El socialismo real se caía a pedazos y su fracaso se debía a que no había sabido interpretar y responder a las más sentidas demandas y aspiraciones de las grandes mayorías. Las intentos por construir el socialismo en el siglo XX quedaron sepultados bajo las ruinas del Muro de Berlín y el desmoronamiento del bloque socialista de Europa oriental. En esas circunstancias, la lucha entre capital y trabajo encontró un contexto abiertamente favorable a los dueños de los medios de producción. La neutralización y desmembramiento de los sindicatos permitió congelar la contratación colectiva e imponer contratos “basura”, sin mayores prestaciones ni beneficios laborales. Eran tiempos en los que proliferaba la prolongación de la jornada laboral sin pago de horas extra, así como la tercerización o subcontratación y la sobreexplotación del trabajo infantil y femenino. El neoliberalismo había golpeado con toda su fuerza a la clase obrera, haciéndola retroceder en sus conquistas laborales, desmovilizándola y reprimiéndola violentamente. Los flagelos del desempleo, la pobreza y la exclusión social que sufren las grandes mayorías comenzaron a engendrar nuevos protagonistas y sujetos sociales que irrumpen en la escena con todo su descontento y malestar para plantear la necesidad de un cambio radical que los libere del hambre, las enfermedades y penurias que padecen.
En la Venezuela de los años noventa, las políticas neoliberales basadas en la apertura comercial indiscriminada que barrió con buena parte del aparato productivo interno, la eliminación de controles a la inversión extranjera, la privatización de empresas públicas y la reducción del tamaño del Estado, la poda brutal de las nóminas de funcionarios públicos y la flexibilización de las condiciones de despido significaron la demolición del aparato productivo interno y con ello la destrucción masiva de millares de puestos de trabajo y la precarización de las condiciones laborales. El otrora obrero industrial, portador de las nuevas relaciones sociales de producción y llamado a promover el cambio revolucionario y la revolución socialista se había convertido en una especie en extinción.
El sujeto social de la Revolución Bolivariana
En efecto, las políticas neoliberales provocaron la desindustrialización de la economía venezolana. Millares de puestos de trabajo fueron destruidos y el creciente número de desempleados comenzó a alimentar el sector informal y a recrudecer el drama de la pobreza y la exclusión social. El desmantelamiento de las políticas públicas de apoyo a la actividad del campo agravó la migración de la población rural, empeorando la problemática social en los barrios marginales y cordones de miseria en las ciudades más importantes del país. El violento retroceso y pérdida de importantes conquistas de los trabajadores que impuso el capitalismo salvaje de aquellos años marcaron una desesperante realidad en la que las luchas del pueblo no eran precisamente para construir el socialismo -que acababa de ser derrotado en la Unión Soviética y Europa oriental-, sino por la mera y simple sobrevivencia.
En la Venezuela de fines del siglo XX, los niveles de desempleo, pobreza y misería se había disparado y las condiciones laborales y de subsistencia eran cada vez más adversas. Los “privilegiados” que podían conseguir un empleo en el devastado aparato productivo que dejó la barrida neoliberal estaban indefensos y sometidos a condiciones de superexplotación. Mientras que los desempleados, los autoempleados en el sector informal y los excluidos de la actividad productiva se convirtieron en el sector mayoritario de la población económicamente activa. La población en condiciones de pobreza y pobreza extrema no dejaba de crecer. La herencia que recibió la Revolución Bolivariana fue una tasa de desempleo que oscilaba entre 14 y 16 %, un elevado sector informal que llegó al 52.7 %, el porcentaje de personas pobres superó el 50 % y los hogares en condición de pobreza extrema llegaban al 25%.
¿Proletariado o “Pobretariado”?
