lunes, 2 de agosto de 2010

La Economía no monetaria y la Revolución de los prosumidores

Alvin Toffler en la “La tercera ola” (1980) acuñó la palabra prosumidor para “designar a quienes creamos bienes, servicios o experiencias para nuestro propio uso o disfrute, antes que para venderlos o intercambiarlos”. Son los protagonistas de un esfuerzo productivo que no se hace para obtener una ganancia sino para satisfacer necesidades propias. Se trata de una economía no registrada en las cuentas nacionales del PIB pero que genera una abundante producción de bienes y servicios. Hablamos de la economía prosumidora no monetaria.
El prosumo se basa en el trabajo no remunerado para crear valor, el cual ha terminado siendo un soporte clave para la propia economía monetaria. Para muestra un botón: si el self service o autoservicio que sustituye el trabajo remunerado de vendedores y mesoneros en un número cada vez mayor de establecimientos comerciales y restaurantes se reconociera en las cuentas nacionales, tendríamos una idea del trabajo gratis que cada uno de nosotros hace como prosumidor.
Las TIC han impulsado como nunca el prosumo: desde los emails que sustituyen las cartas que antes iban por correo postal, las fotos digitales que ya no revelamos en un estudio fotográfico, la música y libros que obtenemos gratis a través de Internet; hasta los retiros, pagos y transferencias que hacemos a través de un cajero automático o banca electrónica, todas estas constituyen diferentes formas de prosumo. Desplazar buena parte del trabajo del productor al prosumidor será la próxima jugada de una economía cada vez más dependiente de la mano de obra no remunerada. No tardará en llegar el escáner que se coloca a la salida del supermercado para leer el precio de los productos colocados en el carrito y cargarlo automáticamente a la tarjeta de crédito del prosumidor. Así, miles de cajeras verán cómo se destruyen sus puestos de trabajo.
Pero el prosumo de la economía no monetaria también está compuesto por una amplia gama de actividades socialmente cohesionadoras: la atención médica de Barrio Adentro, la educación en las Misiones Ribas y Sucre, el trabajo voluntario de los consejos comunales y juntas de condominio. También incluye la ayuda solidaria que nos hace el vecino al llevarnos los niños a la escuela o darnos la cola hasta el trabajo. Si los miembros de cada familia tuvieran que pagar por los desayunos, almuerzos y cenas que se consumen en casa, por la ropa que se lava y plancha, por las noches de hospedaje y cuidados que recibe un familiar enfermo, por el transporte de los hijos al colegio, esta economía doméstica es mucho lo que sumaría al PIB. Imaginemos que tuviéramos que pagar a otros para que nos presten estos servicios: el monto de la factura nos dejaría sin liquidez.
Pero el trabajo no remunerado, especialmente el de las mujeres, se mantiene totalmente subestimado en las estadísticas económicas. Tampoco se contabiliza el equivalente al prosumo que se genera todos los días en las comunidades y organizaciones no lucrativas, escenario por excelencia de la economía no monetaria. Al ver la actividad económica como aquello que solo ocurre cuando el dinero se cambia por una mercancía -y esta operación queda contabilizada en una máquina registradora o factura fiscal-, los institutos de estadísticas y bancos centrales ignoran el peso de la economía no monetaria. Obviamente, las relaciones monetario-mercantiles son más fáciles de contar en comparación con las relaciones de solidaridad y cooperación que rigen la lógica de la economía no monetaria.

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