lunes, 25 de abril de 2011

El socialismo rentístico

El impacto de la lógica explotadora del capital sobre el desempleo, la pobreza y la distribución regresiva del ingreso se ha visto compensado y, en gran forma encubierto, gracias a la inversión social de la renta petrolera que garantiza la gratuidad de la enseñanza primaria, media y universitaria; el acceso gratuito a servicios de salud; así como una abundante oferta de alimentos de calidad y buenos precios para la mayoría del pueblo trabajador.

El socialismo rentístico y la pugna por la distribución del ingreso
En las condiciones del socialismo rentístico, la lucha por una mejor distribución del ingreso no se dirige a lograr una mayor tajada del fruto del esfuerzo productivo, sino que se traslada a capturar la mayor parte de la renta petrolera. Su inversión social ha permitido compensar y encubrir una distribución regresiva del ingreso en el sector capitalista de la economía. Pero cuando el ingreso petrolero se derrumba, quedan al descubierto los potenciales conflictos distributivos entre capital y trabajo. En condiciones de restricciones económicas, es muy probable que se intensifiquen los conflictos obrero-patronales a través de reclamos, marchas, paros y huelgas para lograr una mejor distribución del ingreso generado al calor de su esfuerzo productivo. Y la rivalidad en la distribución del ingreso puede hacerse más cruenta si los precios del petróleo muestran un comportamiento errático y la economía no se reactiva y crece de manera estable y sostenida.

Lo que queremos dejar claro es que la mejora de los indicadores sociales tiene como fuente de financiamiento la inversión social de la renta petrolera y no los ingresos fiscales procedentes de los impuestos que pagan los sectores más ricos para ser redistribuidos a favor de los más pobres. No son los ricos los que financian con sus impuestos las Misiones Sociales del Gobierno Bolivariano sino que esto se hace a través de la renta petrolera, cuya inversión en alimentación, educación, salud, capacitación técnica, etc. contribuyó a desactivar la bomba de tiempo social que tanto preocupaba al capital y a crear mejores condiciones para la acumulación y valorización de la inversión privada, sin la amenaza de cruentos conflictos por parte de los trabajadores para lograr una distribución favorable del ingreso generado en los procesos productivos. Gracias a la inversión social de la renta petrolera, el capital encontró una fuerza de trabajo con mayor grado de instrucción, calificación y servicios gratuitos de educación y salud que estiran el salario real y reducen o postergan la presión de los trabajadores sobre sus patronos para lograr mayores aumentos salariales y beneficios laborales.

La política económica bolivariana reactivó la economía: lo que importa ahora es transformarla

Mientras el PIB estuvo creciendo, cada vez que el BCV publicaba su informe, se celebraba el acierto de la política económica y la fortaleza de la economía venezolana. Nunca se reparó en la naturaleza y calidad de ese crecimiento, razón por la cual se mantuvo la inercia de otorgar los incentivos públicos, sin aplicar ningún principio de reciprocidad a los beneficiarios. Pero al tomar conciencia de que gracias a estos generosos incentivos lo que más estaba creciendo era la economía capitalista y que la estructura del PIB se estaba tornando de mala calidad -con un creciente peso del comercio importador y los servicios financieros especulativos y de alto riesgo-, la respuesta a la recesión en la que ha entrado la economía venezolana ha sido la de afirmar y celebrar que lo que está cayendo es la economía capitalista, sin hacer nada para reactivarla. Pero en ninguna de estas celebraciones se han medido bien las consecuencias.

Ahora que la economía venezolana muestra nuevos signos de recuperación, hay que estimular el crecimiento y desarrollo de la economía social. Solo cuando el peso de esta última represente el 50 % o más del PIB total, podremos decir que se ha comenzado la transición hacia una nueva economía socialista en la que el trabajador asalariado se libere de la explotación del capital. Pero mientras el sector mercantil siga teniendo un peso mayoritario, la esencia del modelo productivo seguirá siendo capitalista, los trabajadores permanecerán explotados por el capital y se mantendrán y reproducirán las causas estructurales que generan desempleo, pobreza, desigualdad y exclusión social.