En esas nuevas circunstancias, ¿Cuál era, entonces, el sujeto social llamado a impulsar y liderar el cambio de las relaciones de producción en Venezuela?. ¿Cuál es la clase social promotora de esa acción transformadora en lo político, económico y social?. ¿Es viable una revolución socialista en un país con bajo grado de desarrollo industrial y una clase obrera minoritaria y desorganizada?. Son preguntas que se le hacen a la teoría marxista, no para cuestionar o negar su validez y vigencia, sino sencillamente para enriquecerla y desarrollarla a la luz de los sucesos que dieron al traste con el socialismo soviético y los nuevos fenómenos del capitalismo neoliberal y globalizado de hoy y las condiciones histórico-concretas en las que de desarrolla la Revolución Bolivariana.
Para responder a estas preguntas comencemos destacando que, con la destrucción acelerada del aparato productivo interno, el neoliberalismo agudizó los flagelos del desempleo, la pobreza y la exclusión social con lo cual gestó y aceleró el surgimiento de nuevos sujetos sociales que alteraron el mapa de actores sociales y políticos en Venezuela.
En efecto, las masas empobrecidas y excluidas que protagonizaron los sucesos del “Caracazo” el 27 de febrero de 1989, justamente como respuesta al programa de ajuste neoliberal que para entonces se aplicó; la juventud militar que el 4 de febrero de 1992 se rebeló contra la corrupción y los terribles flagelos sociales del neoliberalismo; los “encapuchados” de la Universidad Central de Venezuela y otras universidades del país que semanalmente protestaban contra la privatización de la educación universitaria; los movimientos vecinales que levantaron su grito de protesta contra la inflación, el acaparamiento y la especulación a lo largo y ancho del todo el país; las dramáticas y conmovedoras movilizaciones de pensionados y jubilados; los vendedores ambulantes o “buhoneros”, así como los índigenas que en su necesidad de sobrevivencia tomaron las calles de diferentes ciudades del país, son expresiones concretas del germen de nuevas fuerzas sociales descontentas y potencialmente revolucionarias, cuya característica común era la de ser víctimas del capitalismo salvaje y de sus inhumanas políticas neoliberales que las excluían, no solo de su derecho al trabajo por la quiebra del aparato productivo interno, sino también de la salud, la educación y demás derechos sociales básicos.
En estas circunstancia, el sector social mayoritario en el que se fue acumulando un creciente descontento, detonante del estallido contestatario y revolucionario, pasó a ser –como lo denominó Frei Betto- el “pobretariado”, entendido éste como ese amplio y creciente movimiento de masas cada vez más empobrecidas, compuesto por un número cada vez mayor de desempleados, subempleados, buhoneros o vendedores ambulantes y trabajadores por cuenta propia, sin seguridad social ni beneficios laborales, y por la inmensa marea de excluidos de toda actividad económica y productiva. Esa creciente masa empobrecida resultó ser el caldo de cultivo, el verdadero fermento en el que surge y se agiganta el descontento que finalmente estalla y se convierte en la inspiración y fuerza impulsora de la Revolución Bolivariana.
Sobre la base de estos hechos concretos es que nos atrevemos a afirmar que en Venezuela no es la clase obrera –aquella que en el auge del desarrollo capitalista industrial del siglo XIX se convirtió en la fuerza social más numerosa y poderosa y en la cual los clásicos del marxismo reconocieron la histórica tarea de impulsar, protagonizar y liderar la transformación revolucionaria del capitalismo explotador y depredador por la nueva sociedad socialista solidaria y humanista-, el sujeto social que inspira, impulsa y lidera la Revolución Bolivariana. En Venezuela estamos en presencia, entonces, del surgimiento de un nuevo sujeto social que, sin lugar a dudas, es el gran protagonista y razón de ser de la Revolución Bolivariana.
¿Revolución Socialista sin liderazgo de la clase obrera?
Mientras haya hambre, pobreza y exclusión social en la faz de la tierra el ideal de la construcción socialista siempre estará vigente. Lo que no podemos seguir afirmando en el siglo XXI es que el proletariado industrial sigue siendo la única clase social explotada y mayoritaria, el protagonista y líder principal de la transformación revolucionaria de la sociedad y de la construcción del socialismo venezolano.
