viernes, 20 de noviembre de 2015

Pensar lo impensable para decir lo indecible

Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

Una de las causas que determinaron el fracaso del Socialismo del Siglo XX (en adelante SSXX) fue el control central y la censura sobre los medios de comunicación. Lejos de ser un medio para la expresión popular, estos fueron convertidos en un instrumento gubernamental para difundir una visión propagandista y apologética de la realidad. Este férreo control estatal impidió a los trabajadores y ciudadanos expresarse con libertad y sin miedo para criticar las desviaciones y errores que ocurren en todo proceso social. Pero esa falsa impresión que la propia nomenklatura burocratizada terminó creyéndose, la aisló cada vez más del clamor popular, les impidió enmendar a tiempo y así terminaron cavando su propia fosa.

En el SSXX, la falta de unos medios de comunicación de masas verdaderamente independientes facilitó los abusos de poder y el encubrimiento a la corrupción y la ineficacia de la contrarrevolución burocrática. Estos problemas -comunes a todos los sistemas burocráticos de corte soviético-, fueron exacerbados debido al control central de la burocracia y la nomenklatura sobre los medios de comunicación, lo cual condujo sistemáticamente a la desinformación y la manipulación.

En el SSXX no fueron pocos los disidentes que, por el solo hecho de expresar un pensamiento contrario fueron considerados agentes del imperialismo, vendidos a las grandes corporaciones transnacionales y potencias enemigas. Así, durante décadas, políticos, activistas, escritores, poetas y hasta cantantes -al criticar u oponerse al gobierno- fueron declarados enemigos del socialismo y traidores a la patria y, por lo tanto, censurados en las emisoras de radio, canales de televisión, librerías y teatros. En lugar de haber sido tratados como una expresión del debate político e ideológico, fueron encarcelados o expatriados por actividades no violentas, de naturaleza esencialmente pacífica.    

Superar esta perniciosa herencia del SSXX significa estimular el pensamiento crítico, desarrollar una cultura del debate tanto en los medios de comunicación públicos como en los privados. Estas son cuestiones claves para repensar y reinventar el proyecto socialista en el siglo XXI. El socialismo será nuevo y superior en la medida que pueda garantizar la libertad de expresión y de acción del ser humano, sin la retaliación del burocratismo enquistado en los cargos públicos que se siente dueño de la verdad absoluta. Un supuesto socialismo sin democracia ni libertades civiles, donde la igualdad se limita a compartir la escasez y la pobreza, no es muy diferente a las dictaduras del mal llamado SSXX.

Cuando las fallidas experiencias de construir el SSXX se comenzaron a derrumbar, nadie salió a defender lo que la propaganda oficial presentaba como una conquista y construcción popular. La principal conspiración contrarrevolucionaria que socavó las bases de apoyo social no vino del imperialismo sino del burocratismo y la nomenklatura que, al secuestrar para su provecho el poder, manipularon ventajosamente los medios de comunicación para prolongar y reproducir sus prácticas antidemocráticas, generando así un creciente e irreversible malestar que se evidenció en la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, donde brillaron por su ausencia los dolientes del llamado socialismo real .

Cuando la cúpula dirigente se arroga el privilegio de decidir qué, cuándo y cómo se debe y puede informar y asume de manera unilateral y arbitraria la tarea de evaluar y decidir sobre qué es lo que se puede pensar, decir, escribir o publicar, esa forma de actuar reedita claramente la naturaleza antidemocrática que caracterizó al SSXX, donde para tener la razón solo bastaba con decir que los demás no la tenían.

Quienes se niegan a debatir, conculcando el derecho de otros a pensar y exponer libremente sus opiniones y puntos de vista, no creen ni en sus propios argumentos y por eso no los someten a prueba: apelan al dogma de fe, a la lealtad a ciegas. De allí la importancia de que los medios de comunicación no queden solo en manos del Estado, del poder central, sino que se profundice el desarrollo de portales independientes y medios de comunicación comunitarios y alternativos, que abran a las personas una amplia gama de canales para que se puedan expresar con libertad,  sin miedo a ser analizados por desviaciones ideológicas o, lo que es peor, ser declarados agentes del imperialismo y traidores a la patria. No solo de pan vive el ser humano, el debate y la expresión de las ideas sin censura ni controles son imprescindibles para sentirse realmente libres.

