La amenaza de Washington de
suspender la compra de 700 mil barriles diarios de petróleo y la cercanía de
los próximos pagos de la deuda externa se conjugan para presionar al gobierno a
replantear el diálogo político con miras a suspender o disolver la ANC y así
poder conjurar el inminente colapso que se le avecina. La pérdida del mercado
estadounidense aceleraría la implosión del gobierno al no contar con los $ 5
millardos que necesita para pagar los vencimientos de deuda externa previstos
para el último trimestre del año. Si esto sucede, los acreedores demandarían a Pdvsa
cuyos tanqueros y cuentas en el exterior serían embargados, cuestión que
afectaría las operaciones de la compañía y haría más difícil la obtención de
financiamiento externo, incluso en países como China, Rusia e Irán.
¿Qué pasa si Maduro suspende la ANC?
La ANC no le dará a Nicolás Maduro
ningún poder adicional al que ya tiene como Presidente de la República. Todo lo
contrario. Al ser un supra poder, los poderes constituidos no podrán en forma
alguna impedir las decisiones de la ANC, la cual no solo terminará de desalojar
a la AN del Hemiciclo, sino que también destituirá a la FGR, terminará de
encarcelar a los magistrados del TSJ recientemente electos, así como a los
dirigentes de la Oposición que han liderado las protestas. Y hasta el propio
Nicolás Maduro quedaría desplazado por la todopoderosa ANC, toda vez que quien
la presida será, de hecho, el nuevo Presidente de la República.
Ante la amenaza de una ANC
dominada por su archirrival interno, que aún no se repone de no haber sido el
escogido como sucesor del Comandante Supremo, Maduro puede en el último minuto suspender
la elección de los constituyentes. Su esperanza de vida como Presidente de la
República es mayor si cancela la ANC con el argumento de lograr el reencuentro,
la reconciliación y la paz nacional. Si bien ello se traduciría en una clara derrota
política frente a sus adversarios de la Oposición, abortaría la intriga interna
de quienes pretenden desplazarlo del poder a través del control de la ANC.
El sectarismo y el fanatismo
Lo
peor para un país es estar liderado por una dirigencia política fanática,
incapaz de darse cuenta del destino trágico al que están llevando a Venezuela,
por culpa de su ceguera y tozudez. El sectarismo y el fanatismo han enfermado a
buena parte de la dirigencia política del país que sufre de graves distorsiones
cognitivas y los convierten en personas delirantes, incapaces de reflexionar
para deponer actitudes intransigentes, que impiden que el país encuentre
solución a la crisis.
Tal es la gravedad de la
distorsión cognitiva que proponen una constituyente democrática pero la
convocan sin consultar a la soberanía popular a través del voto universal,
libre, directo y secreto. Presentan la ANC como un mecanismo para el diálogo
y la paz, pero sentencian que meterán en prisión a los líderes de la oposición,
la Fiscal de la República y los nuevos magistrados electos por la AN. Convocan
una constituyente para la paz y simultáneamente lanzan la amenaza de defender
con las armas lo que no logren con los votos. Aseguran que con la ANC derrotarán la guerra
económica para reactivar la producción de alimentos, pero amenazan que no
entregarán la bolsa Clap a los que no voten el 30 de julio. Reprimen
brutalmente las protestas sin reparar en el inconmensurable costo
de vidas humanas y daños materiales, que es lo que final y tardíamente lleva a
los pueblos a tomar consciencia de que por mucho tiempo estuvieron siguiendo a
sectarios y fanáticos, y no a verdaderos líderes.
Para aferrarse al poder, el oficialismo
operó como una secta articulada capaz de colonizar los espacios de poder e instituciones
que eventualmente pudiera perder. Así fue como creó una alcaldía paralela
cuando perdió la Alcaldía Mayor, creó gobernaciones paralelas cada vez que
perdía una elección, y vació de funciones a la AN a la cual ahora pretende
terminar de lapidar con la convocatoria a una ANC fraudulenta.
Para someter los poderes públicos
a la arbitrariedad de sus designios, el gobierno, colonizó el CNE, el TSJ, la
CGR y la DP con ex diputados, ex ministros, ex gobernadores y fichas del PSUV,
sin ninguna trayectoria de independencia e imparcialidad. Ubicó en esas
instituciones públicas a operadores de la secta, capaces de guardar obediencia
absoluta a la voluntad del jefe, donde cualquier crítica es considerada como un
acto de indisciplina, insubordinación y traición.
Así, la secta fue degenerando en una especie de mafia a la
que se puede entrar, pero de la que no se puede salir. Quien lo hace es considerado
un traidor que suele ser perseguido, calumniado y hasta encarcelado. Por eso,
la secta termina conformada por fanáticos con los cuales no se puede dialogar,
negociar ni mucho menos llegar a acuerdos.