Cualquiera puede considerar este planteamiento como una herejía, una blasfemia, un ataque revisionista a la tradición del pensamiento marxista. Pero es que hace más de diez años el propio Fidel Castro se preguntaba: “¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta clase obrera -en el sentido marxista del término- tiende a desaparecer, para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase revolucionaria?”
La tradición marxista argumentó que los obreros industriales son quienes crean la riqueza de la cual son despojados por el capitalista. Por ser la clase mayoritaria y explotada era la llamada a impulsar y liderar la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista en una nueva sociedad socialista. Pero la devastación económica y social del propio capitalismo neoliberal que antes describimos, ha alterado de tal manera las fuentes del descontento social que en la actualidad son los excluidos de la actividad productiva, los que no son asalariados y por lo tanto ni siquiera llegan a ser explotados, los que no producen riqueza, el sector donde subyace el mayor potencial de transformación revolucionaria de la sociedad. La imposición de las políticas neoliberales fue generando tales consecuencias sociales que transformaron aquella marginalidad dispersa y minoritaria en el rasgo esencial y mayoritario del capitalismo salvaje. No se trata ya de casos aislados de mendigos, indigentes y pordioseros sino de una creciente población que carece de las condiciones básicas y elementales para sobrevivir.
Si bien el “pobretariado” no está empleado en ninguna empresa mercantil y, por lo tanto, su lucha no tiene como contrario directo al capitalista que lo explota o al jefe déspota que lo maltrata, esto no quiere decir que se haya debilitado o extinguido la contradicción antagónica entre explotadores y explotados. La lucha de clases cobra una nueva dimensión que va más allá de los conflictos obrero-patronales tradicionales y pasa a ser una confrontación del “pobretariado” contra toda la lógica explotadora, depredadora e inmoral del sistema capitalista, generador de desempleo, pobreza y exclusión social. Esto tiene su complejidad, toda vez que es más fácil que el obrero identifique como explotador al capitalista que le niega aumentos salariales y lo somete a extenuantes jornadas de trabajo, en comparación con la situación del buhonero o vendedor ambulante que trabaja por cuenta propia, que no tiene patrón porque él es su propio jefe y, por lo tanto, siente que no es explotado por nadie. Solo a partir del fortalecimiento de la conciencia del “pobretariado” y de su organización como fuerza social transformadora es que se puede convertir su descontento y malestar en un verdadero potencial de transformación revolucionaria de la sociedad capitalista. Ese “pobretariado” disperso, sin mucha cohesión como clase social, sin mayor interés por la política, ocupado más bien en lograr su subsistencia, es el verdadero sujeto social de la Revolución Socialista en el siglo XXI.
En la comprensión profunda de esta nueva realidad reside justamente la lucidez, claridad y visión del Comandante Chávez, quien supo superar las limitaciones de una izquierda atrapada en su dogmatismo, rigidez y falta de creatividad y reconocer en esa enorme masa desempleados, pobres y excluidos al pueblo humilde y sufrido y visibilizarlo como el verdadero sujeto social de la Revolución Bolivariana, la cual triunfa precisamente con la promesa de erradicar las causas estructurales del desempleo, la pobreza, la miseria y la exclusión social.
Pero sea la clase obrera explotada por el patrón capitalista con nombre y apellido o sean las grandes masas excluidas y empobrecidas por el sistema capitalista en general, en definitiva será el pueblo unido el que finalmente impulse la rueda de la historia y profundice la Revolución política, social y económica que en el país ha comenzado. De allí la radicalización sostenida de la Revolución Bolivariana, la cual comenzó con una crítica al neoliberalismo para plantear más tarde la inviabilidad histórica del sistema capitalista y declarar luego el carácter socialista de la Revolución Bolivariana como un proceso de transformación política, social y económica que tiene su razón de ser, su gran inspiración, en las grandes masas de desempleados y excluidos de la actividad económica, los cuales viven sumidos en condiciones de pobreza y miseria extrema. Éste es, sin lugar a dudas, el verdadero sujeto social de la Revolución Bolivariana.

