Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
La
semana pasada una nota de prensa informó que la Comisión de Comercio Exterior
de la Cámara de Industriales de Carabobo -que en el pasado concentró el 80 % de
las exportaciones del sector industrial venezolano- se propone reactivar la
producción para exportar. Seguramente se han visto estimulados por la
posibilidad que ahora hay de cambiar su ingreso en divisas a la tasa de cambio
Simadi, mucho más remunerativa que las tasas de cambio de Cencoex y Sicad, a
las cuales los exportadores venezolanos se vieron obligados a convertir el
mayor porcentaje de su entrada en divisas por ventas en exterior.
A
lo largo de un siglo de extracción y exportación de petróleo, Venezuela pudo captar
un creciente plusvalor internacional que inicialmente facilitó los procesos de
inversión y conformación del mercado interno. Al ser el Estado el principal
perceptor de la renta petrolera, los gobiernos de turno procedieron a distribuir
la misma a favor de los agentes económicos, políticos y sociales internos. Como
la renta es originada por la exportación de un recurso natural del cual -como
venezolanos- somos copropietarios, todos nos sentimos con derecho a una tajada
de la misma. Así, agricultores, industriales, comerciantes, importadores,
turistas, estudiantes, etc. reclaman la asignación suficiente, oportuna y
transparente de divisas, pero pocos se interesan en realizar un sostenido
esfuerzo productivo para generar nuevas fuentes de divisas no petroleras.
La
sobrevaluación estructural como rasgo de la Venezuela rentista
La
renta petrolera ha generado una relación inversa con la economía real. Como el
ingreso de divisas no tiene su contrapartida en la diversificación y aumento de
la producción nacional, sino en la exportación de un recurso natural, la tasa
de cambio a la cual se venden los petrodólares no expresa la productividad de
la agricultura o industria, sino la productividad de la industria petrolera.
Esto impone una tasa de cambio oficial muy baja que estimula toda clase de
importaciones de bienes que perfectamente se pudieran producir con el esfuerzo
productivo nacional.
La sobrevaluación de la tasa de cambio derivada de la
abundante renta petrolera ejerce efectos contradictorios. En un primer momento
puede facilitar la industrialización al abaratar la importación de bienes de
capital e insumos industriales; pero, a la larga, la debilidad de los
encadenamientos entre los distintos eslabones de la industria manufacturera lleva
a la importación de insumos y bienes de capital que compiten ventajosamente con
la producción nacional, gracias a esa misma sobrevaluación estructural del
bolívar.
Así pues, la escasa integración vertical, el poco
avance en la substitución de importaciones y la precaria oferta exportable son
rasgos consubstanciales de la tendencia a la sobrevaluación de la tasa de
cambio que se entroniza en una economía rentista como la venezolana. La permanente tendencia a la apreciación de la moneda y
a la sobrevaluación de la tasa de cambio oficial también castigó la
competitividad cambiaria y desestimuló las exportaciones no petroleras. Es por
esta razón que nos mantenemos en un círculo vicioso: importamos
porque no producimos y no producimos porque importamos.
Las experiencias de
industrialización exitosa demuestran que el tipo de cambio jugó un importante papel en el
incremento de las exportaciones manufactureras debido a que formó parte de un
conjunto integral de políticas macroeconómicas y sectoriales bien articuladas.
En efecto, la competitividad cambiaria fue sostenida y reforzada con políticas macroeconómicas coherentes, así como adecuadas políticas
agrícolas, industriales y tecnológicas. Los ajustes
macroeconómicos solo se justificaron para crear un ambiente favorable a la
inversión productiva y nunca fueron considerados un fin en sí mismo.
Competitividad
cambiaria: necesaria más no suficiente
Una tasa de cambio competitiva es una condición
necesaria más no suficiente para estimular las exportaciones manufactureras. Los
ajustes cambiarios que han tenido lugar desde 1983 así lo han demostrado. El pobre desempeño de las exportaciones manufactureras no se debe
esencialmente a la ausencia de un tipo de cambio competitivo, sino a la
ausencia de una política económica coherente. Los países exportadores
de bienes de alto contenido tecnológico tienen claro que una tasa de cambio aislada es insuficiente para
sustituir importaciones e incrementar las exportaciones. Se requiere un
ambiente macroeconómico adecuado que contribuya a la efectividad de las
políticas agrícolas, industriales y tecnológicas que se pongan en marcha para
impulsar la transformación de una economía rentista e importadora en un nuevo
modelo productivo exportador.
De nada vale alardear sobre las ventajas
comparativas que el país tiene en materia de energía, petróleo y minerales si
estas no son transferidas al sector transformador para agregarles valor. Hasta hace poco, el mayor porcentaje de las exportaciones públicas no
petroleras se concentró en las industrias básicas. Con frecuencia, éstas se
realizaban en desmedro del abastecimiento del mercado nacional. Al priorizar
sus exportaciones, las empresas básicas dejaban sin insumos no solo a las
empresas del sector privado, sino también a las propias empresas de la CVG. Así
lo demuestra el desabastecimiento que han sufrido empresas como Alunasa,
Alucasa y Cabelum que -a pesar de ser empresas del Estado-, no reciben
oportunamente el aluminio que debe proveerles Alcasa y Venalum, viéndose
obligadas a disminuir y prácticamente paralizar su ritmo de producción por la
falta del metal. Actualmente, en las empresas básicas se ha derrumbado la
producción, llegándose al extremo de importar el aluminio y el acero que antes
se exportaba.
