Por: Víctor Álvarez R.
La tragedia de la economía
venezolana no es la devaluación, sino la sobrevaluación del bolívar. Ese es el
gran problema de la Venezuela rentista, el cual se ha visto agravado por el
anclaje de la tasa de cambio oficial. Al dejar congelado el precio de la divisa
en un contexto inflacionario muy superior al de los principales socios
comerciales, se hace inevitable la sobrevaluación, la cual se traduce en un
subsidio al dólar y, por lo tanto, a las masivas importaciones que barren con la
producción nacional.
En lugar de producir en el país, a los productores
del campo y la ciudad les resulta mucho más rentable armar la carpeta de Cadivi
para importar con los dólares subsidiados que se venden a un 25% del precio que
indica el mercado. Así, el principal incentivo de la ninfomanía del dólar lo
ofrece la propia política cambiaria, al vender la divisa a un precio de Bs
6,30, mientras el mercado dice que cuesta mucho más. Mejorar la eficiencia y la
efectividad del control de cambio es fundamental para desestimular la
insaciabilidad del dólar y conjurar el desquicie del mercado paralelo. El quid de la cuestión radica en escoger entre un
precio oficial fijo o flexible para la divisa.
En
nuestro caso, la tasa de cambio oficial se fija con respecto al dólar a través
de los convenios cambiarios que firman el BCV y el Ministerio de Finanzas. Este
precio no lo modifica el mercado sino las decisiones discrecionales de la
autoridad monetaria y el gobierno, que han optado por un anclaje cambiario que solo
se ha modificado después de largos períodos y bajo circunstancias
extraordinarias.
Si bien, al
comienzo, el anclaje cambiario logró revertir la tendencia inflacionaria, su
exagerada rigidez y prolongación en el tiempo ha provocado severas distorsiones
en el ritmo y calidad de la actividad productiva. Además, la política cambiaria
como instrumento de política antiinflacionaria está agotada, toda vez que en
una economía con un creciente componente importado, las variaciones en la tasa
de cambio se trasladan inmediatamente a los precios internos.
En adelante, la
política cambiaria debe ser utilizada como un instrumento para inducir la
transformación estructural de una economía rentista e importadora en un nuevo
modelo productivo exportador. Sobre todo si se tiene en cuenta que el grado de
interdependencia de las economías hace que el tipo de cambio real se vea afectado
por el diferencial inflacionario entre los socios comerciales. De cara a facilitar el
ingreso de Venezuela al Mercosur, los ajustes pudieran aplicarse para corregir este
diferencial inflacionario, contrarrestando la tendencia a la apreciación del
bolívar que le hace mella a la competitividad de nuestras exportaciones y
estimula las importaciones que desplazan la producción nacional. Así se podría preservar
un tipo de cambio real que exprese la verdadera productividad del sector
transable. Adicionalmente, para estimular la generación de nuevas fuentes de
divisas no petroleras, sería conveniente activar una subasta independiente, con
una tasa de cambio formada a partir de la oferta y demanda de divisas privadas,
lo cual tendría un efecto estabilizador y convergente que contribuya a cerrar
la brecha cambiaria.
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