martes, 5 de octubre de 2010

¿Ser gobierno o tener el poder?

Aunque la Revolución Bolivariana barrió con los viejos partidos que habían secuestrado los poderes públicos, aún tiene pendiente superar lo que queda del marco legal y del entorno institucional que fue creado para favorecer a poderosos grupos de interés en contra de los intereses del pueblo.
No basta con decir que se ha conquistado el poder político cuando todavía se mantiene buena parte de la inercia del viejo aparato estatal heredado de la IV República. La construcción de un auténtico poder popular pasa por la destrucción de la ineficiente pero aun vigente estructura del Estado burocrático, la cual se mantiene al amparo de la rutina y viejas prácticas que en muchos casos se han recrudecido y agravado.
Las tensiones entre el burocratismo y las nuevas formas de poder popular en desarrollo aún no han sido resueltas. Enfrentar las desviaciones que aún persisten en los poderes públicos, desconcentrar y traspasar al pueblo el poder represado en ministerios, gobernaciones y alcaldías y, sobre esta base, profundizar el poder popular a través de la consolidación de los Consejos de Fábrica, de los Consejos Comunales y de las Comunas es una de las grandes tareas planteadas en la construcción del socialismo venezolano.
La sustitución completa del Estado burocrático por un nuevo Estado revolucionario tiene que ser uno de los objetivos cardinales de la fase socialista en la que ha entrado la Revolución Bolivariana. Y no se trata de destruir completamente el Estado de un día para otro sino de comprender las condiciones necesarias que deben cumplirse para lograr su extinción. Basta mirar la pretensión de la principal potencia imperialista de instalar bases militares en países cercanos para entender el enorme papel que aún tiene que jugar el Estado en la defensa de la soberanía nacional.
Profundizar la Revolución Bolivariana implica terminar de erradicar las condiciones que facilitan la explotación del ser humano y resolver la contradicción entre la naturaleza social de la producción y el carácter privado de la apropiación de los medios de producción y de los excedentes. Esto pasa por derrotar a los viejos y nuevos grupos de poder económico que pugnan por monopolizar los incentivos públicos para apoyar la actividad productiva y reorientar los mismos a favor de una nueva economía comunal en manos de los trabajadores directos y la comunidad.

lunes, 4 de octubre de 2010

La burocracia y el secuestro de la propiedad estatal

La tendencia a la burocratización del Estado tiene sus síntomas en el creciente dominio de una poderosa minoría que logra controlar los puestos claves de mando para disfrutar así de perversos privilegios, los cuales logran transformar y mantener a lo largo del tiempo como si fueran derechos adquiridos.
La esencia del burocratismo consiste en la preservación de un modelo organizativo y funcional del Estado que permite la entronización de un poderoso sector privilegiado que logra capturar el control de los poderes públicos para ponerlos al servicio de sus objetivos personales, grupales y corporativos. A diferencia de los auténticos servidores públicos, a los burócratas -tan pronto han sido designados-, se le sube el cargo a la cabeza y se creen por encima de la sociedad a la que deben servir. Son trepadores y arribistas, cazadores de cargos públicos por medio de los cuales van tejiendo su funesta estructura de poder.
El burocratismo como burguesía funcional
El burocratismo se apropia de una parte importante del ingreso generado por el resto de la sociedad a través de: elevados sueldos en comparación con el resto del funcionariado mal pagado, primas de jerarquía, bonos especiales, gastos de representación, viajes y viáticos internacionales, asignaciones de lujosos vehículos con chofer y escolta, suntuosas viviendas, onerosos teléfonos, etc. Por si fuera poco, abusan de sus posiciones de poder a través de las nefastas prácticas del nepotismo, tráfico de influencias, cobro de comisiones, testaferros, amiguismo y compadrazgo.
