Por: Víctor Álvarez R.
El año 2013 concluyó con una clara victoria política para las fuerzas
que impulsan la transformación del capitalismo rentístico en un nuevo modelo
productivo socialista. Los resultados del 8-D mostraron una recuperación del
voto bolivariano, dando así al traste con los pronósticos que anunciaban el
descalabro de las fuerzas revolucionarias y con el empeño de convertir las
elecciones municipales en un plebiscito para sacar a Nicolás Maduro de
Miraflores.
Esa
victoria política despeja el panorama para tomar las medidas pendientes que
permitan hacer del 2014 el año de la victoria económica. Sobre todo si se toma
en cuenta que éste será uno de los pocos años en los que no habrá elecciones ni
de presidente, ni de gobernadores, ni de alcaldes, ni de parlamentarios y, por
tanto, se aliviará el peso del costo político que en cada año electoral lleva a
posponer las decisiones económicas.
En el 2014, la mentalidad rentista que en los
últimos años se vio exacerbada por la significativa recuperación de los precios
del petróleo y por el aumento de la regalía, tiene que abrirle paso a una nueva
cultura sustentada en el valor del trabajo. Para impulsar esta transformación
es necesario:
Superar las
patologías del capitalismo rentístico
El genoma económico del capitalismo
rentístico es portador de potenciales patologías que es necesario comprender
para evitar su desarrollo. Solo así se estará en condiciones de diagnosticar
correctamente los problemas para mantenerlos bajo control.
La primera alteración en el ADN de una
economía rentista la encontramos en un ingreso en divisas que no es fruto del
esfuerzo productivo. Este súbito ingreso confiere una capacidad de compra
superior al valor agregado por la actividad interna. La inyección de la renta
internacional a la circulación nacional origina una demanda que no puede ser
abastecida por el precario aparato productivo local. Y entre producir e
importar, se suelen apelar al expediente fácil de comprarle al resto del mundo
lo que con esfuerzo y constancia debería producirse nacionalmente.
Debido a la presión inflacionaria que ejerce el desequilibrio entre la
pujante demanda y la rigidez de la oferta, se recurre al anclaje cambiario como
instrumento de política antiinflacionaria. Al congelar el precio oficial de la
divisa se abaratan las importaciones que se hacen con ese dólar subsidiado, las
cuales desplazan la producción nacional.
Ante el incentivo de un dólar subsidiado, empresarios, instituciones y
ciudadanos de a pie se lanzan tras la captura de un cupo de Cadivi. Así, se
recrudece la demanda de dólares que se depositan en la banca internacional, a
la espera de las cuantiosas ganancias que se amasan con cada devaluación. Mientras
la tasa oficial se mantenga fija y la brecha con el paralelo crezca cada vez
más, se exacerbará la insaciabilidad de un dólar subsidiado. Corregir
esta problemática requiere evolucionar del anclaje cambiario hacia un
nuevo sistema con ajustes periódicos en el precio oficial del dólar.
En
el 2014, la crítica al cadivismo como expresión de la cultura
rentista tiene que abrirle paso a una nueva política cambiaria dinámica y
flexible, que cierre la brecha con el mercado paralelo y logre la estabilidad
de la tasa de cambio. Es así como se podrá alcanzar un precio del dólar que
exprese la verdadera productividad de la economía, estimule la repatriación de
capitales, la sustitución de importaciones y la diversificación de las
exportaciones no petroleras.
La manufactura tiene un gran efecto multiplicador sobre los demás
sectores económicos. “Aguas arriba” demanda materias primas a la agricultura,
pesca, forestal, minería, etc. “Aguas abajo” ofrece bienes intermedios e
insumos industriales para el desarrollo de otros sectores. Además, demanda
servicios de apoyo, agua, electricidad, telecomunicaciones, financiamiento,
infraestructura, redes de distribución y comercialización. Cuando crece la
industria crece toda la economía. Por lo tanto, se impone reivindicar en la agenda de la política económica,
un espacio relevante para las políticas industriales y tecnológicas, en función
de profundizar la reindustrialización del aparato productivo y así poder alcanzar
la soberanía alimentaria y productiva.
Si bien es cierto que a través del Plan Plena Soberanía Petrolera se ha
reivindicado la soberanía nacional sobre el petróleo, todavía se sigue
exportando petróleo crudo y gas líquido para luego importarlo con valor
agregado. De allí que el 2014 tiene que ser el año del impulso definitivo a la industrialización
de los hidrocarburos. A través de una política de industrialización se podrá sustituir buena parte de las
importaciones que aún hacemos y diversificar la oferta exportable, activando
una oferta complementaria de divisas y que alivie la presión que recae sobre
las reservas internacionales, propicie la convergencia de los diferentes tipos
de cambio y erradique así la fuente de distorsiones que hasta ahora se ha
traducido en la creciente brecha entre el precio oficial de la divisa y la
cotización que alcanza en el mercado paralelo. @victoralvarezr
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