miércoles, 4 de julio de 2012

Foro de Sao Paulo. De la desindustrialización neoliberal a la industrialización socialista



XVIII Encuentro del Foro de Sao Paulo
II Seminario sobre Gobiernos Progresistas y de Izquierda
Caracas, 5 de julio de 2012


Venezuela: de la desindustrialización neoliberal

 a la industrialización socialista



Víctor Álvarez R.

Contenido









El extractivismo es un modelo de acumulación basado en la obtención de una renta por la explotación de recursos naturales y energéticos. Lleva a la dependencia de los países ricos en materias primas pero pobres en tecnología, los cuales se limitan a vender tales recursos en lugar de transformarlos industrialmente. Es un modelo depredador del ambiente toda vez que agota los yacimientos o los extrae a un ritmo superior a la tasa de reposición (Acosta, 2011).
Es un modelo de enclave con una actividad aislada del resto de la economía y poco impacto sobre desarrollo endógeno. Coexisten sistemas de alta y baja productividad, baja densidad de empresas industriales por cada mil habitantes, poca diversificación e integración industrial. La mala asignación de los factores productivos distorsiona la dinámica económica. El comercio y los servicios tienden a cobrar más importancia que la agricultura y la industria, que son los sectores en los que descansa la soberanía productiva, toda vez que son los que proveen los bienes que se requieren para satisfacer las necesidades de la población.
Los países con fuerte arraigo extractivista dependen de la captación de renta y no del esfuerzo productivo para satisfacer sus necesidades. La abundancia de divisas tiende a sobrevaluar la moneda nacional. Así resulta más rentable importar que producir. Los productores se transforman en importadores y desplazan a la producción nacional: importan porque no producen y no producen porque importan. La crisis estalla cada vez que los precios del recurso natural se desploman, no ingresa la misma cantidad de divisas y se impone la obligación de devaluar, generando así inflación, desempleo, pobreza y exclusión.
2.  La mentalidad rentista: ¿Qué hacer con la renta petrolera?
La certificación de cuantiosas reservas crea una ilusión de prosperidad. Desde que apareció el petróleo en Venezuela ha sido mucho más fácil devorar la renta comprándole al resto del mundo lo que bien pudiéramos estar generando internamente con nuestro propio esfuerzo productivo. De allí que la mentalidad rentista sea aquella que pretende generar ingresos sin tener que trabajar. Así pues, en los países con modelos extractivistas-rentistas, el ingreso no es fruto de su esfuerzo productivo sino de la explotación de una herencia de la naturaleza. Esta abundante renta permite comprarle al resto del mundo lo que deberían estar produciendo internamente (Mommer, 2004).
La alternativa al rentismo pasa por un profundo cambio cultural. Hay que sustituir la mentalidad rentista que procura captar la mayor renta posible para consumirla, por una nueva cultura de la inversión y del  trabajo. Pero esta inversión no puede ser sólo en infraestructura, también es clave la inversión social y la inversión en ciencia y tecnología. Todas son imprescindibles para poder transformar los recursos naturales que ahora exportamos sin mayor valor agregado, en una producción industrial que permita sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable para generar nuevas fuentes de divisas que nos hagan menos dependientes del ingreso petrolero.
Venezuela posee las reservas de crudos más grandes del mundo (OPEP, 2011). De allí la importancia de sembrar el petróleo para impulsar el desarrollo de un sólido aparato productivo, sustituir importaciones, diversificar la oferta exportable y lograr la soberanía productiva que nos permita vivir de nuestro propio esfuerzo productivo y conjurar los traumas que genera el comportamiento errático de la renta petrolera.
La renta petrolera debe tener varios destinos. La “siembra del petróleo” no debe ser vista solo como inversión en autopistas, ferrovías, metros, puentes, centrales termo o hidroeléctricas y demás obras de infraestructura. Este enfoque “desarrollista” fue el que predominó en la IV República anterior a la Revolución Bolivariana, y por eso la inversión de la renta favoreció a las empresas contratistas a las que se les adjudicaban las obras, mientras el desempleo, la pobreza y la exclusión social causaba estragos en la mayoría empobrecida de la población. La inversión en infraestructura es necesaria más no suficientes.
En su determinación por acabar con estos flagelos sociales, la Revolución Bolivariana invierte un porcentaje creciente de la renta petrolera para garantizar el derecho de todos los venezolanas/os al trabajo, alimentación, educación, salud, vivienda, ciencia, tecnología, cultura, deporte, etc. Otro porcentaje significativo es invertido en el Fondo de Desarrollo Nacional (FONDEN) y distintos fondos de desarrollo nacional y patrimonial que minimizan el impacto negativo del comportamiento errático que a lo largo de la historia han tenido los precios del petróleo.