Mientras se mantengan las condiciones para que los viejos y nuevos grupos de poder económico ejerzan su influencia para absorber y monopolizar los incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, asistencia técnica, etc. que facilita el Gobierno para apoyar la actividad económica y productiva, se mantendrán las condiciones que operan como un caldo de cultivo para reproducir y extender el pernicioso fenómeno de la burocratización y el burocratismo.
Aunque la Revolución Bolivariana barrió con los viejos partidos que habían secuestrado los poderes públicos, aún no ha concluido la transformación radical de las condiciones que permiten la reproducción del burocratismo. Por eso, no basta con decir que se ha conquistado el poder político cuando todavía se mantiene buena parte de la inercia del viejo aparato estatal heredado de la IV República, el cual no solo está vivo y se resiste a perder sus privilegios, sino que en muchos casos se ha recrudecido y agravado.
Estado burocrático vs Estado comunal
Las tensiones entre el Estado burocrático y las nuevas formas de poder popular en desarrollo aún no están resueltas. Enfrentar las desviaciones que aún persisten en diferentes niveles de los poderes públicos, desconcentrar y traspasar a los trabajadores directos y a la comunidad organizada el poder represado en empresas públicas, ministerios, gobernaciones y alcaldías y, sobre esta base, profundizar el poder popular, es un reto que se ha planteado el Gobierno Bolivariano.
Con este fin, la Comuna está llamada a asumir la labor diaria de administrar los recursos públicos, desarrollar la nueva legislación y construir un modelo productivo de amplia y creciente participación y control popular. Pero para eso, la proliferación de ministerios y entes del Estado tendrá que abrirle paso a otros esquemas organizativos y funcionales para el diseño y ejecución de las políticas públicas, de tal forma que quienes ejerzan estas responsabilidades no sean burócratas indolentes e incompetentes, sino auténticos representantes del pueblo, elegidos por los trabajadores y miembros de la comunidad.
Una Estado comunal significa una sociedad gobernada por sus trabajadores y por la comunidad, y no por la burocracia y la nomenklatura. Implica concentrar cada vez más poder político y económico en manos del pueblo y no en la burocracia estatal. Es así como a la larga se crearán las condiciones para la extinción definitiva del Estado burocrático y la consolidación de un auténtico poder político y económico en manos del pueblo, sin mediaciones burocráticas de ningún tipo.
Burocracia y secuestro de la propiedad estatal
Entre las duras lecciones que dejaron los intentos fallidos de construir el Socialismo en el siglo XX hay que recordar que el burocratismo, lejos de reducirse, por el contrario amplio su cobertura y se convirtió en un azote, dando origen a élites de poder cada vez más alejadas del sentir del pueblo. En su propósito de derrotar la pobreza y la exclusión social, en los países socialistas del bloque soviético se estatizaron prácticamente todos los medios de producción. En nombre de eliminar la explotación del trabajo asalariado y asegurar la inversión social de las ganancias, se procedió a expropiar la mayoría de los medios de producción y distribución. Esto derivó en:
• Un capitalismo de Estado que ahogó el espíritu emprendedor y las capacidades creadoras del pueblo, criminalizó la iniciativa empresarial y frenó el desarrollo de las fuerzas productivas, generando una permanente escasez, racionamiento y especulación de los productos que se requieren para satisfacer las necesidades básicas y esenciales de la gente.
• Entronización de poderosas élites de la burocracia estatal y la nomenklatura partidista que, en la práctica, derivaron en una burguesía funcional; castas explotadoras que se apropiaron de parte importante del plustrabajo social, ya no por el imperio de la propiedad privada sobre los medios de producción, sino por los privilegios asociados a los altos cargos que disfrutaban en el entramado del Estado.
• Decepción y pérdida de la confianza de las grandes mayorías explotadas y oprimidas con su dirigencia política y sus gobernantes, así como una creciente crítica y rechazo a un modelo organizativo y funcional del Estado, mediatizado por un ineficaz burocratismo y creciente control del partido que invadió todos los campos de la vida social.
