En las Municipales
del 27 de julio se elegirán 335 alcaldes y 2.471 concejales. Los partidos
políticos tienen una razón de ser: conquistar el poder para servir al
interés común. Se diferencian por su ideología, doctrina y estrategias. Su acción
política es una combinación de razón y emoción, de inteligencia y pasión.
En las parlamentarias y regionales
del 25 de mayo, el 75% de los electores se abstuvo de votar. El resultado fue que
los candidatos oficialistas ganaron 23 de las 24 gobernaciones y 256 de los 285
diputados a la Asamblea Nacional. En las Municipales se elegirán 335 alcaldes y
2.471 concejales.
Si en las Municipales del 27-J otra
vez se registra una elevada abstención, se repetirá el mismo resultado de las
Parlamentarias y Regionales del 25-M y esto tendrá un alto costo. Si la
oposición pierde los 111 alcaldes que ahora tiene, también perderá los 954
concejales y el país descontento se quedará sin representación política en los
espacios de resistencia y lucha institucional.
Cuando las organizaciones políticas no participan en las elecciones que se convocan, se desmovilizan y quedan desmanteladas, no acumulan fuerzas y, por el contrario, pierden espacios de representación y poder a través de los cuales se vinculan con las necesidades y demandas de los electores.
Si algo queda claro en este largo ciclo
electoral es que las organizaciones políticas están muy desprestigiadas y no
dan señales de reinventarse para desarrollar nuevas formas de conexión con la
sociedad. En vez de generar propuestas concretas y viables para
resolver la problemática que afecta a las comunidades, el debate
político-electoral se llena de insultos y ataques personales. Los
partidos viven sumergidos en sus crisis internas y pugnas con otros partidos
donde el desprecio, la descalificación y el insulto signan la campaña
electoral. Es la política del escándalo que agrava el desgano y la apatía
electoral.
Quienes se
limitan a criticar al gobernante de turno sin proponer alternativas sensatas y
viables demuestran un gran desconocimiento e incomprensión de los problemas reales
que afectan a la gente. El elector no se siente motivado por la pobreza de un
discurso electoral que se limita a describir una problemática que ya conoce muy
bien porque la sufre y padece día a día. El elector quiere
escuchar propuestas concretas para solucionar los problemas concretos que afectan
su cotidianidad. Para romper la inercia abstencionista,
el elector debe ser motivado con propuestas claras para mejorar la calidad de
vida en el municipio donde habita.
Tal como ocurre en otros países, en
Venezuela las organizaciones políticas son cascarones vacíos que han
perdido vigencia como medio de organización y participación ciudadana. Los
partidos de la oposición exigen democracia y alternancia en el
poder, pero no celebran elecciones internas para renovar sus directivas, los
viejos dirigentes se aferran al mando y le cierran el paso al nuevo liderazgo,
dando origen a pugnas internas que ha servido de pretexto para judicializarlos,
intervenirlos y entregarles su conducción y símbolos a disidentes que tampoco
cuentan con el apoyo y reconocimiento de las bases del partido.
Para conectarse con el sentir del elector, los
partidos políticos están llamados a fortalecer su capacidad de análisis y
comprensión de la realidad a transformar, ofrecer un programa de gobierno
atractivo que estimule a votar, postular buenos candidatos -con liderazgo y
capacidad de gestión-, y contar con una maquinaria electoral capaz de organizar
y movilizar al electorado descontento.
Quienes se propongan capitalizar
electoralmente el descontento nacional tienen que ofrecer al elector una
alternativa superior a la de su competidor. De lo contrario su aspiración
política será vista como simple ambición personal y serán considerados como más
de lo mismo, o más de lo peor.
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