martes, 22 de enero de 2013

Creció la economía: lo que importa ahora es transformarla

Al cierre de 2012, y en medio de la prolongada crisis que ha afectado las economías de EE.UU., Grecia, España, Portugal, Italia y otros países de la Unión Europea, Venezuela presentó una aceleración en su ritmo de crecimiento económico, una reducción significativa del desempleo y una tasa de inflación por debajo del objetivo inicialmente planteado. En efecto, en 2012 la economía creció 5,5%; la inflación de 20.1% -aunque sigue siendo muy alta-, cerró por debajo de la meta estimada en 22%; y, el desempleo estuvo por debajo del 8%.
Para el 2013 se espera que la dinámica que desencadenan estos resultados mantendrá el actual ritmo de expansión económica, el cual ofrece el clima de serenidad necesario para revisar la política económica, toda vez que –en adelante- no se trata solo de reactivar y hacer crecer la economía capitalista que aún predomina en Venezuela, sino de transformarla.
La transformación productiva planteada en Venezuela tiene dos ejes claves. 1) La creación de nuevas relaciones de poder a través del desarrollo de innovadoras formas de propiedad social, popular y comunal. 2) La transformación del capitalismo rentístico e importador en una nueva economía socialista diversificada, capaz de producir los bienes destinados a satisfacer las necesidades esenciales de la población, sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable para reducir la dependencia del ingreso petrolero.
El mito del desarrollo
La idea de lograr el desarrollo sigue siendo una gran aspiración en la mayoría de los países de la periferia que compiten por atraer inversiones extranjeras. Asocian el desarrollo al logro de objetivos de modernidad, bienestar y progreso, a partir de transformar la producción campesina y artesanal en una gran producción en serie, acelerando el crecimiento urbano como propulsores del mercado interno. Pero el balance indica que, generalmente, un impetuoso ritmo de crecimiento económico viene acompañado por la emanación de gases con efecto invernadero; efluentes líquidos que se vierten en ríos, lagos y mares; y la acumulación de desechos sólidos que terminan siendo una bomba de tiempo. Esto es causa del calentamiento global y de un daño irreparable a la biodiversidad, con su secuela de millares de víctimas debido a las sequías, desertificación, tormentas e inundaciones, así como de la expulsión de millares de campesinos de sus tierras, ahora destinadas a fines más rentables como la producción de biocombustibles, lo cual explica el brutal encarecimiento de los alimentos básicos, así como de su escasez, acaparamiento, especulación.
En los hechos, ese desarrollo se ha limitado al crecimiento del PIB y a la mejora de los indicadores sobre inversiones, consumo, exportaciones, reservas internacionales, etc. sin llegar a cumplir la promesa de mejorar la calidad de vida, el bienestar y la felicidad de todos los ciudadanos. Esta noción economicista del desarrollo debe ser cuestionada, toda vez que está ligada a una creciente explotación de los trabajadores y a la depredación de la naturaleza.
El desarrollo no puede ser un fin cuantitativo sino un proceso cada vez más  cualitativo que trascienda la satisfacción de las necesidades materiales de la población e incluya la satisfacción de sus necesidades intelectuales, emocionales y espirituales. En Venezuela, ante el agotamiento del modelo capitalista-rentista-desarrollista, se impone diseñar nuevas alternativas que permitan armonizar el crecimiento económico con el desarrollo humano integral y la protección de la biodiversidad.
Superar el modelo extractivista-rentista
El extractivismo es un modelo de acumulación basado en la obtención de una renta por la explotación de recursos naturales y energéticos. Lleva a la dependencia de los países ricos en materias primas pero pobres en tecnología, los cuales se limitan a vender tales recursos en lugar de transformarlos industrialmente. Es un modelo depredador del ambiente toda vez que agota los yacimientos o los extrae a un ritmo superior a la tasa de reposición.
Se trata de un modelo de enclave con una actividad aislada del resto de la economía y poco impacto sobre desarrollo endógeno. Coexisten sistemas de alta y baja productividad, baja densidad de empresas industriales por cada mil habitantes, poca diversificación e integración industrial.
