jueves, 31 de julio de 2025

¿Quiénes son los responsables de que el país descontento se haya quedado sin representación institucional en la AN, gobernaciones y alcaldías?

 

Víctor Álvarez R. / Pedagogía Electoral

María Corina Machado (MCM) calificó las elecciones de diputados, gobernadores y alcaldes como una derrota para Nicolás Maduro: “90% de los venezolanos desobedecimos a este régimen”. El resultado de esa desobediencia fue que los candidatos oficialistas se llevaron 256 de los 285 diputados a la Asamblea Nacional, 23 de las 24 gobernaciones y 285 de los 335 alcaldes.

¿Quiénes son los responsables de esta catástrofe electoral de la oposición que impidió al país descontento quedar mejor representado en la Asamblea Nacional, gobernaciones, alcaldías y otros espacios de resistencia y lucha institucional? 

La responsabilidad del gobierno

En las presidenciales del 28 de julio de 2024, el CNE dio como ganador al candidato oficialista, un sorprendente e inesperado resultado contrario a las encuestas preelectorales, a las mediciones a boca de urna, y a las actas en manos de los testigos. La Sala Electoral del TSJ convalidó este resultado y en su decisión “exhorta al CNE a publicar los resultados definitivos (…) según lo previsto en la Ley de Procesos Electorales”. A un año de haberse celebrado las elecciones presidenciales, aún no se han publicado las actas desagregadas por mesas y centros electorales que validen aquel resultado.

Cuando esto se repite con frecuencia, el elector percibe que su voto no tendrá ningún efecto y decide no votar más. El cuestionado resultado de las presidenciales revivió las consignas: “en Venezuela se vota, pero no se elige”, “participar en las elecciones es convalidar la farsa electoral del régimen”, “no voy a votar porque no quiero que me vuelvan a robar el voto”.

Esto es lo que la psicología llama la desesperanza aprendida, un concepto que analiza un estado mental en el que la persona -expuesta a estimulaciones aversivas que no puede controlar-, “aprende” a comportarse pasivamente, al ver que es inútil su acción para cambiar un resultado no deseado, incluso cuando surgen condiciones que ofrecen la oportunidad de lograr un cambio.

Por lo tanto, en la enorme abstención que amplificó la catástrofe electoral de la oposición tiene mucho peso e influencia la desesperanza aprendida implantada por el gobierno a través de una gama de estimulaciones aversivas, tales como:

·     La designación de una autoridad electoral y un tribunal supremo parcializados;

·    La permanente persecución, encarcelamiento y exilio forzoso de líderes políticos, dirigentes sindicales, defensores de derechos humanos y periodistas;

·    El abuso de las inhabilitaciones políticas para sacar de la contienda a candidatos ganadores de la oposición;

·  La ilegalización de partidos políticos y el despojo de sus nombres y símbolos para entregárselos a disidentes que le hacen el juego al gobierno;

·      Las descalificaciones entre dirigentes de la oposición y candidatos que no representan el sentir nacional y tienen un discurso divorciado de las necesidades y demandas concretas de los electores;

·         La negación a publicar los resultados desagregados por mesas y centros electorales para verificar la totalización anunciada. 

En el deterioro de las condiciones electorales se materializan las estimulaciones aversivas premeditadamente concebidas y ejecutadas por el régimen para implantar la desesperanza aprendida como un mecanismo de dominación que influye en la conducta electoral del votante opositor y provoca la abstención que convierte en mayoría a la minoría oficialista. Sin garantías y condiciones electorales se crea un ambiente de desconfianza en la institución del voto, toda vez que el elector se convence de que no puede hacer nada para mejorar las condiciones de competencia electoral y lograr un resultado diferente. Esto reduce la motivación, agrava la apatía electoral y aumenta la abstención.

