martes, 12 de abril de 2011

La maldición de la abundancia

Venezia había vivido de su trabajo. Se levantaba de madrugada a preparar la comida que llevaba a la oficina en una vianda y los fines de semana los dedicaba a lavar, plachar y poner en orden la casa. Veía películas y escuchaba conciertos en su habitación, porque sus modestos ingresos a duras penas alcanzaban para pagar las cuentas del mes.
Pero aquellas privaciones pronto cambiarían. Venezia recibió como herencia un apartamento que rápidamente alquiló en dólares a una compañía transnacional y así vio mejorar su calidad de vida gracias a esa inesperada renta. Dejó de vivir de su esfuerzo productivo y, en lugar de madrugar para cocinar el bocado de cada día, comenzó a frecuentar los mejores restaurantes de la capital. Contrató una mucama para el trabajo doméstico, se compró un carro último modelo, cambió los muebles, compró óleos y esculturas, acción en un club, resort en las Bahamas y hasta un BlackBerry con plan ilimitado como símbolo de su nuevo estatus. Tal fue el desenfrenado nivel de consumo de Venezia que ya la renta del apartamento no le alcanzaba para mantener al día sus deudas. Se retrasó en el pago de sus TDC, en la cuota del carro y hasta apareció en la lista de morosos del Condominio. Empezó a pensar en un plan de austeridad, en recortar gastos superfluos y volver a vivir de su esfuerzo productivo. Y cuando estaba a punto de aplicar sus severas medidas se le murió el padrino a Venezia. Pero esta vez el difunto no le dejó un apartamento sino un edificio. Se mudó al Pent House y así se olvidó de su plan de austeridad y de la promesa de vivir de su trabajo.

La historia de Venezia es la de Venezuela, un país que vivió de su esfuerzo productivo hasta que sobrevino la abundancia de la renta petrolera. Esta permite comprarle al resto del mundo lo que deberíamos estar produciendo con nuestro propio trabajo. Cuando el precio del petróleo perforó el umbral de los 100 $/b, creímos que nunca más bajaría. Pero estalló la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera. La economía mundial cayó en una profunda recesión y el precio se desplomó de 147 $/barril en julio de 2008 a solo 30 $ en enero del 2009. El sueño del rentismo petrolero se tornaba en pesadilla, el regresivo y antipopular IVA fue aumentado y hasta el bolívar fuerte fue devaluado durante dos años consecutivos para conjurar la crisis fiscal en puertas.

Las economías rentistas parecieran condenadas a la siniestra suerte de disfrutar de la abundancia cuando en otros países estallan crisis o guerras. El conflicto en Egipto y la amenaza de interrumpir el flujo de petróleo por el canal de Suez levantaron el precio por encima de los 100 $/barril. La invasión a Libia y la resistencia interna, harán de este nuevo auge rentístico un episodio prolongado. Por si fuera poca la renta petrolera que a lo largo de casi un siglo el país ha consumido, a Venezuela se le acaba de notificar una nueva herencia: posee las reservas de petróleo más grandes del mundo. En tales condiciones de abundancia, no hay mayores urgencias para impulsar el desarrollo de un sólido aparato productivo que permita sustituir importaciones o diversificar la oferta exportable. Vivir del caudaloso ingreso petrolero y no de su esfuerzo productivo pareciera ser la bendita maldición a la que estará condenada para el próximo siglo la Venezuela rentista, si no se procede a una profunda revisión y rectificación de la estrategia de desarrollo económico.

Actualmente en nuestro país, la voluntad política por construir una nueva sociedad no escapa a estas tensiones y contradicciones de la herencia rentista. Por un lado, se ha puesto en marcha una estrategia de desarrollo que prioriza lo social, fundamentada en la vieja idea de "sembrar el petróleo". En efecto, la inversión social de la renta petrolera es lo que ha permitido reducir de manera rápida y significativa los elevados niveles de desempleo, pobreza y exclusión social que hasta hace poco afectaban a un alto porcentaje de los venezolanos/as. Pero en el plano económico el fenómeno del rentismo se ha acentuado. El coeficiente de importaciones como porcentaje del PIB ha aumentado como nunca, mientras que el coeficiente de exportaciones no tradicionales -particularmente las agrícolas y manufactureras, están llegado a sus niveles más bajos en los últimos 25 años. De cada 100 dólares que percibe Venezuela 96 los pone el petróleo, exacerbando una cultura rentista que se expresa en el voraz afán de disfrutar de un ingreso que no es fruto del esfuerzo productivo. Todos exigen los dólares baratos de CADIVI, pero ninguno genera un solo dólar con su esfuerzo productivo, con sus exportaciones de bienes o servicios. Mayor expresión de la cultura rentista es difícil de encontrar.