La política de sustitución de importaciones se caracterizó por la transferencia de una parte de la renta petrolera al capital industrial a través de créditos a bajas tasas de interés y largo plazo, protección arancelaria y para-arancelaria, incentivos fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, capacitación de la fuerza de trabajo, asistencia técnica, etc. La inversión pública en la infraestructura básica y servicios de apoyo a la actividad industrial y la creación de un mercado interno a través del incremento de la nómina pública que demanda los bienes producidos por la industria nacional también apoyaron y facilitaron este proceso de acumulación (Álvarez, 2011).
La creación de un mercado cautivo a favor de la producción nacional se logró a través de restricciones cuantitativas, de un régimen de licencia previa, aranceles sobre el valor y volumen de las importaciones, notas o barreras para-arancelarias que prohibían o sometían a licencia previa buena parte de los renglones de importación; aplicación de cupos de importación, todo lo cual restringía la competencia externa en el mercado interno.
La Revolución Bolivariana heredó un sector industrial ineficiente, incapaz de sobrevivir sin la sobreprotección estatal; con unas estructuras de mercado oligopólicas y con altos niveles de capacidad ociosa, cuyo efecto final se manifestó en la imposición de una carga sobre los trabajadores y consumidores, quienes se vieron obligados a pagar mayores precios por artículos de menor calidad.
Con el fin de lograr la soberanía productiva, hay que reimpulsar el proceso de industrialización para sustituir eficientemente el alto volumen de importaciones de productos manufacturados que aún se realiza, así como para diversificar la oferta exportable y generar nuevas fuentes de divisas que nos haga menos dependientes del ingreso petrolero. Pero esta vez hay que hacerlo reorientando los incentivos públicos hacía las empresas de la economía social llamadas a producir valores de uso que satisfagan las necesidades básicas y esenciales de la población, en condiciones de excelente calidad y bajos costos; así como generar un creciente excedente para financiar la inversión social y comunitaria (Álvarez, 2010).
Al contrario de la escasez de divisas que obligó a muchos países a promover la industrialización, en Venezuela se ha realizado en condiciones de un abundante ingreso en divisas provenientes de las exportaciones petroleras. Es la necesidad de legitimar el régimen político de la democracia representativa y la presión por encontrar nuevas formas de acumulación, las razones que en su momento llevan a impulsar la industrialización como un gran proyecto modernizador de interés nacional (Álvarez, 2011).
Por eso, la industrialización por sustitución de importaciones fue un proceso subsidiado por el Estado de la IV República, el cual transfirió parte de la renta petrolera a la burguesía industrial a través de incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, capacitación técnica, inversiones en infraestructura y servicios de apoyo a la actividad industrial, asistencia técnica., etc. Los abundantes subsidios y la elevada protección de la que gozó la inversión industrial permitieron asegurar altos niveles de ganancia y rentabilidad en un mercado cautivo, resguardado de la competencia de productos importados. Pero los rezagos en calidad, productividad y competitividad de la industria nacional condenaron a los trabajadores a comprar productos más caros y de inferior calidad que los importados.
Y así como se impuso un modelo de protección indiscriminada e irracional que ciertamente hizo posible un mayor grado de industrialización de la economía venezolana, se pasó luego a un proceso de apertura indiscriminada del mercado interno y liberalización generalizada de las importaciones, las cuales comenzaron a desplazar a la producción nacional y a erosionar la generación de empleos productivos.
En lugar de reeditar el proteccionismo a ultranza o la apertura extrema, se trata ahora de reimpulsar la industrialización para transformar el capitalismo rentístico en un nuevo modelo productivo socialista, que asegure la soberanía productiva y erradique las causas estructurales del desempleo, la pobreza y la exclusión social.
La reactivación de la economía nacional no será gracias a la mano invisible del mercado sino obra de una sabia y oportuna actuación del Estado. Lograr y mantener la reactivación de la economía pasa por concentrar el impacto de los incentivos públicos en los sectores con mayor efecto multiplicador: los de más peso en la estructura del PIB que han sufrido una mayor contracción. En Venezuela, la manufactura es el sector que más aporta en la conformación del PIB (15 %) (BCV, 2011).