Tanto en el socialismo como en el capitalismo la propiedad estatal no es percibida como propiedad social, toda vez que termina siendo secuestrada por élites burocráticas que la administran con ineficiencia o como si de una propiedad privada se tratara. Estas prácticas desviadas y perniciosas causaron un creciente descontento social que dio al traste con la mayoría de los ensayos por construir el socialismo en la URSS y demás países del bloque “socialista” de Europa oriental.

viernes, 1 de octubre de 2010

El voto castigo: análisis crítico del 26-S y la tarea de la nueva AN

“Hay que aspirar a Papa para llegar a sacristán”. Para las elecciones del 26S el partido de gobierno se fijó metas muy altas en función de alcanzar la mayoría en la AN. El PSUV ganó 18 de los 24 estados, 56 de los 87 circuitos y 98 de los 165 diputados. Aunque no logró la mayoría calificada de 2/3 para aprobar leyes orgánicas o 3/5 para leyes habilitantes, obtuvo la mayoría absoluta, la cual es más que suficiente para sancionar el marco legal pendiente que permita desarrollar la CRBV y avanzar en la construcción de una sociedad libre de pobreza y exclusión social. El hecho de no haber logrado todas las metas planteadas no debe interpretarse como una derrota. Ya quisiera cualquier partido político, luego de once años de gobierno, mantener la mayoría absoluta en el parlamento.
La correlación de fuerzas en la nueva AN
La correlación de fuerzas es favorable al gobierno y despeja el peligro de sabotaje de la oposición a través de maniobras de voto censura al vicepresidente o ministros/as, para lo cual se requiere el voto de 3/5 partes de los diputados/as. Por si fuera poco, la participación de casi el 70 % de los electores registrados en el REP le confiere una sólida legitimidad a la mayoría absoluta del PSUV en la próxima AN. Y en caso de necesitar la mayoría calificada, la diversidad de fuerzas contradictorias que componen la MUD, más los dos diputados del PPT, le abren a la bancada oficialista un importante compás de negociaciones y potenciales alianzas, inaugurando así una nueva etapa en la que será necesario dejar de mandar para aprender a gobernar generando consensos y construyendo acuerdos.
De la victoria al triunfalismo
La clara victoria del PSUV no puede llevar a la obnubilación del triunfalismo que impide analizar de manera más clara y sensata los mensajes y advertencias que pueden quedar sumergidos en la euforia de la celebración. Sobre todo si tomamos en cuenta que así como los candidatos de la Revolución obtuvieron el respaldo de 5.433.040 votos, también concentraron el rechazo de 5.320.175 electores.
Está claro que la demora del CNE en anunciar los resultados se debió a lo reñido que resultó el escrutinio en muchos circuitos. En la mayoría de estos finalmente los candidatos del PSUV se impusieron por apenas un pequeño margen. Esta cerrada diferencia es justamente lo que explica por qué la oposición, una vez hecha la sumatoria nacional de sus resultados parciales, si bien acumuló casi el mismo número de votos que el PSUV, no logró un número equivalente de curules. Muchos de sus candidatos, aunque sacaron una alta votación, fueron derrotados por una pequeña diferencia. Pero lo que no queda claro es cómo en la Venezuela bolivariana y revolucionaria, donde no hay tantos capitalistas ni oligarcas -como una vez se lo dijera Fidel Castro al propio Chávez-, los candidatos de la oposición hayan acumulado una votación tan alta.