Dado el enorme rechazo a los candidatos oficialistas, en las Parlamentarias y Regionales del 25-M y en las Municipales del 27-J, la oposición pudo haber logrado un mejor desempeño, pero en la conducta electoral se reflejó la desesperanza aprendida implantada por el gobierno como un mecanismo de dominación. El elector se sintió indefenso ante un CNE y TSJ que percibe funcionales al gobierno y se abstuvo de votar porque aprendió que su voto no tendrá ningún efecto en un resultado que considera predeterminado. Esta certeza implanta una sensación de desesperanza, frustración e impotencia que refuerza la creencia de que no vale la pena votar porque no se respetarán los resultados, generando así una elevada abstención que convierte en mayoría a la minoría oficialista que termina ganando la mayoría de los cargos en disputa.

La responsabilidad de la oposición abstencionista

Con sobradas razones, MCM cuestiona que en las Presidenciales de 2024 el CNE anunció un sorpresivo e inesperado resultado contrario a las encuestas preelectorales, a las consultas a boca de urna y a las actas en manos de los testigos que daban como ganador a su sustituto, Edmundo González Urrutia. Pero en vez de llamar a votar en las siguientes elecciones para contarse otra vez y demostrar con quién está la soberanía nacional ejercida a través del voto, llamó a la abstención y se dedicó a difundir una narrativa desmovilizadora, afirmando que Venezuela ya se había pronunciado en las Presidenciales del 28-J, y lanzó la línea de no participar en ninguna otra elección hasta tanto se publiquen las actas que demuestren el resultado de las presidenciales del año pasado. Con el enorme rechazo a los candidatos oficialistas, lo más fácil era ganar. ¿Por qué MCM no llamó a votar?

Si MCM y su partido Vente Venezuela hubiesen podido postular candidatos en el ciclo de elecciones parlamentarias, regionales y municipales que acaba de concluir, seguramente habrían participado y llamado a votar masivamente para capitalizar electoralmente su momentum y arrasar con la mayoría de los 3.300 cargos públicos que estuvieron en disputa. Incluso -con su partido ilegalizado y sus candidatos inhabilitados, presos y en el exilio-, MCM pudo haber aprovechado su liderazgo para promover candidaturas únicas y unitarias entre los diferentes bloques de la oposición, aunque no fueran militantes de su partido. Pero se necesitaba demasiada grandeza y desprendimiento para subordinar su proyecto partidista particular y sus ambiciones personales, al interés nacional de construir una sólida posición de poder en el parlamento, las gobernaciones y alcaldías que fuese reconocida por el gobierno, la FANB y la comunidad internacional.

MCM se propuso evitar a toda costa la consolidación de una fuerza política no controlada por ella y que pudiera desplazarla en la disputa interna por el liderazgo de la oposición. Para conjurar esa amenaza, necesitaba hacer desaparecer del ecosistema político a la oposición participacionista, y por eso la desacreditó acusándola de falsaria, traidora y colaboracionista del régimen. Sus llamados a la abstención agravaron el desgano y la apatía electoral que se reflejó en la desmovilización del país descontento. Y así, los partidos habilitados que sí pudieron inscribir candidatos, no lograron capitalizar electoralmente el rechazo a los candidatos oficialistas para lograr un mejor desempeño.

Los partidos que conforman la PUD y obedecieron el llamado a no participar se quedaron sin diputados, gobernadores, legisladores regionales, alcaldes ni concejales. No representan nada en el ecosistema político nacional, prácticamente dejaron de existir y seguramente perderán su registro en el CNE como organizaciones políticas activas. Lo que pudo haber sido una aplastante victoria se convirtió en una lapidaria derrota que dejará fuera del radar a esa constelación de micro partidos sin representación en los espacios de poder institucional.

La responsabilidad de la oposición participacionista

Otro factor que explica la catástrofe electoral de la oposición es su propia división. La oposición participacionista se presentó partida en cuatro bloques y dispersó el voto del país descontento. Al no competir con candidaturas unitarias y únicas, no se pudo sumar la mayoría de votos para ganarle a la minoría oficialista. Una vez más se impusieron los proyectos políticos particulares y las ambiciones personales, por encima del interés nacional.