El carácter unitario y democrático de una verdadera revolución humanista se comprueba en la consideración y el respeto, en la comprensión y la tolerancia para quienes piensan y opinan de manera diferente. Solo así será posible consolidar una gran fuerza en la que quienes teniendo el mismo objetivo de construir un país libre de desempleo, pobreza y exclusión social, con igualdad de oportunidades para todos, aunque no siempre coincidamos en las estrategias y ritmos, podamos ser fraternales críticos, incluso rivales, más nunca enemigos. Se trata de reconocernos en lo que nos une y no en lo que nos separa, donde la crítica a los errores y desviaciones no se etiquete de actitud sospechosa, de quintacolumna o saltatalanquera, de traidor a la patria o vendido al imperialismo. La única talanquera tiene que ser la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela: dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada. @victoralvarezr

 

Sin pensamiento crítico no hay libertad

Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

La ausencia de debate y crítica revolucionaria fue una de las causas que condujo al derrumbe del campo socialista. El ideal socialista se plantea construir nuevas formas de relaciones sociales de producción superadoras de la desigualdad, la inequidad y enajenación propias de la sociedad capitalista, pero también tiene la tarea histórica de desmarcarse y superar el viejo socialismo burocrático y estalinista del siglo pasado.

Ese modelo autoritario y antidemocrático no puede ser la referencia para la construcción del Socialismo del Siglo XXI (SSXXI). El socialismo democrático no se puede construir a nombre de una falsa dictadura del proletariado que encubrió la férrea dominación que impusieron la nomenklatura y el burocratismo. Estas castas desplazaron y sustituyeron el gobierno de las mayorías trabajadoras, impusieron prácticas totalmente alejadas de la verdadera moral revolucionaria y ahogaron cualquier posibilidad democratizadora.

El extremo de la intolerancia a la crítica lo marcó Stalin con sus brutales y despóticas prácticas, pero esta no fue solo una característica suya. La mayoría de las experiencias del SSXX, en mayor o menor medida, estuvieron signadas por la intransigencia y persecución del pensamiento crítico. El autoritarismo que marcó los procesos de la Alemania de Erich Honecker, la Rumanía de Nicolae Ceausescu, la Polonia de Jaruselski, la Hungría de Janos Kadar y la represión de la resistencia popular desde 1956, la mano dura del Mariscal Yosip Broz Tito que apeló a la más brutal represión para imponer su dominio sobre las seis Repúblicas que conformaron el Estado de Yugoeslavia, la autárquica y aislada Albania de Enver Hoxha quien se proclamó como "el último sostenedor del auténtico marxismo-leninismo", la China de Mao Zedong y los estragos de su Revolución Cultural, la dinastía del “Querido Presidente, Gran Líder y Sabio Conductor” Kim Il Sun en Corea del Norte, el sangriento Afganistan de Hazifullah Amin, la Kampuchea de Ieng Sary y su complicidad con el genocida Pol Pot en Campuchea, la Etiopía de Mengistu Haile Mariam y su Terror Rojo, etc. etc. revelan el mismo código genético del liderazgo intolerante, antidemocrático y despótico que cruzó y moldeó a todos y cada uno de esos intentos fallidos por construir el SSXX.

El talante autoritario y antidemocrático fue una característica común de todos ellos, con independencia de las contradicciones, rupturas y enfrentamientos entre los diferentes bloques pro-soviéticos, pro-chinos, pro-yugoeslavos o albaneses. Y no nos referimos solamente a hostigamiento, persecución, encarcelamiento y desaparición física de los disidentes considerados contrarrevolucionarios, sino también a la aniquilación de toda discrepancia interna y las frecuentes purgas y defenestraciones entre los propios militantes y dirigentes comprometidos con la construcción socialista. 

En el SSXX prevaleció un fuerte prejuicio contra el pensamiento crítico y sus principales exponentes fueron catalogados de “disidentes”, sin diferenciar entre los intelectuales serios y comprometidos con la transformación revolucionaria de la sociedad y los mercenarios del viejo régimen. El caso más emblemático fue el enfrentamiento entre Stalin y Trotski, en el que el primero impuso su odio y su talante autoritario y despótico para acabar no solo con la vida del fundador del Ejército Rojo, sino para barrer con la mayoría de la vieja dirigencia bolchevique que acompañó a Lenin en la Revolución de Octubre y ante la cual Stalin siempre padeció complejos de inferioridad y envidia, dejando recaer sobre sus víctimas toda su brutalidad.

La intolerancia a la crítica encontró un mayor caldo de cultivo en las huestes del burocratismo y la nomenklatura que, al sentirse cuestionados y quedar en evidencia su insuficiente preparación y probidad para el desempeño de las funciones de los cargo que ostentaban, reaccionaban con todo su odio para no perder los privilegios asociados a los cargos y arremetían contra sus críticos acusándolos de renegados, contrarrevolucionarios, quintacolumnas.

El socialismo es un movimiento de destrucción creativa, de construcción colectiva, dirigido siempre hacia un nivel de pensamiento superior y hacia mayores espacios de emancipación. Su construcción necesita de la libertad para ejercer la crítica revolucionaria, leal y comprometida, la cual no puede inhibirse con el argumento de ofrecer argumentos útiles al enemigo. Caer en esa manipulación es repetir la historia del SSXX que criminalizó la crítica y propició las condiciones para el afianzamiento del burocratismo y la nomenklatura. En la construcción del SSXXI se tiene que armonizar la democracia, el socialismo y la Revolución. Entre sus más importantes y sagradas banderas debe estar la defensa de la libertad, en un marco de consideración y respeto. La libertad de expresión, la libertad de culto, de organización política no puede ser considerada una amenaza para la Revolución. Repetir eso sería asfixiar el espíritu creador y, por lo tanto, impedir un verdadero desarrollo humano integral. 