La sobrevaluación del tipo de cambio -lo cual se expresa en un dólar oficial tan barato que se vende apenas al 50 % del precio que señala el mercado-, recrudece la cultura rentista. En la práctica, ese subsidio al dólar es un subsidio a las importaciones y un castigo a las exportaciones. Subsidiar al dólar significa subsidiar las importaciones. En otras palabras, vender un dólar barato significa abaratar las importaciones que compiten y desplazan la producción nacional. Por lo tanto, es la propia política cambiaria del gobierno la que acentúa esta propensión a importarlo todo, a gastar la renta petrolera comprándole al resto del mundo lo que deberíamos estar produciendo internamente con nuestro propio esfuerzo productivo.

De allí la importancia de una profunda revisión y rectificación de la política económica -particularmente de la política cambiaria, arancelaria y comercial-, para hacer posible la transformación del capitalismo rentístico importador en un nuevo modelo productivo capaz de sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable. Esto implica obviamente “sembrar el petróleo” en la mejora y ampliación de la infraestructura y servicios básicos que requiere la actividad productiva; pero también exige una mayor coherencia entre la política macroeconómica y las políticas sectoriales, sobre todo con el diseño y ejecución de las políticas industriales, agrícolas y mineras orientadas al desarrollo de un pujante aparato productivo, las cuales suelen verse mediatizadas y hasta anuladas por políticas cambiarias, monetarias y fiscales que suelen ser contrarias a la lógica de la actividad productiva.

Solo a partir de esta profunda revisión y rectificación de la política económica será posible reimpulsar un crecimiento económico de calidad, sustentado en los sectores de la economía real -en la agricultura, la industria y la construcción-, y no en el comercio, las importaciones o la actividad financiera y especulativa que hasta ahora han sido los sectores que apuntalan la economía nacional. Es por esta vía que podremos lograr los objetivos y metas de la soberanía alimentaria y productiva y conjurar así los inevitables traumas que siempre se presentan cada vez que ocurre un descalabro en los precios del crudo y los niveles de la renta petrolera se desploman.

Urge, entonces, una nueva política económica pensada y ejecutada para acelerar el tránsito de una economía rentista en una nueva economía productiva, bajo el control directo de los trabajadores, los consumidores organizados y de la comunidad, en función de desarrollar y fortalecer una nueva cultura basada en el valor del trabajo productivo, capaz de generar una creciente y abundante producción de los bienes y servicios que se requieren para satisfacer las necesidades básicas y esenciales de toda la población.

1 comentario:

  1. Usted apreciado amigo, siempre a dicho en sus escritos grandes VERDADES, pero precisamente lo que usted está planteando, choca con los intereses de muchos personeros dentro del proyecto PAIS (Proyecto Simón Bolívar), y ellos harán todo lo posible por sabotear cualquier intento de desarrollo de lo que se ha llamado Siembra del Petróleo. Estoy seguro que usted leyó el libro del camarada Salvador De La Plaza “El Petróleo En La Vida Del Venezolano”, donde precisamente él describe como las Transnacionales de La Energía, en forma directa o a través de sus Lacayos, han hecho todo lo posible por Sabotear todo lo que signifique la Independencia Tecnológica, Independencia que nos garantizará para siempre la verdadera INDEPENDENCIA.

    Hoy vemos con tristeza, como han utilizado el dinero del Fondo Bicentenario, fondo creado con la finalidad de ir rompiendo las ataduras de la Dependencia Tecnológica, para otorgar créditos, para fabricas de bloques de cemento, Gallinas Ponedoras, reconstruir bandas de frenos para vehículos y otros, por lo que estoy muy seguro, que el Tío Sam, estará riendo y diciendo OK, OK, YES, YES, YES.

    RedDog007

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