En adelante, no solamente hay que reactivar la economía, lo más importante es transformarla y así evitar la reedición de la experiencia vivida entre los años 2004-2009, cuando buena parte de los incentivos de política pública se destinaron a reanimar el aparato productivo existente, conformado mayoritariamente por empresas mercantiles con fines de lucro. Más que reactivar la economía que esencialmente sigue siendo una economía capitalista y aún pesa el 70% del PIB, la prioridad del Gobierno Bolivariano debe ser impulsar el crecimiento y desarrollo de una nueva economía social, popular y solidaria, en manos de los trabajadores directos y de la comunidad. Por eso, las ayudas públicas deben reorientarse para hacer posible un mayor crecimiento de la economía social. Igualmente, hay que cambiar su estructura sectorial para tener un PIB de mayor calidad y sustentabilidad que asegure la soberanía productiva del país. La agricultura apenas aporta el 5 % del PIB, cuando debería estar en al menos 12 %, si se quieren lograr los objetivos de seguridad y soberanía alimentaria; la industria apenas aporta el 15,28 % del PIB, cuando los estándares internacionales concuerdan que la manufactura debería contribuir al menos con el 20 del PIB para considerar que un país se ha industrializado y logrado su soberanía productiva.

La reactivación de la economía es un proceso que debe estar sincronizado con su transformación estructural. Pero esto no será consecuencia del libre juego de la oferta y la demanda. No será la mano invisible del mercado la que guíe este proceso llamado a sustituir el orden viejo, explotador del ser humano y depredador de la naturaleza, por un nuevo orden capaz de erradicar las causas estructurales del desempleo, la pobreza y la exclusión social. Se requiere una sabia y oportuna intervención de los poderes públicos. De allí la necesidad de reorientar a favor de la economía social los incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, capacitación de la fuerza de trabajo, asistencia técnica, etc. que hasta ahora han sido aprovechados fundamentalmente por la vieja economía capitalista que reproduce la explotación del ser humano, la depredación del ambiente y la degradación de los valores éticos y morales.

martes, 12 de abril de 2011

La maldición de la abundancia

Venezia había vivido de su trabajo. Se levantaba de madrugada a preparar la comida que llevaba a la oficina en una vianda y los fines de semana los dedicaba a lavar, plachar y poner en orden la casa. Veía películas y escuchaba conciertos en su habitación, porque sus modestos ingresos a duras penas alcanzaban para pagar las cuentas del mes.
Pero aquellas privaciones pronto cambiarían. Venezia recibió como herencia un apartamento que rápidamente alquiló en dólares a una compañía transnacional y así vio mejorar su calidad de vida gracias a esa inesperada renta. Dejó de vivir de su esfuerzo productivo y, en lugar de madrugar para cocinar el bocado de cada día, comenzó a frecuentar los mejores restaurantes de la capital. Contrató una mucama para el trabajo doméstico, se compró un carro último modelo, cambió los muebles, compró óleos y esculturas, acción en un club, resort en las Bahamas y hasta un BlackBerry con plan ilimitado como símbolo de su nuevo estatus. Tal fue el desenfrenado nivel de consumo de Venezia que ya la renta del apartamento no le alcanzaba para mantener al día sus deudas. Se retrasó en el pago de sus TDC, en la cuota del carro y hasta apareció en la lista de morosos del Condominio. Empezó a pensar en un plan de austeridad, en recortar gastos superfluos y volver a vivir de su esfuerzo productivo. Y cuando estaba a punto de aplicar sus severas medidas se le murió el padrino a Venezia. Pero esta vez el difunto no le dejó un apartamento sino un edificio. Se mudó al Pent House y así se olvidó de su plan de austeridad y de la promesa de vivir de su trabajo.

