lunes, 13 de junio de 2016

A Maduro lo revocará el Legado de Chávez

Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

Cuando murió Chávez, Maduro quiso embalsamar su cadáver para mantener al alcance de los ojos devotos la presencia venerable del Comandante Supremo de la Revolución Bolivariana. Esta forma de culto a la personalidad fue una reiterada práctica en el socialismo del siglo XX y comenzó con Lenin cuyo cadáver fue embalsamado en 1924 y aún se exhibe en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú; Stalin también lo fue al morir en 1953; los restos mortales de Kim Il-Sung son mostrados a millares de norcoreanos que estallan en llanto cuando ven al querido presidente, gran líder y sabio conductor; en China el cuerpo de Mao Tse-tung reposa en el mausoleo de la plaza Tiananmen; y en Vietnam Ho Chi Minh fue embalsamado, aunque había pedido ser incinerado.

En esos casos, la generación de relevo, carente del carisma del líder muerto, intentó prolongar su presencia como un símbolo visual y cuyo culto sería la fuente de mitos, leyendas a través de los cuales los sucesores intentarían preservar el apoyo del pueblo.

Por presiones familiares no prosperó la intención de embalsamar el cadáver de Chávez, pero Maduro juró defender su Legado como una reliquia sagrada, preservando incólumes todas y cada una de las decisiones tomadas por el líder histórico de la Revolución Bolivariana. Así fue disecando una a una las políticas heredadas: los controles de cambio y de precios quedaron petrificados, el dólar barato fosilizado, rancia la gasolina regalada,  y el Fonden terminó también embalsamado.

Pero las circunstancias cambiaron, los altos precios del petróleo colapsaron y al populismo clientelar ya no le fue posible financiar la ilusión de prosperidad ni seguir derrochando con el pretexto de pagar la deuda social heredada de la IV. Sin embargo, la demagogia oficial promete que aunque los precios de los crudos lleguen a cero, están garantizados los recursos para mantener las misiones sociales, las viviendas prestadas, las bolsas de comida. Sin comprender la necesidad de adecuarse a los nuevos tiempos de restricciones presupuestarias y escasez, se impuso la inercia que fosilizó los errores de la política económica que también forman parte del Legado de Chávez.

El neo-rentismo socialista, como espejismo de progreso y prosperidad, funcionó a la perfección mientras los precios del petróleo estuvieron altos y proveyeron la renta necesaria para financiar el populismo clientelar como instrumento de dominación. Pero la nomenklatura gobernante no ha entendido que con el derrumbe de la renta petrolera y la contracción de la economía, cayó también la recaudación de ISR, y que para estirar sus menguados ingresos cada vez son más los venezolanos de a pie que no piden la factura para ahorrarse el pago del IVA. Y todo esto merma la recaudación fiscal que se requiere para cumplir con las promesas de campaña. La agonía de la abundancia solo se prolonga gracias a la sumisión del BCV que puso a la orden del gobierno la máquina de hacer billetes, sin reparar en el voraz impacto inflacionario que tiene el financiamiento del déficit fiscal con desmesuradas emisiones de dinero sin respaldo.

Al confundir estatizar con socializar, la demagogia neo-rentista cavó su propia fosa, porque ni los trabajadores ni la comunidad se sintieron verdaderos copropietarios sociales de las empresas expropiadas que terminaron secuestradas y quebradas por el burocratismo, el pseudosindicalismo y la corrupción. Al destruir la economía capitalista sin haber creado simultáneamente una eficaz economía socialista, la nomenklatura empujó al país por el atajo perfecto que lo condujo a la escasez, el acaparamiento y la especulación. Y ahora que no hay petrodólares para importar, ni producción nacional, el desabastecimiento se agrava, las necesidades básicas y esenciales de la gente no se pueden satisfacer y cada vez son más largas las colas que hay que sufrir y padecer, lo cual pulveriza su base de apoyo clientelar. Al pueblo se le mantiene neutralizado buscando comida y medicinas, y ha terminado siendo víctima de esa otra parte del pueblo que en su afán de sobrevivir se dedica a bachaquear, en vez de protestar y luchar.  

El discurso oficial atribuye esta tragedia a la guerra económica y teje una narrativa en la que confronta dos modelos antagónicos. Sabiendo que “un pueblo sin educación es instrumento ciego de su propia destrucción”, la argucia gubernamental apela a la eterna lucha entre el bien y el mal. Por un lado, la economía buena y solidaria, subsidiada por el Gobierno, con redes públicas de comercialización de alimentos, medicinas, electrodomésticos, automóviles, etc. donde el PVP que mide el BCV para calcular la inflación siempre está por debajo de los costos, pero donde estos bienes nunca se consiguen, a menos que se pague a los gorgojos y bachaqueros mayores un sobreprecio o comisión. Tan así es, que el propio Gobierno con frecuencia anuncia el desmantelamiento de mafias de funcionarios corruptos que desvían hacia las redes de contrabando y especulación los productos subsidiados que no llegan al pueblo. Al otro lado de esta narrativa está la maléfica economía capitalista, son los malos de la película que solo tienen afán de lucro, de ganancias desmedidas, donde pugnan empresarios, emprendedores, contrabandistas, acaparadores y especuladores que se enfrentan en desiguales condiciones a los operativos gubernamentales y a los tropeles de fiscalización que hacen del río revuelto ganancia de pescadores.

Así, el escogido para salvaguardar las conquistas sociales de la Revolución, al disecar la política económica heredada de Chávez y no adecuar a tiempo los asfixiantes controles de cambio y de precios que no sirvieron para evitar la fuga de capitales ni la inflación, terminó siendo el principal responsable de la actual debacle que ya tuvo su primer termómetro en las elecciones parlamentarias del 6-D. Y de empeñarse en prolongar la inercia y hacer más de lo mismo, esa derrota se reeditará en mayor proporción en cualquier nueva medición electoral.

La lealtad al dogma del Legado de Chávez sumió a Maduro en la inercia y lo inhabilitó para corregir a tiempo las desviaciones y errores de la política económica heredadas, cuya prolongación acelera el deterioro de la economía y de las condiciones de vida de la población, generando un creciente malestar social que se expresará con toda su fuerza y dimensión en el Referendo Revocatorio. A Maduro lo revocará el Legado de Chávez y el neo-rentismo socialista, como modelo de dominación que crea una falsa idea de prosperidad con su populismo clientelar, definitivamente está agotado y tiene los días contados. @victoralvarezr

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