Las organizaciones políticas están muy desprestigiadas y no dan señales de reinventarse para desarrollar nuevas formas de conexión con la sociedad. En vez de generar propuestas concretas y viables para resolver la problemática que afecta a las comunidades, el debate político-electoral estuvo signado de insultos y ataques personales. Los partidos viven sumergidos en sus crisis internas y pugnas con otros partidos donde el desprecio, la descalificación y el insulto signan la campaña electoral. Es la política del escándalo que agrava el desgano y la apatía electoral.

El elector no se siente motivado por la pobreza de un discurso electoral que se limita a describir una problemática que ya conoce muy bien porque la sufre y padece día a día. El elector quiere escuchar propuestas concretas para solucionar los problemas concretos que afectan su cotidianidad. Para romper la inercia abstencionista, había que motivar al elector con propuestas claras para mejorar la calidad de vida en el municipio donde habita, y eso no se hizo. Se compitió sin programa, sin propuestas, sin una oferta electoral convincente y movilizadora.

En Venezuela las organizaciones políticas son cascarones vacíos que han perdido vigencia como medio de organización y participación ciudadana. Los partidos de la oposición exigen democracia y alternancia en el poder, pero no celebran elecciones internas para renovar sus directivas, los viejos dirigentes se aferran al mando y le cierran el paso al nuevo liderazgo, dando origen a pugnas internas que ha servido de pretexto para judicializarlos, intervenirlos y entregarles su conducción y símbolos a disidentes que tampoco cuentan con el apoyo y reconocimiento de las bases del partido.

La abstención no es un acto de desobediencia civil ni una estrategia para construir una posición de fuerza electoral y poder político

A la luz del catastrófico resultado electoral que ha dejado no se puede celebrar la abstención como un acto de desobediencia civil. Con la abstención, MCM logró que desparecieran del ecosistema político las fuerzas opositoras que podían hacerle contrapeso a su ambición de imponer un liderazgo unipersonal, no subordinado a ninguna institucionalidad política de la oposición; pero lo logró al precio de entregar al oficialismo el control absoluto de la AN y de la mayoría de las gobernaciones y alcaldías.

Como dijo el poeta: “nada se ha perdido si se tiene el valor de proclamar que todo se ha perdido y hay que empezar de nuevo”. De cara al próximo ciclo electoral, quedan por delante cinco años de arduo e intenso trabajo para conectarse con el sentir del elector. Los partidos políticos están llamados a reinventarse para fortalecer su capacidad de análisis y comprensión de la realidad a transformar, tienen que ofrecer un programa de gobierno atractivo que estimule a votar, postular buenos candidatos -con liderazgo y capacidad de gestión-, y contar con una maquinaria electoral capaz de organizar y movilizar al electorado descontento.

Con el férreo control económico, militar, social y político que ha logrado el gobierno, no hay vía rápida para restaurar la democracia venezolana y recuperar la alternabilidad en el poder. Esto será posible cuando el país descontento y políticamente organizado acumule suficientes fuerzas para lograr la reinstitucionalización de los poderes públicos. Es una tarea de largo aliento, de recuperación gradual de los espacios de poder y decisión perdidos por la abstención y división de la oposición.

Serán cinco años de sostenido trabajo organizativo y quienes se propongan capitalizar el descontento nacional en el próximo ciclo electoral, tienen que ofrecer al votante una alternativa superior a la de su competidor. De lo contrario su aspiración política será vista como simple ambición personal y serán considerados como más de lo mismo, o más de lo peor. El país descontento necesita un nuevo liderazgo que- en vez de dividir- unifique a la Nación en un mensaje de reencuentro y reconciliación, y la guíe hacia una solución electoral y pacífica del largo y extenuante conflicto político venezolano.


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