Por: Víctor Álvarez R.
Pareciera que los países que se dedican
a la extracción y exportación de petróleo, minerales y materias primas, estuvieran
condenados a importar lo que deberían producir para satisfacer sus necesidades.
Es como si a través de las importaciones se vieran obligados a devolverle a las
grandes potencias y demás países, el plusvalor internacional que captan por la
exportación de petróleo y otros recursos
naturales.
El círculo
vicioso del extractivismo-rentista
Ante la necesidad de obtener recursos
financieros, los países extractivistas-rentistas caen en un círculo vicioso del
cual no pueden salir. Al no contar con una economía fuerte que garantice la
soberanía alimentaria y productiva, intensifican la extracción y exportación de recursos naturales.
Pero a medida que captan una mayor renta, mayor suele ser la propensión a importar
toda clase de productos, con lo cual frenan y desplazan la producción nacional.
Aunque en los países rentistas crezca
el PIB, esto no es más que una ficción, ya que ese desempeño se basa en los
sectores del comercio importador y los servicios financieros especulativos, y
no en el crecimiento de la agricultura e industria, que son precisamente los
sectores económicos que proveen a una sociedad de los alimentos, vestido,
calzado, medicinas, maquinarias y equipos que resultan insustituibles a la hora
de satisfacer sus necesidades básicas y esenciales.
En los países extractivistas, la
creciente dependencia de las importaciones de bienes y servicios inhibe el desarrollo
del aparato productivo, el cual se contrae aún más, justamente en los períodos
de auge rentísticos. En efecto, al contar con un abundante ingreso en divisas -o
presentar como garantía de pago las reservas probadas de recursos naturales-,
se apela al expediente fácil de importar, en lugar de encarar y superar el
desabastecimiento y la escasez temporal, a través de un sostenido impulso a la
agricultura y a la industria.
El origen de la maldición
La maldición del extractivismo-rentista comienza en
Venezuela con la Leyenda de El Dorado, según la cual los conquistadores y colonos
españoles incursionaban selva adentro buscando una ciudad hecha de oro,
donde el cotizado metal era tan abundante y común que los nativos le daban poca
importancia y por eso lo cambiaban por espejitos y otras baratijas. Luego, el
extractivismo minero que se inicia en la época de la colonia, se recrudece con
el extractivismo petrolero, impulsado por los nuevos conquistadores
representados en las corporaciones transnacionales de la industria petrolera.
Se impone así un proceso de división internacional del trabajo determinado por las
demandas de materias primas y energía de las grandes potencias industrializadas. En este esquema, unos países se limitan a ser simples proveedores de materias primas y
energía, mientras que otros dominan los
procesos de transformación industrial.
El modelo extractivista
impuesto no se limita solo a los minerales o al petróleo, sino que se extiende
al extractivismo agrario, forestal y pesquero, actividades que proveen las
materias primas que luego son compradas como productos
de consumo final -a un precio mucho mayor-, por los mismos países ricos en recursos naturales, pero pobres en tecnología y capacidades industriales para
transformarlos.
En el caso de los recursos naturales
renovables, la tasa de extracción resulta ser mucho mayor que la tasa de
renovación, con lo cual el recurso tiende a extinguirse y perder su condición
de “renovable”. De allí que la prolongación del modelo extractivista-rentista
representa una verdadera amenaza, no solo para los recursos naturales no
renovables, sino también para los renovables.
De la
resignación a la acción
En el caso de Venezuela, los análisis
superficiales explican los problemas y conflictos derivados del modelo
extractivista-rentista como una simple adicción a las divisas subsidiadas, sin
referirse al conflicto histórico entre el capital y el trabajo por captar el
mayor porcentaje del plusvalor internacional contenido en la renta petrolera. A
favor de quien se oriente su distribución dependerá en gran medida del interés
que representen los actores políticos que logran controlar la estructura del
Estado.
Sin embargo, el extractivismo-rentista se
prolonga incluso bajo gobiernos progresistas y de izquierda que, si bien han
reivindicado la soberanía nacional sobre los recursos naturales, profundizan la
actividad extractiva con el argumento de que la renta obtenida se destinará a
la inversión social. Esto no quiere decir que la maldición de la abundancia sea
una fatalidad contra la que no se puede hacer nada. Los actuales problemas de
desabastecimiento y escasez, derivados de la precariedad del aparato productivo
interno y de los retrasos en la liquidación de divisas para importar, renuevan
la necesidad de impulsar la construcción de un nuevo modelo productivo que
facilite la transición sin traumas al post-extractivismo, haciendo innecesaria la
explotación intensiva del petróleo y los minerales.
Por lo tanto, no se trata de decretar arbitrariamente
el fin del extractivismo, cerrando intempestivamente los pozos petroleros y las minas, sino de planificar la
reducción gradual de las actividades extractivas, a la vez que se impulsa la
construcción de un nuevo modelo productivo capaz de sustituir importaciones,
diversificar las exportaciones y asegurar la soberanía alimentaria y
productiva.
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