Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
La ausencia de debate y crítica revolucionaria
fue una de las causas que condujo al derrumbe del campo socialista. El ideal socialista se plantea
construir nuevas formas de relaciones sociales de producción superadoras de la
desigualdad, la inequidad y enajenación propias de la sociedad capitalista,
pero también tiene la tarea histórica de desmarcarse y superar el viejo
socialismo burocrático y estalinista del siglo pasado.
Ese modelo
autoritario y antidemocrático no puede ser la referencia para la construcción
del Socialismo del Siglo XXI (SSXXI). El socialismo democrático no se puede
construir a nombre de una falsa dictadura del proletariado que encubrió la
férrea dominación que impusieron la nomenklatura y el burocratismo. Estas
castas desplazaron y sustituyeron el gobierno de las mayorías trabajadoras,
impusieron prácticas totalmente alejadas de la verdadera moral revolucionaria y
ahogaron cualquier posibilidad democratizadora.
El extremo de
la intolerancia a la crítica lo marcó Stalin con sus brutales y despóticas
prácticas, pero esta no fue solo una característica suya. La mayoría de las
experiencias del SSXX, en mayor o menor medida, estuvieron signadas por la
intransigencia y persecución del pensamiento crítico. El autoritarismo que
marcó los procesos de la Alemania de Erich Honecker, la Rumanía de Nicolae
Ceausescu, la Polonia de Jaruselski, la Hungría de Janos Kadar y la represión
de la resistencia popular desde 1956, la mano dura del Mariscal Yosip Broz Tito
que apeló a la más brutal represión para imponer su dominio sobre las seis
Repúblicas que conformaron el Estado de Yugoeslavia, la autárquica y aislada
Albania de Enver Hoxha quien se proclamó como "el último sostenedor del
auténtico marxismo-leninismo", la China de Mao Zedong y los estragos
de su Revolución Cultural, la dinastía del “Querido Presidente, Gran Líder y
Sabio Conductor” Kim Il Sun en Corea del Norte, el sangriento Afganistan de
Hazifullah Amin, la Kampuchea de Ieng Sary y su complicidad con el genocida Pol
Pot en Campuchea, la Etiopía de Mengistu Haile Mariam y su Terror Rojo, etc. etc. revelan el mismo código genético del
liderazgo intolerante, antidemocrático y despótico que cruzó y moldeó a todos y
cada uno de esos intentos fallidos por construir el SSXX.
El talante
autoritario y antidemocrático fue una característica común de todos ellos, con
independencia de las contradicciones, rupturas y enfrentamientos entre los
diferentes bloques pro-soviéticos, pro-chinos, pro-yugoeslavos o albaneses. Y
no nos referimos solamente a hostigamiento, persecución, encarcelamiento y
desaparición física de los disidentes considerados contrarrevolucionarios, sino
también a la aniquilación de toda discrepancia interna y las frecuentes purgas
y defenestraciones entre los propios militantes y dirigentes comprometidos con la
construcción socialista.
En el SSXX prevaleció un fuerte prejuicio contra el pensamiento crítico
y sus principales exponentes fueron catalogados de “disidentes”, sin
diferenciar entre los intelectuales serios y comprometidos con la
transformación revolucionaria de la sociedad y los mercenarios del viejo
régimen. El caso más emblemático fue el enfrentamiento entre Stalin y Trotski,
en el que el primero impuso su odio y su talante autoritario y despótico para
acabar no solo con la vida del fundador del Ejército Rojo, sino para barrer con
la mayoría de la vieja dirigencia bolchevique que acompañó a Lenin en la
Revolución de Octubre y ante la cual Stalin siempre padeció complejos de
inferioridad y envidia, dejando recaer sobre sus víctimas toda su brutalidad.
La intolerancia a la crítica encontró un mayor caldo
de cultivo en las huestes del burocratismo y la nomenklatura que, al sentirse
cuestionados y quedar en evidencia su insuficiente preparación y probidad para
el desempeño de las funciones de los cargo que ostentaban, reaccionaban con
todo su odio para no perder los privilegios asociados a los cargos y arremetían
contra sus críticos acusándolos de renegados, contrarrevolucionarios,
quintacolumnas.
El socialismo es un
movimiento de destrucción creativa, de construcción colectiva, dirigido
siempre hacia un nivel de pensamiento superior y hacia mayores espacios de emancipación.
Su construcción necesita de la libertad para ejercer la crítica revolucionaria,
leal y comprometida, la cual no puede inhibirse con el argumento de ofrecer
argumentos útiles al enemigo. Caer en esa manipulación es repetir la historia
del SSXX que criminalizó la crítica y propició las condiciones para el
afianzamiento del burocratismo y la nomenklatura. En la construcción del SSXXI se tiene que
armonizar la democracia, el socialismo y la Revolución. Entre sus más
importantes y sagradas banderas debe estar la defensa de la libertad, en un
marco de consideración y respeto. La libertad de expresión, la libertad de
culto, de organización política no puede ser considerada una amenaza para la
Revolución. Repetir eso sería asfixiar el espíritu creador y, por lo tanto,
impedir un verdadero desarrollo humano integral.
A nombre de
la Revolución socialista no se puede criminalizar la crítica ni conculcar los
derechos civiles, políticos y económicos de los ciudadanos. La socialización y
democratización del poder político, del conocimiento, de la opinión y expresión
políticas son la clave de la democracia de base, de la democracia directa,
participativa y protagónica. Mientras más democráticas sean las instituciones y
la vida política en la construcción del SSXXI, mayores serán las defensas
frente a las perversidades del burocratismo y la partidocracia.
Criminalizar la
crítica solo conduce a la muerte del espíritu innovador que se requiere
estimular para encontrar las nuevas respuestas a los viejos y nuevos problemas
que debe encarar toda Revolución. Una Revolución se enfrenta todos los días a
urgencias que no cuentan con soluciones prefabricadas. No hay un vademécum que
compile lo que se debe hacer ante cada problema. Es en estas circunstancias
donde se revela la importancia del pensamiento crítico, leal y comprometido con la Revolución, la enorme
utilidad de una actitud crítica que ayude a perfeccionar las fórmulas que van
surgiendo al calor de un proceso de cambio que se enfrenta a la tenaz
resistencia del viejo orden que pugna por imponerse y mantenerse. @victoralvarezr
La censura y el macartismo se están llevando a cabo por otros medios distintos, tales como el acoso laboral y la exclusión de escritores y artistas críticos. Es lamentable el silencio cómplice que mantienen "destacadas" figuras de la "intelectualidad revolucionaria". Apegados como se les ve a prebendas y premios y homenajes, han sucumbido. Son los protagonistas de lo que Julien Benda calificara como la traición de los intelectuales. José Martí sostenía que la crítica era el ejercicio del criterio...
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