viernes, 5 de julio de 2013

Urge una estrategia antiinflacionaria


Víctor Álvarez R.
Según el BCV la inflación en mayo fue de 6,1%, la acumulada  19,4% y la anualizada 35,2%. De seguir esta tendencia, la inflación puede superar el 40%, cifra muy superior a la meta de 16% de este año. El PIB prácticamente se estancó al crecer solo 0,7%. Cuando no había suficiente producción nacional se compraba afuera, pero ante la restricción de divisas ya no se puede importar la misma cantidad. Aparece entonces la escasez, la cual llegó a 20,5%.
El 70% del PIB lo produce el sector privado que se rige por la lógica de la ganancia. El control de precios ha mostrado sus límites para frenar la inflación. Se controla el precio final pero se mantienen liberados los precios de las materias primas, insumos y maquinarias. Así, los costos de producción superan el precio controlado y desestimulan la producción. Como nadie produce para perder, la consiguiente escasez se ve agravada por las perversas prácticas del acaparamiento y especulación.
La pugna por la distribución del ingreso entre trabajo y capital se expresa en el intercambio de sueldos por inflación. En dependencia de cuál aumento sea mayor estaremos en presencia de una distribución progresiva o regresiva del ingreso. Los trabajadores reclaman aumentos de sueldos para compensar el poder adquisitivo perdido por la inflación, pero el factor capital registra tales aumentos como un incremento en los costos y, para no afectar su margen de ganancias, inmediatamente los traslada al precio. Los trabajadores en cambio tienen que esperar hasta que se decrete un aumento salarial o se concrete la nueva contratación colectiva. Al ser mayor la inflación que el aumento de sueldos, se produce una transferencia neta de los trabajadores que viven de un sueldo fijo a favor del capital que ajusta con rapidez la mayoría de los precios. El factor trabajo reacciona con retraso y cuando por fin logra una compensación, ya ha transferido buena parte de su ingreso a los factores que dominan los precios.
Cuando se castigan los sueldos se castiga también la actividad económica. Al caer la demanda, en lugar de aumentar los sueldos para reanimar el consumo, el capital disminuye el nivel de producción y reduce las nóminas, con lo cual empeora aún más la situación. El salario no es sólo un costo de producción más. Es la principal fuerza motriz del consumo privado, componente clave de la demanda agregada. El factor trabajo, al tener mayores necesidades insatisfechas, cuando recibe aumento de sueldos tiende a gastarlo todo. No tiene capacidad de ahorro y su propensión al consumo es mayor que la del capital, el cual tiene todas sus necesidades satisfechas. Los aumentos de sueldos impulsarán la reactivación económica siempre y cuando no sean trasladados de inmediato a los precios. Para evitar este círculo vicioso hay que diseñar una estrategia antiinflacionaria eficaz, con decisiones coherentes en política fiscal, monetaria, cambiaria y de precios, así como en materia de política agrícola, industrial y tecnológica. Es hora de entender que proteger el aumento de los sueldos es lo que puede reactivar la economía y vencer la actual amenaza de estanflación.             

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