Víctor
Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
La crisis ambiental que se expresa en el cambio climático y
recalentamiento global, el derretimiento de los glaciares, la acidificación de
los suelos, el agotamiento de las fuentes de aguas y de muchos recursos
naturales, impone redefinir las estrategias economicistas y productivistas de
desarrollo que han terminado por comprometer seriamente la esperanza de vida en
el planeta, toda vez que representa un grave peligro para las
generaciones futuras.
Al asumir la
defensa de la vida no podemos limitarnos única y exclusivamente a la vida
humana. Se impone también defender a la naturaleza de la cual formamos parte
inseparable, y cuya protección es una condición imprescindible para garantizar la
existencia de todas las personas. Por tanto, implica reconocer los derechos de la naturaleza por encima de los
objetivos y metas de desarrollo económico.
Venezuela es uno los principales reservorios de recursos
naturales, con las reservas de petróleo más grandes del mundo, además de gas y
minerales, fuentes de agua dulce, bosques, biodiversidad y ecosistemas, tierras
aptas para la producción agrícola, fuentes primarias de energía y un gran
potencial para la producción de energías limpias. Un país que tiene todo lo que
se necesita para lograr la soberanía alimentaria y productiva. Pero tiene
pendiente aún concertar políticas y estrategias de interés común que le permitan convertir el
aprovechamiento racional de esas riquezas, en la condición básica para erradicar
las causas estructurales del desempleo, la pobreza y la exclusión social.
Importamos porque no producimos y no
producimos porque importamos
Una y otra vez se ha planteado que nuestra mayor riqueza son los
recursos naturales y que debemos explotarlos para luchar contra el hambre. Para
justificar la intensificación del extractivismo se nos dice que no podemos seguir como el mendigo sentado
sobre un saco de oro. Ante la urgencia de obtener los recursos
financieros que permitan financiar los programas destinados a reducir el
desempleo, la pobreza y la exclusión social, se justifica el modelo
extractivista-rentista, pero se corre el riesgo de caer en un círculo vicioso del
cual resulta cada vez más difícil salir.
Ciertamente, la
renta captada por la exportación de recursos naturales ha permitido financiar
la inversión social, pero no ha estimulado un crecimiento económico de calidad
ni una distribución progresiva del ingreso. Por el contrario, ha traído como
consecuencia un proceso de reprimarización de la economía. Como la renta no la pagan los productores ni
consumidores nacionales, sino que la pagan los consumidores internacionales, la
misma constituye la captación de un plusvalor internacional que luego es
distribuido a favor de los factores económicos, políticos y sociales internos.
Mientras más crece la población y el consumo,
mayores son las necesidades de importación y mayor el imperativo de extraer más
recursos naturales para captar la renta que permita financiar las importaciones
que el precario aparato productivo interno no está en capacidad de sustituir.
Al no contar con una economía fuerte que garantice la soberanía alimentaria y
productiva, se intensifica la extracción y exportación de recursos naturales.
Pero a medida que se capta una más renta y se inyecta a la circulación
doméstica, mayor suele ser la propensión a importar toda clase de productos,
con lo cual se frena la producción nacional.
No se puede seguir
apostando al extractivismo con el falso argumento de que éste financiará el
crecimiento económico y la redistribución del ingreso. La renta derivada de las
actividades extractivas no podrá financiar una verdadera estrategia de
desarrollo. El extractivismo genera una abundante fuente de recursos que se
destina a importar y, por lo tanto, desestimula el esfuerzo productivo
nacional. Importamos
porque no producimos y no producimos porque importamos.
En defensa de una economía emancipadora y soberana
El aprovechamiento de los
recursos naturales y su incidencia en las condiciones sociales y la vida humana
constituyen un aspecto crucial en la construcción de una sociedad libre de
pobreza, donde la reproducción de las condiciones materiales haga posible la
reproducción de la especie humana. Una condición básica para derrotar la pobreza es superar la
visión extractivista que explota a gran escala los recursos naturales para exportarlos
sin mayor grado de transformación, sin generar ningún estímulo para el fortalecimiento
de la industria ni de las capacidades tecnológicas e innovativas locales.
La soberanía es la capacidad de
ejercer el dominio y disposición del territorio, por encima de cualquier otro
poder. En esta noción, los recursos naturales son parte integrante del
territorio y, en consecuencia, representan una base importante para el
desarrollo económico y social. Pero aun cuando su explotación sea realizada por
empresas estatales o nacionales, el extractivismo
refuerza la dependencia de los centros de poder mundial y reproduce los
mecanismos de colonización y explotación económica que nos impusieron desde la
colonia. La soberanía productiva solo se podrá lograr si la vieja práctica de
exportar materias primas se sustituye por su transformación interna en
productos de mayor valor agregado que permitan sustituir importaciones, diversificar
la oferta exportable y generar trabajo digno y bien remunerado para nuestros
pueblos.
Desde la leyenda
del Dorado han transcurrido más de cinco siglos de extractivismo minero y
ningún país que transitó esta ruta alcanzó su bienestar social. Aumentar la exportación
de recursos naturales sin valor agregado prolonga la frontera del extractivismo
y refuerza la mentalidad rentista que induce a apoyar la liquidación acelerada
de los yacimientos como fuente de las rentas que se destinan a aliviar la
pobreza, más no a erradicar las causas estructurales que la generan. Al no
invertirse en la agricultura, industria y demás sectores productivos, a la
larga se genera más pobreza, toda vez que al agotarse los yacimientos, las
fuentes de agua, la biodiversidad, destruir las culturas ancestrales y generar
pasivos ambientales, el extractivismo deja una herencia de desempleo, pobreza y
exclusión social.
El extractivismo minero
es el camino a la indigencia de las naciones que quedan sometidas a ser simples
proveedores de materias primas de los grandes centros industrializados, los
cuales las transforman en productos de mayor valor agregado y luego nos las
venden a un precio infinitamente superior. Con la reactivación del
extractivismo minero seguiremos exportando la harina para importar la arepa.
Esta fatalidad
solo se podrá erradicar a medida que se impulse la construcción de una nueva economía
emancipadora y solidaria bajo el control de los trabajadores directos y de la
comunidad organizada. Pendiente sigue superar la cultura extractivista-rentista
y sustituirla por una cultura del trabajo, centrada en la creación de valor y
riqueza, como fundamento de un nuevo modelo productivo capaz de
integrar las actividades económicas a la vida social, en función de producir
los bienes y servicios básicos y esenciales que resultan imprescindibles para satisfacer
las necesidades materiales, intelectuales y espirituales de la gente. @victoralvarezr
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