A nombre de la Revolución socialista no se puede criminalizar la crítica ni conculcar los derechos civiles, políticos y económicos de los ciudadanos. La socialización y democratización del poder político, del conocimiento, de la opinión y expresión políticas son la clave de la democracia de base, de la democracia directa, participativa y protagónica. Mientras más democráticas sean las instituciones y la vida política en la construcción del SSXXI, mayores serán las defensas frente a las perversidades del burocratismo y la partidocracia.

Criminalizar la crítica solo conduce a la muerte del espíritu innovador que se requiere estimular para encontrar las nuevas respuestas a los viejos y nuevos problemas que debe encarar toda Revolución. Una Revolución se enfrenta todos los días a urgencias que no cuentan con soluciones prefabricadas. No hay un vademécum que compile lo que se debe hacer ante cada problema. Es en estas circunstancias donde se revela la importancia del pensamiento crítico, leal  y comprometido con la Revolución, la enorme utilidad de una actitud crítica que ayude a perfeccionar las fórmulas que van surgiendo al calor de un proceso de cambio que se enfrenta a la tenaz resistencia del viejo orden que pugna por imponerse y mantenerse. @victoralvarezr

Criminalización de la crítica crea ambiente de miedo y terror

Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

Una Revolución que no se mire de forma crítica para mejorar sus imperfecciones está condenada a fracasar por el inmovilismo y la apatía. Los que practican la crítica revolucionaria son los inconformes con la realidad que les rodea. Los mayores enemigos de la construcción socialista son los que se agotan en un discurso dogmático, sectario y combaten permanentemente la crítica, no con argumentos sino con descalificaciones, adoptando una actitud represiva ante todo tipo de crítica.

La criminalización de la crítica crea un ambiente de miedo y terror que va desilusionando a la gente, a medida que la dirigencia se aleja cada vez más del clamor popular. La crítica revolucionaria debe ser el oxígeno de toda Revolución. Solo así podrá perfeccionarse de manera permanente y sostenida.

El pensamiento crítico rompe paradigmas, dogmas paralizantes y viejos esquemas, contribuyendo a corregir a tiempo errores, desviaciones u omisiones que, de mantenerse o repetirse, van minando la base de apoyo social y político de la Revolución.

Sin pensamiento crítico no puede haber transición al socialismo. Una Revolución auténtica no cuenta con soluciones prefabricadas. Por eso requiere de un pensamiento crítico, leal  y comprometido, que ayude a perfeccionar las fórmulas que van surgiendo al calor de un proceso de cambio que se enfrenta a la tenaz resistencia del viejo orden que pugna por imponerse y mantenerse. 

La nueva sociedad no puede construirse sin un pensamiento crítico que supere los dogmas del viejo socialismo. Hay que estimular la confrontación de ideas, el debate teórico, el desarrollo de argumentos para la generación de un nuevo conocimiento comprometido con la construcción socialista. Sin un debate libre y comprometido será imposible reflexionar sobre las lecciones que se van acumulando, sobre aciertos, avances, fracasos, omisiones, descuidos, improvisaciones, alertas y nuevas propuestas para resolver los problemas que agobian a la gente.

Uno de los argumentos más perversos para descalificar y evitar la crítica se refiere a la manipulación que el enemigo puede hacer de la misma para demostrar la ineficiencia de la Revolución. Pero resulta que es todo lo contrario, son esos perseguidores del pensamiento crítico quienes más sirven a la contrarrevolución. Al silenciar el pensamiento crítico prestan un gran servicio a los enemigos del proceso de transformación, que son los más interesados en evitar que se corrijan las desviaciones y errores. Si tomamos en cuenta que el principal objetivo del enemigo es evitar que la Revolución se perfeccione y consolide, la criminalización de la crítica hace imposible que la Revolución se autocorrija y fortalezca. Por el contrario, se burocratiza y pervierte en la manipulación propagandista que inventa una realidad muy distinta a la que el pueblo vive en su cotidianidad.

Discutir sin complejos ni temores los problemas que esperan solución, los errores que se cometen, lo que se deja de hacer, lejos de ser una debilidad, es una señal de la fortaleza y vitalidad de una Revolución en manos del pueblo, y no de la partidocracia y su nomenklatura, que siempre será temerosa de la crítica, por muy honesta que esta sea. Los que realmente obstaculizan el proceso de cambio revolucionario son los que actúan como burócratas acríticos e incondicionales y abusan de su poder para perseguir y silenciar a quienes ejercen una crítica leal y comprometida con el proceso de transformación. @victoralvarezr