Pero en Venezuela, la sustitución de importaciones ha estado divorciada de la promoción de
exportaciones. No ha habido ni una política industrial ni una política
tecnológica que tengan como objetivo sustituir importaciones y aumentar las
exportaciones, para lo cual también se requiere una agresiva promoción y
financiamiento de la oferta exportable venezolana en los mercados
internacionales.
No exporta una empresa: ¡exporta un país!
El ajuste cambiario no es suficiente para comenzar a exportar. En los
mercados internacionales se compite con creciente calidad, mejores precios,
cantidades adecuadas a los pedidos y puntualidad en la entrega. Si
no va acompañado de un conjunto coherente de políticas agrícolas, industriales,
tecnológicas, infraestructura y servicios de apoyo al sector exportador, el tipo
de cambio se torna insuficiente para impulsar la sustitución de importaciones y
aumentar la oferta exportable. Hay que tener en
cuenta que no exporta una empresa sino un país. La proeza de colocar en los
feroces mercados internacionales un producto hecho en Venezuela es el punto
culminante de un largo proceso de construcción nacional de capacidades para la
exportación que va más allá de la fábrica e incluye parques industriales con
una adecuada dotación de:
ü Servicios de agua, electricidad y gas industrial
ü Telecomunicaciones
ü Plantas de tratamiento
ü Carreteras, autopistas y ferrovías
ü Puertos y aeropuertos
ü Eficiencia y transparencia en las aduanas
ü Suministro de insumos básicos en adecuadas condiciones de precio,
calidad, cantidad y oportunidad de entrega
ü Formación técnica y productiva de los trabajadores
ü Capacidades gerenciales, tecnológicas e innovativas
ü Claridad y estabilidad del marco legal y entorno institucional que rige
las operaciones e incentivos al comercio exterior.
Cuando uno de esos eslabones falla se rompe una cadena, un mecanismo y
un sistema que deben funcionar a la perfección. En consecuencia, se dificulta y
entorpece el esfuerzo exportador.
La
devaluación fiscalista
Debido al colapso de los precios del
petróleo, la importación de materias primas, insumos básicos, maquinarias,
equipos y tecnologías para el aparato productivo interno está prácticamente
paralizada. Mientras el sector privado no genere sus propias fuentes de divisas
seguirá dependiendo de la insuficiente, demorada, discrecional y poco
transparente asignación de divisas provenientes de la menguada renta petrolera.
En
lugar de seguir exigiendo al Gobierno la liquidación oportuna de divisas petroleras
para honrar las deudas con proveedores
extranjeros, el debate entre los sectores público y privado debe estar enfocado
en la adopción de una nueva tasa de cambio que exprese la verdadera
productividad de la agricultura e industria nacionales. Solo así se podrá
liberar a la producción nacional de la ruinosa competencia que representan las
importaciones gubernamentales y privadas que se hacen a una tasa de cambio
artificialmente baja y, a su vez, respaldar la competitividad cambiaria de la
oferta exportable nacional en los mercados internacionales.
En
Venezuela, el manejo de la política cambiaria nunca ha sido parte de una estrategia de transformación estructural de la
economía nacional. Se devalúa para que el gobierno obtenga más
bolívares por cada petrodólar recibido y así poder paliar el déficit fiscal. Más
no se ajusta la tasa de cambio oficial con el fin de desalentar las importaciones,
estimular las exportaciones y cerrar el déficit de la balanza comercial. Momentáneamente,
la devaluación del bolívar estimula las ventas en el
exterior. El coeficiente de exportaciones con respecto al valor bruto de
producción manufacturera se eleva, pero siempre vuelve a caer una vez que se
recupera la demanda interna y reaparece la sobrevaluación. Cuando el peso de la
agricultura e industria era mayor en la conformación del PIB, la caída de la
demanda interna originada por la voracidad inflacionaria era parcialmente
compensada con las exportaciones eventuales. Pero más allá
de breves períodos de auge, las exportaciones privadas siempre se desploman con
los auges de la renta. Actualmente no representan el 2 % del total de las
exportaciones totales. De hecho, las exportaciones no petroleras, incluyendo
las exportaciones de las empresas básicas, no registran ningún crecimiento
sostenido que valga la pena destacar.
En cada auge rentístico, la
abundancia de divisas tiende a sobrevaluar nuevamente la moneda y a reeditar
los obstáculos cambiarios al desarrollo industrial y al crecimiento de las
exportaciones no petroleras. Al ser una economía rentista altamente dependiente
de las exportaciones petroleras, la caída de los precios de los crudos siempre desata
presiones deficitarias sobre la balanza de pagos y la gestión fiscal. Los
reiterados desequilibrios macroeconómicos que origina el comportamiento
errático de los precios del petróleo es lo que una y otra vez ha obligado a
devaluar.
La
creciente brecha entre el impetuoso ritmo de la inflación doméstica en
comparación con una inflación mucho más baja en los países que son los
principales socios comerciales de Venezuela acelera la sobrevaluación de la
tasa de cambio oficial y opera como un subsidio a las importaciones que castiga
severamente la competitividad cambiaria de la producción nacional, toda vez que
resulta mucho más barato importar que producir.
La corrección de la sobrevaluación estructural del
bolívar es un requisito clave para superar el sesgo anti-exportador de la
economía venezolana. Pero encontrar
una tasa cambiaria que exprese la verdadera productividad de la agricultura e
industria, requiere la definición de políticas macroeconómicas, agrícolas
industriales y tecnológicas coherentes que hagan posible un desarrollo
sostenido de la economía real. La
ausencia de estas políticas ha influido en la baja contribución de la
agricultura y la manufactura en la conformación del PIB y en las exportaciones
no tradicionales. Y sin producción nacional
no es posible sustituir importaciones, ni mucho menos exportar.
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