Definitivamente, el
fanatismo es una enfermedad cuyas consecuencias no las sufre quien la padece,
sino la sociedad entera que paga el alto costo de la crisis política, económica
y social. El fanatismo político se expresa en un pensamiento rígido que no es
capaz de recapacitar, a pesar de que la realidad le diga todo lo contrario de
lo que afirma y profesa. Fanfarronean con una épica de hazañas y heroicidades,
hablan de estar dispuestos a hacer los más grandes sacrificios por la patria y
el pueblo, pero llevan una vida ostentosa, muy alejada del padecer y sufrir de
las grandes mayorías. Por eso, los fanáticos no tienen autoridad moral y no
pueden ser líderes de ningún proceso de cambio y transformación.
Un Gobierno de Coalición
Para detener la degeneración
dictatorial del régimen hay que comprender y aprovechar las divisiones internas
del oficialismo. Las fuerzas democráticas van mucho más allá de la MUD e
incluyen a los factores del chavismo crítico y a los despolarizados. El bloqueo
estadounidense al petróleo venezolano y la inminencia de una intervención
militar, le permitiría al Gobierno recuperar el apoyo del chavismo crítico. Si
la nomenklatura oficialista cierra filas con la cúpula de la FANB, recuperar la
dinámica electoral y democrática en Venezuela llevará mucho más tiempo. Por lo
tanto, de cara a propiciar un clima de entendimiento nacional que abra paso a
nuevas alianzas, no se trata simplemente de dividir al adversario sino de saber
unirse con estos factores que también defienden la Constitución de 1999.
El Gobierno solo cederá espacios
de poder si un sector importante dentro del chavismo y FANB plantea con firmeza
la necesidad de un Gobierno de Coalición para evitar que se agrave la espiral
de violencia, con su estela de odio y venganza que luego será muy difícil de
contener. Este cruento escenario ahogaría en sangre al país. Evitar este
desenlace exige que el Oficialismo y la Oposición se abran a la posibilidad de
formar un Gobierno de Coalición para salvar la paz.
Las sanciones de Washington a funcionarios
del gobierno venezolano y el consiguiente riesgo de extradición atemorizan a la
nomenklatura oficialista. Ésta solo cederá espacios de poder si se les garantiza
que no se desate una cacería de brujas en su contra. Se miran en el espejo de
Nicolás Ceausesco y de Muamar Gadafi y les aterra pensar que puedan ser
víctimas de los linchamientos criminales que suelen cometer quienes se toman la
justicia por su propia mano.
De allí que el planteamiento de
un Gobierno de Coalición vendrá acompañado de la exigencia de garantías mínimas
por parte de los actuales gobernantes. No es fácil esta concesión, sobre todo
cuando sobre las principales figuras del régimen pesan acusaciones por
narcotráfico, tráfico de armas, corrupción, lavado de dinero, violación de derechos
humanos y delitos de lesa humanidad. Pero mientras se recupera la autonomía de
los poderes públicos y se fortalece el marco legal e institucional del país,
esta tregua será necesaria para detener la espiral de violencia y alejar al
país de la amenaza de una guerra civil.
Para el gobierno ya no hay más
tiempo, se agotó su margen de maniobra. Esto abre vías para la construcción de
un acuerdo básico entre los moderados del PSUV y de la MUD, sobre todo cuando ninguna
de estas fuerzas cuenta con el liderazgo para controlar la protesta social que se
ha desbordado y no responde ya a los lineamientos de la dirigencia política. Un
llamado unilateral a enfriar la calle está asociado a un alto riesgo político
que no quieren pagar nuevamente quienes ya fueron burlados en la primera
convocatoria del diálogo.
El llamado a un Gobierno de Coalición
permitirá crear una amplia coalición entre factores moderados del oficialismo,
la oposición, el chavismo crítico y los despolarizados para que lideren juntos el
reencuentro y la reconciliación nacional. Con este propósito, los moderados han
venido dialogando sin hacer mucho ruido ni desatar férreas resistencias en los extremistas
que consideran el diálogo como una traición. Pero solo el cumplimiento del
gobierno con la agenda que quedó pendiente podrá darle credibilidad a una nueva
etapa del proceso de diálogo.
Un pacto de gobernabilidad para la
reconciliación nacional requiere grandeza humana, elevación espiritual y
capacidad de perdón. Para que el país se reencuentre y reconcilie, los
interlocutores de ambos lados tienen que ser otros muy distintos a los que se
odian y no pueden verse ni en pintura. Un esfuerzo semejante, llamado a
conjurar la amenaza de una guerra civil, no puede ser liderado por tramposos y resentidos,
gobernados por el odio y afán de venganza. Esta es la clave para impulsar un
Gobierno de Coalición en el que las fuerzas en pugna, en lugar de apostar a
exterminarse, más bien se complementen para superar la crisis política,
reactivar la economía y desactivar la bomba de tiempo social, de tal forma que
un nuevo gobierno electo en las urnas reciba un país gobernable.
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