Por su peso específico en el PIB, cualquier crecimiento o contracción de la industria repercutirá en la dinámica general de la economía y el empleo. La manufactura tiene un gran impacto sobre las cadenas productivas. Hacia atrás demanda materias primas a la agricultura, pesca, forestal, minería, etc. Hacia adelante ofrece bienes intermedios y finales para el desarrollo de otros sectores. Demanda también servicios de apoyo, agua, gas, electricidad, telecomunicaciones, financiamiento, infraestructura, redes de distribución y comercialización. Si crece la industria crecen también estos sectores.
Solo a través de un firme reimpulso a la industrialización transformaremos la economía rentista e importadora en un nuevo modelo productivo capaz de sustituir eficientemente el alto volumen de importaciones, diversificar la oferta exportable y ser cada vez menos vulnerables a los traumas que ocasionan los altibajos del ingreso petrolero. En este sentido, la política económica del Gobierno Bolivariano se propone ir más allá de la simple reactivación económica para plantearse, fundamentalmente, la transformación de una economía rentista en un nuevo modelo productivo socialista.
La idea de lograr el desarrollo a través de un creciente grado de industrialización sigue siendo una gran aspiración en la mayoría de los países de la periferia. Asocian la industrialización al logro de objetivos de modernidad, progreso y bienestar. Otros entienden el desarrollo como la construcción de autopistas, ferrovías, metros, puentes, centrales hidroeléctricas y demás obras de infraestructura.
Generalmente, el impetuoso ritmo que alcanza la actividad industrial viene acompañado por la emanación de gases con efecto invernadero; efluentes líquidos que se vierten en ríos, lagos y mares; y la acumulación de desechos sólidos que terminan siendo una bomba de tiempo. Esto es causa del calentamiento global y de un daño irreparable a la biodiversidad, con su secuela de millares de víctimas debido a las sequías, desertificación y catástrofes ambientales. Por su parte, la inversión en infraestructura es necesaria más no suficiente. El desarrollo tiene que ser sobre todo un proceso que garantice el derecho al trabajo, alimentación, educación, salud, vivienda, ciencia, tecnología, cultura, deporte y demás condiciones en las que se sustenta la calidad de vida, bienestar y felicidad de la gente.
El verdadero desarrollo humano integral solo será alcanzable a partir de un nuevo acuerdo social, político y económico que garantice las condiciones básicas para lograr la mayor suma de felicidad posible para el pueblo. Se trata de construir los grandes consensos en el marco de una sociedad diversa y plural para alcanzar objetivos comunes de bienestar colectivo. Estos acuerdos deben tener como principio rector una relación armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza, así como la distribución equitativa de la riqueza generada con el esfuerzo productivo de todos. Se trata de saber vivir para lograr el progreso humano integral, en armonía con la naturaleza y no en conflicto con ella.
En la lógica del capital, el desarrollo se mide a través del PIB. Pobre de aquel país cuyo gobierno no muestre la eficacia de su política económica para incentivar el consumo privado como fuerza motriz del crecimiento económico. Cada caída de la demanda se traduce en una disminución de las ventas y, en consecuencia, en una merma de las ganancias que se materializan en cada transacción.
Desde esa lógica perversa y alienante se le hace el juego a la reproducción del capital. Cada vez que cae el PIB, los gobiernos suelen ofrecer incentivos a la inversión privada, convencidos de que la reactivación de la economía pasa por la recuperación de la demanda agregada, sustentada en la inversión pública y sobre todo en el consumo privado.
Exacerbar el consumismo mercantil para recuperar las ventas y facilitar un ascendente nivel de ganancias que estimule la inversión resulta ser la panacea para reactivar la economía y, supuestamente, generar los empleos que se requieren para combatir la pobreza y la exclusión social. Una paradójica e insostenible noción de desarrollo que se logra al precio de profundizar la explotación del trabajo asalariado y depredar cada vez más la naturaleza (Álvarez, 2012). 
Los recursos naturales son cada vez más limitados, la Tierra no tiene forma de ser ampliada y está cada vez más degradada. La voracidad del crecimiento capitalista se satisface extrayendo de la naturaleza todo cuanto le sea útil para producir mercancías que puedan ser vendidas para lograr más y más ganancias. Según el índice Planeta vivo de la ONU, en menos de 40 años la biodiversidad sufrió una merma del 30% y desde 1998 las emisiones de gases de efecto invernadero se han incrementado en 35 % (ONU, 2011). Es hora de pensar en una nueva noción del desarrollo socialista que supere la lógica del capital, basada en el crecimiento ilimitado del PIB.