La historia de Venezia es la de Venezuela, un país que vivió de su esfuerzo productivo hasta que sobrevino la abundancia de la renta petrolera. Esta permite comprarle al resto del mundo lo que deberíamos estar produciendo con nuestro propio trabajo. Cuando el precio del petróleo perforó el umbral de los 100 $/b, creímos que nunca más bajaría. Pero estalló la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera. La economía mundial cayó en una profunda recesión y el precio se desplomó de 147 $/barril en julio de 2008 a solo 30 $ en enero del 2009. El sueño del rentismo petrolero se tornaba en pesadilla, el regresivo y antipopular IVA fue aumentado y hasta el bolívar fuerte fue devaluado durante dos años consecutivos para conjurar la crisis fiscal en puertas.

Las economías rentistas parecieran condenadas a la siniestra suerte de disfrutar de la abundancia cuando en otros países estallan crisis o guerras. El conflicto en Egipto y la amenaza de interrumpir el flujo de petróleo por el canal de Suez levantaron el precio por encima de los 100 $/barril. La invasión a Libia y la resistencia interna, harán de este nuevo auge rentístico un episodio prolongado. Por si fuera poca la renta petrolera que a lo largo de casi un siglo el país ha consumido, a Venezuela se le acaba de notificar una nueva herencia: posee las reservas de petróleo más grandes del mundo. En tales condiciones de abundancia, no hay mayores urgencias para impulsar el desarrollo de un sólido aparato productivo que permita sustituir importaciones o diversificar la oferta exportable. Vivir del caudaloso ingreso petrolero y no de su esfuerzo productivo pareciera ser la bendita maldición a la que estará condenada para el próximo siglo la Venezuela rentista, si no se procede a una profunda revisión y rectificación de la estrategia de desarrollo económico.

Actualmente en nuestro país, la voluntad política por construir una nueva sociedad no escapa a estas tensiones y contradicciones de la herencia rentista. Por un lado, se ha puesto en marcha una estrategia de desarrollo que prioriza lo social, fundamentada en la vieja idea de "sembrar el petróleo". En efecto, la inversión social de la renta petrolera es lo que ha permitido reducir de manera rápida y significativa los elevados niveles de desempleo, pobreza y exclusión social que hasta hace poco afectaban a un alto porcentaje de los venezolanos/as. Pero en el plano económico el fenómeno del rentismo se ha acentuado. El coeficiente de importaciones como porcentaje del PIB ha aumentado como nunca, mientras que el coeficiente de exportaciones no tradicionales -particularmente las agrícolas y manufactureras, están llegado a sus niveles más bajos en los últimos 25 años. De cada 100 dólares que percibe Venezuela 96 los pone el petróleo, exacerbando una cultura rentista que se expresa en el voraz afán de disfrutar de un ingreso que no es fruto del esfuerzo productivo. Todos exigen los dólares baratos de CADIVI, pero ninguno genera un solo dólar con su esfuerzo productivo, con sus exportaciones de bienes o servicios. Mayor expresión de la cultura rentista es difícil de encontrar.

La sobrevaluación del tipo de cambio -lo cual se expresa en un dólar oficial tan barato que se vende apenas al 50 % del precio que señala el mercado-, recrudece la cultura rentista. En la práctica, ese subsidio al dólar es un subsidio a las importaciones y un castigo a las exportaciones. Subsidiar al dólar significa subsidiar las importaciones. En otras palabras, vender un dólar barato significa abaratar las importaciones que compiten y desplazan la producción nacional. Por lo tanto, es la propia política cambiaria del gobierno la que acentúa esta propensión a importarlo todo, a gastar la renta petrolera comprándole al resto del mundo lo que deberíamos estar produciendo internamente con nuestro propio esfuerzo productivo.