Los errores cometidos: revisión, rectificación y reimpulso
Un análisis más agudo de estos resultados obliga a preguntarse si los candidatos tenían un verdadero arraigo popular o fueron importados de otros estados e impuestos por la Dirección Nacional; si estamos en presencia de un pueblo plenamente consciente y comprometido o todavía hay mucho clientelismo político que superar; si el obligatorio “trabajo voluntario” al que fueron sometidos los funcionarios públicos fue causa de abstención electoral; si la gestión de gobierno ha sido todo lo eficiente que el pueblo exige; si la inflación, el desempleo y la inseguridad son un invento mediático o verdaderos problemas que causan estragos en la población; si la torpeza con la que se procedió a expropiar pequeños comercios familiares, cercanos a sitios históricos y plazas públicas, lejos de ser visto como una conquista popular fue interpretado, por el contrario, como una amenaza a la propiedad personal y familiar; si el caso de miles de contenedores de comida podrida, cuando el ingreso de muchas familias ni siquiera alcanza para comprar la canasta alimentaria, puso en bandeja de plata argumentos a la oposición para evidenciar la supuesta indolencia e incapacidad del gobierno; si el burocratismo, la incompetencia y la corrupción son calumnias de los enemigos de la Revolución o verdaderas prácticas perversas que están minando la fe, la esperanza y el entusiasmo de la gente; si es cierto que la abstención favoreció a la oposición o, por el contrario, muchos de los que antes votaban por los candidatos del gobierno esta vez lo hicieron por la oposición; si estos resultados son una manifestación de deslealtad y traición o una advertencia sobre muchas cosas que es necesario mejorar?
No seamos ingenuos. Cada vez que haya elecciones bajo las reglas de la democracia burguesa las transnacionales y sus socios nacionales explotarán al máximo nuestros errores para reconquistar el poder, imponer sus leyes al gobierno y descalabrar así la Revolución. El Socialismo de Allende perdió bajo las balas fascistas lo que ganó con los votos del pueblo y la Revolución Sandinista perdió en las urnas lo que ganó con la vida de millares de combatientes.
Las tareas de la nueva AN
Hasta ahora el socialismo venezolano ha sido esencialmente rentista. La mejora en los indicadores sociales y el cumplimiento anticipado de las metas del milenio ha sido gracias a la inversión social de la renta petrolera y no a la creación de nuevas relaciones económicas que aseguren una distribución progresiva del ingreso a favor de las grandes mayorías asalariadas que viven de un ingreso fijo.
Asegurar el carácter irreversible de los progresos en el campo social impone al Gobierno la necesidad de contar con un marco legal que le permita acelerar la creación de un nuevo modelo productivo de amplia y creciente inclusión social; fundamentado en el control de los trabajadores directos, de los consumidores y de la comunidad organizada sobre los procesos de producción, distribución y comercialización; y, a través del cual la mayor parte de las ganancias no se distribuya sólo como dividendos entre los accionistas, sino que un porcentaje creciente sea invertido como ganancia social, en función de resolver los problemas comunes de los trabajadores y la comunidad.
Más que reactivar la economía capitalista -que aún pesa el 70% del PIB- la prioridad del Gobierno será contar con nuevas leyes que le permitan reorientar los incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, capacitación de la fuerza de trabajo, asistencia técnica, etc. en función de promover una nueva economía social que elimine la explotación del ser humano, la depredación del ambiente y la degradación de los valores éticos y morales.
Con este fin, una de las leyes clave será la “Ley para la promoción y desarrollo de nuevas formas de Propiedad Social”, la cual es necesaria para delimitar los sectores económicos que el Estado se reserva por razones estratégicas, tales como petróleo, gas, industrias básicas, electricidad, telecomunicaciones, ferrocarriles, metros, puertos y aeropuertos. Al mismo tiempo, servirá para identificar los sectores en los que se estimulará y protegerá la economía social, particularmente los relacionados con las canastas alimentaria y básica, cuya producción debe quedar bajo el control de los trabajadores directos, los consumidores y la comunidad organizada. Esta ley también tendrá que dejar claro cuáles son los sectores en los que se permitirá y fomentará la inversión privada nacional y extranjera, siempre y cuando se comprometa con la construcción de un nuevo modelo productivo que erradique las causas estructurales del desempleo, la pobreza y la exclusión social.