Venezuela es un país con un fuerte arraigo extractivista y por eso depende de la captación de renta y no del esfuerzo productivo para satisfacer sus necesidades. La abundancia de divisas tiende a sobrevaluar la moneda nacional. Así resulta más rentable importar que producir. Los productores se transforman en importadores y desplazan a la producción nacional: importan porque no producen y no producen porque importan. La mala asignación de los factores productivos distorsiona la dinámica económica. El comercio importador, al proveer los bienes que se requieren para satisfacer las necesidades de la población, tiende a cobrar más importancia que la agricultura y la industria, que son los sectores en los que descansa la soberanía productiva de cualquier país.
En este contexto, la reciente certificación de las reservas petroleras más grandes del mundo bajo el subsuelo venezolano, contribuyan a crear una ilusión de riqueza y prosperidad. Pero lo cierto es que se mantiene la vulnerabilidad productiva y fiscal por la alta dependencia del ingreso rentístico. La crisis estalla cada vez que los precios del petróleo se desploman, no ingresa la misma cantidad de divisas y se impone la obligación de devaluar, generando así inflación, desempleo, pobreza y exclusión.
¿Qué hacer con la renta petrolera?
Desde que apareció el petróleo en Venezuela ha sido mucho más fácil devorar la renta comprándole al resto del mundo lo que bien pudiéramos estar generando internamente con nuestro propio esfuerzo productivo. La alternativa al rentismo pasa por un profundo cambio cultural. Hay que sustituir la mentalidad rentista que procura captar la mayor renta posible para consumirla, por una nueva cultura de la inversión y del  trabajo. Pero esta inversión no puede ser sólo en infraestructura, también es clave la inversión social y la inversión en ciencia y tecnología. Todas son imprescindibles para poder transformar los recursos naturales que ahora exportamos sin mayor valor agregado, en una creciente producción industrial que permita sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable para generar nuevas fuentes de divisas que nos hagan menos dependientes del ingreso petrolero.
Transformar el capitalismo rentístico en un nuevo modelo productivo socialista exige tener cada vez más claro los destinos que se le darán al torrencial ingreso rentístico que percibe Venezuela por concepto de la exportación petrolera. La “siembra del petróleo” no debe ser vista solo como inversión en autopistas, ferrovías, metros, puentes, centrales termo o hidroeléctricas y demás obras de infraestructura. Este enfoque “desarrollista” fue el que predominó en el pasado reciente y por eso la inversión de la renta favoreció a las empresas contratistas a las que se les adjudicaban las obras, mientras el desempleo, la pobreza y la exclusión social causaba estragos en la mayoría empobrecida de la población. La inversión en infraestructura es necesaria más no suficiente. Si queremos acabar con estos flagelos sociales, un porcentaje creciente de la renta petrolera debe ser invertido socialmente para garantizar el derecho de todos los venezolanas/os al trabajo, alimentación, educación, salud, vivienda, ciencia, tecnología, cultura, deporte, etc. Y, por supuesto, otro porcentaje significativo debe ser invertido en distintos fondos de compensación macroeconómica, desarrollo nacional y patrimonial que minimicen el impacto negativo del comportamiento errático que a lo largo de la historia han tenido los precios del petróleo.
Hacia la industrialización socialista
La manufactura tiene un gran efecto multiplicador sobre los demás sectores económicos. “Aguas arriba” demanda materias primas a la agricultura, pesca, forestal, minería, etc. “Aguas abajo” ofrece bienes intermedios e insumos industriales para el desarrollo de otros sectores. Además, demanda servicios de apoyo, agua, electricidad, telecomunicaciones, financiamiento, infraestructura, redes de distribución y comercialización. Cuando crece la industria crece toda la economía.
El gobierno venezolano puede combinar diferentes incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, asistencia técnica, etc. hasta elevar la actual densidad industrial de 0.25 a 1 establecimiento industrial por cada mil habitantes y lograr que el aporte de la manufactura al PIB suba del actual 14,3 % a 20 %, alcanzando así Venezuela la condición de país industrializado.
La industrialización socialista que está planteada en Venezuela la entendemos como un proceso llamado a sustituir la industrialización basada en la explotación del trabajo ajeno, el uso intensivo de materias primas y energía, la depredación del ambiente y los desequilibrios territoriales, por un nuevo tipo de industrialización basado en diferentes formas de propiedad social, la aplicación de nuevos principios para la justa remuneración del trabajo y la inversión social de los excedentes, el uso de información y conocimientos científicos y tecnológicos, la preservación del ambiente y el desarrollo armónico de las regiones.
