Víctor Álvarez R.
Investigador del Centro Internacional Miranda (CIM)
Premio Nacional de Ciencia 2013
Venezuela
Un
tema muy sensible para la Red de
Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad se refiere al deterioro
del medio ambiente que resulta de la sobreexplotación de los recursos
naturales. La crisis ambiental que se expresa en el
cambio climático y recalentamiento global, el derretimiento de los glaciares,
la acidificación de los suelos, el agotamiento de las fuentes de aguas y de
muchos recursos naturales, impone redefinir las estrategias economicistas y
productivistas de desarrollo que han terminado por comprometer seriamente la
esperanza de vida, toda vez que no solo afecta a las generaciones
presentes, sino que representa un grave peligro para la continuidad de la vida
en el planeta.
Al asumir la
defensa de la vida no podemos limitarnos única y exclusivamente a la vida
humana. Se impone también defender a la naturaleza de la cual formamos parte
inseparable, y cuya protección es una condición imprescindible para garantizar la
existencia de todas las personas. Por tanto, implica reconocer
los derechos de la naturaleza por encima de los objetivos y metas de desarrollo
económico.
América
Latina constituye uno los principales reservorios de recursos naturales del
mundo, con abundantes yacimientos de petróleo, gas y minerales, fuentes de agua
dulce, bosques, biodiversidad y ecosistemas, tierras aptas para la producción
agrícola, fuentes primarias de energía y un gran potencial para la producción
de energías limpias. Un continente que tiene todo lo que se necesita para
lograr la soberanía alimentaria y productiva. Pero tiene pendiente aún
concertar políticas
y estrategias de interés común que le permitan convertir el aprovechamiento
racional de esas riquezas, en la condición básica para erradicar las causas
estructurales del desempleo, la pobreza y la exclusión social.
Importamos porque no
producimos y no producimos porque importamos
Una
y otra vez se ha planteado que nuestra mayor riqueza son los recursos naturales
y que debemos explotarlos para luchar contra el hambre. Para justificar la
intensificación del extractivismo se nos dice que no podemos seguir como el mendigo sentado sobre un saco de oro. Ante la urgencia de obtener los
recursos financieros que permitan financiar los programas destinados a reducir
el desempleo, la pobreza y la exclusión social, se justifica el modelo
extractivista-rentista, pero se corre el riesgo de caer en un círculo vicioso
del cual resulta cada vez más difícil salir.
Ciertamente,
la renta captada por la exportación de recursos naturales ha permitido
financiar la inversión social, pero no ha estimulado un crecimiento económico de
calidad ni una distribución progresiva del ingreso. Por el contrario, ha traído
como consecuencia un proceso de reprimarización de la economía. Como
la renta no la pagan los productores ni consumidores nacionales, sino que la
pagan los consumidores internacionales, la misma constituye la captación de un
plusvalor internacional que luego es distribuido a favor de los factores
económicos, políticos y sociales internos. Mientras más crece la población y el
consumo, mayores son las necesidades de importación y mayor el imperativo de
extraer más recursos naturales para captar la renta que permita financiar las
importaciones que el precario aparato productivo interno no está en capacidad
de sustituir. Al no contar con una economía fuerte que garantice la soberanía
alimentaria y productiva, se intensifica la extracción y exportación de recursos
naturales. Pero a medida que se capta una más renta y se inyecta a la
circulación doméstica, mayor suele ser la propensión a importar toda clase de
productos, con lo cual se frena la producción nacional.
No se
puede seguir apostando al extractivismo con el falso argumento de que éste
financiará el crecimiento económico y la redistribución del ingreso. La renta derivada
de las actividades extractivas no podrá financiar una verdadera estrategia de
desarrollo. El extractivismo genera una abundante fuente de recursos que se
destina a importar y, por lo tanto, desestimula el esfuerzo productivo
nacional. Importamos
porque no producimos y no producimos porque importamos.
En defensa de una economía emancipadora y soberana
El aprovechamiento de los
recursos naturales y su incidencia en las condiciones sociales y la vida humana
constituyen un aspecto crucial en la construcción de una sociedad libre de
pobreza, donde la reproducción de las condiciones materiales haga posible la
reproducción de la especie humana. Una
condición básica para derrotar la pobreza es superar la visión extractivista que
explota a gran escala los recursos naturales para exportarlos sin mayor
grado de transformación, sin generar ningún estímulo para el fortalecimiento de
la industria ni de las capacidades tecnológicas e innovativas locales.
La soberanía es la
capacidad de ejercer el dominio y disposición del territorio, por encima de
cualquier otro poder. En esta noción, los recursos naturales son parte integrante
del territorio y, en consecuencia, representan una base importante para el
desarrollo económico y social. Pero aun cuando su explotación sea realizada por
empresas estatales o nacionales, el extractivismo refuerza la dependencia
de los centros de poder mundial y reproduce los mecanismos de colonización y
explotación económica que nos impusieron desde la colonia. La soberanía
productiva solo se podrá lograr si la vieja práctica de exportar materias
primas se sustituye por su transformación interna en productos de mayor valor
agregado que permitan sustituir importaciones, diversificar la oferta
exportable y generar trabajo digno y bien remunerado para nuestros pueblos.
Aumentar
la exportación de recursos naturales sin valor agregado prolonga la frontera
del extractivismo y refuerza la mentalidad rentista que induce a apoyar la liquidación
acelerada de los yacimientos como fuente de las rentas que se destinan a aliviar
la pobreza, más no a erradicar las causas estructurales que la generan. Al no
invertirse en la agricultura, industria y demás sectores productivos, a la
larga se genera más pobreza, toda vez que al agotarse los yacimientos, las
fuentes de agua, la biodiversidad, destruir las culturas ancestrales y generar pasivos
ambientales, el extractivismo deja una herencia de desempleo, pobreza y
exclusión social.
Las causas
de estos terribles flagelos sociales se podrán erradicar a medida que se impulse
la construcción de una nueva economía emancipadora y solidaria bajo el control
de los trabajadores directos y de la comunidad organizada. Pendiente sigue superar la cultura extractivista-rentista
y sustituirla por una cultura del trabajo, centrada en la creación de valor y
riqueza, como fundamento de un nuevo modelo productivo capaz de integrar las actividades
económicas a la vida social, en función de producir los bienes y servicios
básicos y esenciales que resultan imprescindibles para satisfacer las
necesidades materiales, intelectuales y espirituales de la gente.
Todo eso puede resumirse en: Venezuela tiene que producir casi todo lo que consume. Más nada.
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