De allí la importancia de una profunda revisión y rectificación de la política económica -particularmente de la política cambiaria, arancelaria y comercial-, para hacer posible la transformación del capitalismo rentístico importador en un nuevo modelo productivo capaz de sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable. Esto implica obviamente “sembrar el petróleo” en la mejora y ampliación de la infraestructura y servicios básicos que requiere la actividad productiva; pero también exige una mayor coherencia entre la política macroeconómica y las políticas sectoriales, sobre todo con el diseño y ejecución de las políticas industriales, agrícolas y mineras orientadas al desarrollo de un pujante aparato productivo, las cuales suelen verse mediatizadas y hasta anuladas por políticas cambiarias, monetarias y fiscales que suelen ser contrarias a la lógica de la actividad productiva.

Solo a partir de esta profunda revisión y rectificación de la política económica será posible reimpulsar un crecimiento económico de calidad, sustentado en los sectores de la economía real -en la agricultura, la industria y la construcción-, y no en el comercio, las importaciones o la actividad financiera y especulativa que hasta ahora han sido los sectores que apuntalan la economía nacional. Es por esta vía que podremos lograr los objetivos y metas de la soberanía alimentaria y productiva y conjurar así los inevitables traumas que siempre se presentan cada vez que ocurre un descalabro en los precios del crudo y los niveles de la renta petrolera se desploman.

Urge, entonces, una nueva política económica pensada y ejecutada para acelerar el tránsito de una economía rentista en una nueva economía productiva, bajo el control directo de los trabajadores, los consumidores organizados y de la comunidad, en función de desarrollar y fortalecer una nueva cultura basada en el valor del trabajo productivo, capaz de generar una creciente y abundante producción de los bienes y servicios que se requieren para satisfacer las necesidades básicas y esenciales de toda la población.

lunes, 11 de abril de 2011

Economía rentista y política industrial

La reactivación de la economía nacional no será gracias a la mano invisible del mercado sino obra de una sabia y oportuna actuación del Estado. Lograr y mantener la reactivación de la economía pasa por concentrar el impacto de los incentivos públicos en los sectores con mayor efecto multiplicador: los de más peso en la estructura del PIB que han sufrido una mayor contracción. En Venezuela, la manufactura es el sector que más aporta en la conformación del PIB (15 %) y es uno de los que más se ha contraído.

Luego de dos años consecutivos de recesión, la reactivación de la actividad productiva a lo largo y ancho del territorio nacional exige una profunda revisión y rectificación de la política económica. Más que medidas aisladas, se impone el diseño de una nueva estrategia económica que reimpulse y transforme la dinámica económica interna, en función de lograr los objetivos de la soberanía productiva.

Por su peso específico en el PIB, cualquier crecimiento o contracción de la industria repercutirá en la dinámica general de la economía y el empleo. La manufactura tiene un gran impacto sobre las cadenas productivas. Hacia atrás demanda materias primas a la agricultura, pesca, forestal, minería, etc. Hacia adelante ofrece bienes intermedios y finales para el desarrollo de otros sectores. Demanda también servicios de apoyo, agua, gas, electricidad, telecomunicaciones, financiamiento, infraestructura, redes de distribución y comercialización. Si crece la industria crecen también estos sectores.

Solo a través de un firme reimpulso a la industrialización transformaremos la economía rentista e importadora en un nuevo modelo productivo capaz de sustituir eficientemente el alto volumen de importaciones, diversificar la oferta exportable y ser cada vez menos vulnerables a los traumas que ocasionan los altibajos del ingreso petrolero. La recuperación del PIB recientemente anunciada por el BCV es una ocasión propicia para revisar la política económica, toda vez que ya no se trata solo de reactivar la economía sino de transformarla. En este sentido, las medidas que el Gobierno en adelante tome, deberán ir más allá de la simple reactivación económica para plantearse, fundamentalmente, la transformación de una economía rentista en un nuevo modelo productivo socialista.