En este sentido, se impone un balance crítico del proceso de industrialización en las condiciones del capitalismo rentístico venezolano. Cuestionamos la sustitución ineficiente de importaciones que condenó a los trabajadores a adquirir productos de inferior calidad y precios superiores a los importados, pero también condenamos la apertura neoliberal que sometió a los productores locales a una feroz competencia con las importaciones procedentes de las principales potencias industrializadas. Como alternativa entre estas dos opciones extremas se plantea la necesidad de reivindicar las políticas industriales y tecnológicas para profundizar la reactivación, reconversión y reindustrialización del aparato productivo, como condición básica para alcanzar la plena soberanía económica.
Para impulsar la industrialización socialista es necesaria una eficiente intervención del Estado para orientar un proceso que no puede quedar a merced de las fuerzas ciegas del mercado. La industrialización socialista debe apoyarse en un Estado en manos de los trabajadores y de la comunidad, sin mediaciones burocráticas de ningún tipo. Solo así será posible impulsar un nuevo tipo de desarrollo industrial, capaz de asegurar una creciente producción de los bienes requeridos para satisfacer las necesidades básicas de la sociedad, y generar una oferta exportable de calidad y buenos precios que nos permita la inserción soberana a la economía mundial.
El 2012 fue un año de crecimiento del PIB. Pero no basta con mantener la reactivación de la actividad productiva. De cara a desarrollar el perfil socialista de la Revolución Bolivariana, en adelante se impone impulsar la transformación estructural de la economía venezolana. Esto exige una profunda revisión y rectificación de la política económica. Se trata de diseñar una nueva estrategia económica que reimpulse y transforme la dinámica económica interna, en función de lograr los objetivos del empoderamiento popular sobre los procesos de producción, distribución y comercialización de los bienes y servicios que requieren para satisfacer sus necesidades básicas y esenciales. Esta es la vía para superar la vulnerabilidad de la economía rentista y alcanzar así una verdadera soberanía productiva.
¿Reactivar o transformar la economía?
La recuperación del PIB anunciada por el BCV en el año 2012 es una ocasión propicia para revisar la política económica. Acelerar la transición al socialismo, más que reactivar la actual economía predominantemente capitalista, lo que exige es transformarla en una nueva economía socialista, en manos de los trabajadores directos y de la comunidad organizada. En este sentido, las medidas que el Gobierno Bolivariano en adelante tome, deberán ir más allá de mantener un simple creciemiento económico para plantearse, fundamentalmente, la transformación del capitalismo rentista venezolano en un nuevo modelo productivo socialista.
Recordemos que, en el período de auge económico anterior a la última recesión, mientras el PIB estuvo creciendo, cada vez que el BCV publicaba su informe, celebrábamos el acierto de la política económica y la fortaleza de la economía venezolana. Pero nunca reparamos en la naturaleza y calidad de ese crecimiento, razón por la cual se mantuvo la inercia de otorgar los incentivos públicos, sin aplicar ningún principio de reciprocidad a los beneficiarios.
Pero cuando nos dimos cuenta que gracias a estos generosos incentivos lo que más estaba creciendo era la economía capitalista y que la estructura del PIB se estaba tornando de mala calidad -con un creciente peso del comercio importador y los servicios financieros especulativos y de alto riesgo-, entonces comenzamos a celebrar la caída del PIB, argumentando que lo que está cayendo es la economía capitalista, sin hacer nada para reactivarla. La lección fue clara: apostar a la desaparición de la economía capitalista sin haber creado antes la nueva economía socialista es el atajo perfecto para quedar atrapados en un círculo vicioso de caída de la producción, escasez, acaparamiento, especulación, inflación, desempleo y creciente malestar social.
Por lo tanto, la reactivación de la economía es un proceso que debe estar sincronizado con su transformación estructural. Pero no será la mano invisible del mercado la que guie este proceso llamado a sustituir el orden viejo, explotador del ser humano y depredador de la naturaleza, por un nuevo orden capaz de erradicar las causas estructurales del desempleo, la pobreza y la exclusión social. Se requiere el diseño y ejecución de una sabia y oportuna estrategia de reactivación y transformación estructural de la economía venezolana que impulse la sustitución del capitalismo rentístico por un nuevo modelo productivo socialista de amplia y creciente inclusión social, bajo el control de los trabajadores directos y de la comunidad organizada. Profundizar la transformación de la estructura económica venezolana -y no solo reactivarla-, es el nuevo reto que tiene por delante la Revolución Bolivariana.