jueves, 21 de noviembre de 2013

La maldición de la abundancia

Por: Víctor Álvarez R.

Pareciera que los países que se dedican a la extracción y exportación de petróleo, minerales y materias primas, estuvieran condenados a importar lo que deberían producir para satisfacer sus necesidades. Es como si a través de las importaciones se vieran obligados a devolverle a las grandes potencias y demás países, el plusvalor internacional que captan por la exportación de petróleo y otros  recursos naturales.

El círculo vicioso del extractivismo-rentista

Ante la necesidad de obtener recursos financieros, los países extractivistas-rentistas caen en un círculo vicioso del cual no pueden salir. Al no contar con una economía fuerte que garantice la soberanía alimentaria y productiva, intensifican la  extracción y exportación de recursos naturales. Pero a medida que captan una mayor renta, mayor suele ser la propensión a importar toda clase de productos, con lo cual frenan y desplazan la producción nacional.

Aunque en los países rentistas crezca el PIB, esto no es más que una ficción, ya que ese desempeño se basa en los sectores del comercio importador y los servicios financieros especulativos, y no en el crecimiento de la agricultura e industria, que son precisamente los sectores económicos que proveen a una sociedad de los alimentos, vestido, calzado, medicinas, maquinarias y equipos que resultan insustituibles a la hora de satisfacer sus necesidades básicas y esenciales.

En los países extractivistas, la creciente dependencia de las importaciones de bienes y servicios inhibe el desarrollo del aparato productivo, el cual se contrae aún más, justamente en los períodos de auge rentísticos. En efecto, al contar con un abundante ingreso en divisas -o presentar como garantía de pago las reservas probadas de recursos naturales-, se apela al expediente fácil de importar, en lugar de encarar y superar el desabastecimiento y la escasez temporal, a través de un sostenido impulso a la agricultura y a la industria.

El origen de la maldición

La maldición del extractivismo-rentista comienza en Venezuela con la Leyenda de El Dorado, según la cual los conquistadores y colonos españoles incursionaban selva adentro buscando una ciudad hecha de oro, donde el cotizado metal era tan abundante y común que los nativos le daban poca importancia y por eso lo cambiaban por espejitos y otras baratijas. Luego, el extractivismo minero que se inicia en la época de la colonia, se recrudece con el extractivismo petrolero, impulsado por los nuevos conquistadores representados en las corporaciones transnacionales de la industria petrolera.

Se impone así un proceso de división internacional del trabajo determinado por las demandas de materias primas y energía de las grandes potencias industrializadas. En este esquema, unos países se limitan a ser simples proveedores de materias primas y energía, mientras que otros dominan los procesos de transformación industrial.

El modelo extractivista impuesto no se limita solo a los minerales o al petróleo, sino que se extiende al extractivismo agrario, forestal y pesquero, actividades que proveen las materias primas que luego son compradas como productos de consumo final -a un precio mucho mayor-, por los mismos países ricos en  recursos naturales, pero pobres en tecnología y capacidades industriales para transformarlos.

En el caso de los recursos naturales reno­vables, la tasa de extracción resulta ser mucho mayor que la tasa de renovación, con lo cual el recurso tiende a extinguirse y perder su condición de “renovable”. De allí que la prolongación del modelo extractivista-rentista representa una verdadera amenaza, no solo para los recursos naturales no renovables, sino también para los renovables.

De la resignación a la acción

En el caso de Venezuela, los análisis superficiales explican los problemas y conflictos de­rivados del modelo extractivista-rentista como una simple adicción a las divisas subsidiadas, sin referirse al conflicto histórico entre el capital y el trabajo por captar el mayor porcentaje del plusvalor internacional contenido en la renta petrolera. A favor de quien se oriente su distribución dependerá en gran medida del interés que representen los actores políticos que logran controlar la estructura del Estado.

Sin embargo, el extractivismo-rentista se prolonga incluso bajo gobiernos progresistas y de izquierda que, si bien han reivindicado la soberanía nacional sobre los recursos naturales, profundizan la actividad extractiva con el argumento de que la renta obtenida se destinará a la inversión social. Esto no quiere decir que la maldición de la abundancia sea una fatalidad contra la que no se puede hacer nada. Los actuales problemas de desabastecimiento y escasez, derivados de la precariedad del aparato productivo interno y de los retrasos en la liquidación de divisas para importar, renuevan la necesidad de impulsar la construcción de un nuevo modelo productivo que facilite la transición sin traumas al post-extractivismo, haciendo innecesaria la explotación intensiva del petróleo y los minerales.
Por lo tanto, no se trata de decretar arbitrariamente el fin del extractivismo, cerrando intempestivamente los pozos  petroleros y las minas, sino de planificar la reducción gradual de las actividades extractivas, a la vez que se impulsa la construcción de un nuevo modelo productivo capaz de sustituir importaciones, diversificar las exportaciones y asegurar la soberanía alimentaria y productiva.  

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