La industrialización socialista es un proceso planificado del crecimiento y desarrollo de las capacidades productivas y tecnológicas dedicadas a transformar materias primas en insumos básicos, bienes intermedios y productos de consumo final, con el fin de satisfacer fundamentalmente las necesidades básicas y esenciales de la población.
Es la fuerza motriz para impulsar la transformación de una economía rentista, que casi todo lo importa y poco produce, en una nueva economía independiente y soberana. Es la única estrategia posible para transformar el modelo primario-exportador que impusieron las grandes potencias industrializadas y nos condenó a ser exportadores de petróleo y materias primas por un nuevo modelo productivo capaz de sustituir eficientemente importaciones, diversificar la oferta exportable y, de esta manera, ahorrar y generar nuevas fuentes de divisas que nos hagan menos dependientes del ingreso petrolero.
La industrialización socialista es un componente fundamental de una política económica diseñada para avanzar hacia el logro de los objetivos de seguridad y soberanía alimentaria y productiva. Es la mejor manera de generar empleos verdaderamente fructíferos, cuya remuneración tenga como contrapartida la producción de una abundante oferta de bienes y servicios destinados a satisfacer las necesidades básicas y esenciales del pueblo trabajador.
Además, al satisfacer la demanda interna con producción nacional se evita que los ajustes en el tipo de cambio -que encarecen el componente importado y repercuten en la estructura de costos-, desborden las presiones inflacionarias. Por eso requiere un manejo inteligente de la política macroeconómica y microeconómica; es decir, la fijación de un tipo de cambio que exprese la verdadera productividad de la economía no petrolera; una política arancelaria y fiscal que desaliente las importaciones y favorezca la producción nacional; así como incentivos monetarios y financieros para la inversión productiva.
La industrialización socialista está llamada a superar una menguada y cada vez más cuestionada idea del desarrollo ligada a una promesa de bienestar, felicidad y calidad de vida que, en la práctica, ha reducido esta gran aspiración humana a parámetros mercantiles de crecimiento económico y consumo (Fundación Rosa Luxemburg, 2011).
La idea del desarrollo industrial queda totalmente desdibujada si se sustenta en las mismas prácticas depredadoras de la naturaleza que ha puesto en riesgo la supervivencia del planeta. La industrialización socialista plantea la necesidad de construir alternativas que salgan del patrón impuesto por las grandes potencias a los países de la periferia, el cual los ha condenado al papel de extractores de materias primas y recursos energéticos en un mercado mundial regido por lógicas neoliberales
Durante décadas la noción de país industrializado fue equivalente a la de país desarrollado, pero en la actualidad, la mayoría de esas potencias se han desindustrializado al trasladar buena parte de su actividad manufacturera a China y otros países asiáticos. Los altos costos laborales y la creciente conciencia ecologista en las otrora potencias industrializadas explican la relocalización de su  actividad fabril.
La noción del desarrollo limitada al crecimiento del PIB, inversiones,  consumo, exportaciones, reservas internacionales, ganancias, etc. no ha podido cumplir con la promesa de mejorar la calidad de vida, el bienestar y la felicidad de todos los ciudadanos. El desarrollo no puede ser un fin cuantitativo sino un proceso cada vez más cualitativo, que trascienda las necesidades materiales e incluya la satisfacción de las necesidades intelectuales, emocionales y espirituales de la gente.
La industrialización socialista marca clara distancia con el sesgo economicista del desarrollo, el cual se basa en la explotación de los trabajadores y en la depredación de la naturaleza, consecuencia inevitable de la exacerbación del consumismo capitalista que tiene a agotar los yacimientos de energía y los recursos naturales.
Y, lo más importante, la industrialización socialista tiene que basarse en nuevas formas de propiedad social que liberen al trabajador asalariado de la explotación del capital y creen nuevas formas de democracia económica a través de las cuales sean los propios trabajadores quienes construyan los acuerdos básicos para remunerar su esfuerzo productivo e invertir los excedentes, en función de resolver los problemas de los trabajadores, la comunidad y la propia empresa de propiedad colectiva.





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