Víctor Álvarez R. / @victoralvarezr
Las elecciones
regionales generan muy poco interés. Son los comicios que registran menor
participación en comparación con las parlamentarias y presidenciales. Sin
embargo, en las megaelecciones del 21-N votaron 2,5 millones más de electores
que en las Parlamentarias de 2020. La abstención en los comicios regionales fue
de 58% mientras que en las Presidenciales de Chile -que se supone convocan más
y celebraron el mismo día que las Megaelecciones de Venezuela-, la abstención
fue de 53%. ¿Entonces dónde hubo abstención?
Lograr una
participación de 42%, no muy lejos del 47% que votó en las Presidenciales de
Chile, es una señal muy importante en un país que viene de escuchar insistentes
llamados a la abstención. Han sido cinco años en los que los partidos más
importantes de la oposición repitieron una y otra vez que “en Venezuela se vota
pero no se elige”, que “dictadura no cae con votos”, que “participar en las megaelecciones
es convalidar la farsa electoral del régimen”. Desacreditaron la institución
del voto, al árbitro electoral y a la propia la ruta electoral. Por si fuera
poco, se postularon muchos candidatos mediocres e impresentables que se
dedicaron a atacarse y descalificarse entre ellos mismos, desestimulando al
elector.
Una oposición dividida y
debilitada -a pesar de competir con los candidatos de un gobierno rechazado por
el 80 % de la gente-, no logró los resultados que el país descontento esperaba.
Pero no hay ninguna sorpresa. Se sabía que el gobierno ganaría la mayoría de
los cargos. Sus candidatos obtuvieron 20 de las 23 gobernaciones y 205 de 335
alcaldías. Este resultado es responsabilidad de la dirigencia opositora, no del
CNE ni del gobierno. El oficialismo consolidó su hegemonía territorial y dejó
una oposición dividida, derrotada y desmoralizada.
Si bien es cierto que la
abstención de 58 % favoreció al PSUV, toda vez que sus candidatos habrían sido
barridos si el país descontento hubiese ido a votar masivamente por
candidaturas unitarias, la dispersión del voto opositor fue lo que realmente
sentenció el triunfo de los candidatos del gobierno. Al revisar los números se
comprueba que -en al menos catorce estados- al candidato de la oposición que
llegó de segundo le hicieron falta los votos del opositor que llegó de tercero
para poder llegar de primero y ser proclamado gobernador.
Los principales partidos de la
oposición tenían la posibilidad de empezar a construir una alternativa al
chavismo desde las alcaldías y gobernaciones, de cara a las elecciones
presidenciales de 2024, pero no lo hicieron. Querían
ganar gobernaciones y alcaldías pero postularon varios candidatos para el mismo
cargo. Se impusieron sus ambiciones personales por ser gobernador, alcalde, diputado o concejal y
subordinaron el interés nacional. Con candidaturas unitarias y el
mismo porcentaje de participación, un candidato único y unitario de la
oposición habría doblado la votación del candidato del gobierno en cada estado
y municipio. Por lo tanto, la principal causa de la derrota de la oposición no fue
la abstención sino la división del caudal electoral del país descontento y
opositor.
Cinco años llamando a la
abstención causaron mucho daño a una oposición conformada por micropartidos nacionales y regionales que -al
abstenerse de participar en las pasadas elecciones presidenciales, de
gobernadores, alcaldes y diputados-, descuidaron el fortalecimiento de sus
estructuras organizativas y no tuvieron con qué enfrentar la poderosa maquinaria
electoral oficialista que corre con ventaja al poner a su favor los medios
públicos.
La abstención de 58% le habló
duro a las élites políticas. La gente no se
sintió estimulada a votar por unos candidatos que no interpretan bien las
necesidades de la gente. Hay una abstención que no responde al voto castigo
sino al alto porcentaje de electores que sencillamente no se sienten convocados
por una diatriba política que no da respuestas a su clamor.
A la Venezuela
a la que no llegan los subsidios del gobierno ni ningún dirigente opositor, a
esa Venezuela olvidada por los políticos también se le ha olvidado la política.
Esa Venezuela desgastada y exhausta en la lucha por su sobrevivencia fue la que
no salió a votar. Paradójicamente, ese país decepcionado con una mala práctica política
es el caldo de cultivo para la emergencia de una nueva propuesta que los
interprete, entusiasme y movilice. Quienes no votaron volverán a la política si
una nueva generación de líderes nace de sus entrañas e interpreta su sentir.
Revertir el daño a la institución
del voto y retomar la ruta electoral es un proceso que apenas comienza. En
adelante se impone acumular fuerzas y complementar capacidades y recursos entre
el nuevo liderazgo político emergente, los movimientos sociales y las
expresiones de la sociedad civil organizada. Cada evento electoral
constitucionalmente programado será una oportunidad para organizar y movilizar
políticamente a la sociedad, y seguir avanzando hacia una solución democrática,
electoral y pacífica del conflicto venezolano.
Escuche
en análisis completo aquí https://n9.cl/uyxh6
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