Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
Un viejo proverbio reza que:
"Pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie
por pie...", cuyo significado es que quien hace un daño debe recibir el
mismo daño como castigo. Sin embargo, la sabiduría de Mahatma Gandhi nos ayudó
a entender que la venganza no es un buen camino, toda vez que solo enardece y
amplifica el odio entre las personas. En su famosa frase "Ojo por ojo y el
mundo se quedará ciego", el sabio hindú resumió la potencia de su mensaje.
Este mensaje es muy
oportuno, sobre todo en momentos en que las
relaciones entre el gobierno y el sector privado cada vez se tensan más y
parecieran estar llegando al punto de no retorno. La amenaza del “revolcón”, de
“no más dólares para Fedecámaras” y de intensificar “las acciones contra la
guerra económica”, crean un clima nada favorable a la inversión productiva, justo
cuando si algo necesita el país para superar los graves problemas de caída de
la producción, desabastecimiento, escasez, acaparamiento y especulación es
precisamente más inversión nacional y extranjera en todos y cada uno de los
sectores de la economía, particularmente en la agricultura, la industria y el
comercio.
Un reencuentro necesario
Según
el DRAE empresa significa: “Acción de emprender. Acción arriesgada o de
cierta dificultad, en especial cuando se emprende con la intervención de varias
personas. Unidad económica de producción de bienes y servicios”. Mientras
que empresario lo define como: “1)
Director de una empresa que reúne los factores de producción y los dispone con
arreglo a un plan para obtener su mejor rendimiento. 2) Propietario o
contratista (…) que contrata los servicios de otras personas a cambio de una
remuneración”.
En
el socialismo del siglo XX, la figura del empresario fue satanizada y reducida
a la del explotador del trabajo ajeno y depredador del ambiente. Con el
argumento de desterrar cualquier posibilidad de restauración capitalista se prohibió
y penalizó el emprendimiento particular y colectivo, inhibiendo así la creación
de empresas productivas. En consecuencia, la baja densidad de empresas por cada
mil habitantes originó una permanente escasez de los bienes y servicios más
elementales para satisfacer las necesidades básicas y esenciales de la
población. Hoy en día, hasta Cuba ha reconocido en este error una de las
principales causas de su prolongado racionamiento y, medio siglo después de su
Revolución Socialista, ha aprobado una nueva Ley de Inversiones que ofrece
incentivos sin precedentes a la inversión privada nacional y extranjera.
En su objetivo cardinal de erradicar la
pobreza y el hambre, el Socialismo del Siglo XXI no puede quedar preso de esas
ideas muertas y obsoletas. Por el contrario, tiene que reconocer la importancia
de la inversión nacional y extranjera para aumentar la densidad de empresas en
todas las ramas de actividad económica que ayuden a erradicar el desempleo, la
pobreza y la exclusión social. Más bien, lo que se impone es promover y apoyar la
multiplicación de un nuevo tipo de empresario, comprometido con la construcción
de un modelo productivo diferente, en el que sea posible el desarrollo humano
integral y se preserve el ambiente para las generaciones futuras.
Un nuevo discurso empresarial
La imagen y prestigio del empresario no
puede basarse exclusivamente en su éxito económico, financiero o gerencial. Asimismo,
el discurso empresarial limitado a la demanda de divisas y a los factores que
perturban sus metas de producción, ventas, ganancia o rentabilidad, lo hacen
ver como un sector poco sensible y nada comprometido con el bienestar social
del país. Por este discurso centrado solo en su propio interés, termina siendo
el malo de la partida, fácil víctima de quienes monopolizan el discurso de la
lucha contra el desempleo, el hambre y la pobreza.
Por supuesto que lo primero que tiene
que hacer un empresario es garantizar la viabilidad económica y financiera de
sus empresas, pero el empresario con genuina responsabilidad social, también
tiene que estar inspirado y animado por principios de solidaridad, cooperación
y complementación, por su vocación de servicio a la sociedad. En consecuencia,
el nuevo discurso empresarial no puede limitarse a los asuntos que repercuten
solo en el desempeño de su empresa, sino que tiene que ampliarse a otras
dimensione que van desde los asuntos de su entorno comunitario, hasta los
problemas que se derivan de la nociva idea del crecimiento infinito en un
planeta con recursos cada vez más finitos.
Si el sector empresarial realmente está
comprometido con la defensa y protección del ambiente no puede hacerle el juego
a la idea de crear nuevos productos solo para inducir necesidades superfluas y rendirle
culto a la sociedad de consumo que confunde la felicidad y el bienestar con la
riqueza material. Alienar con penetrantes campañas publicitarias la conciencia
de los seres humanos para que vivan pendientes de la próxima moda, exacerbando así
el consumismo como estrategia para vender más y así ganar más, es una manera de
cavar su propia fosa. Más bien, el empresario comprometido con un mundo mejor está
llamado a ser un líder con capacidad para planificar, organizar y dirigir con
éxito la producción de los bienes y servicios básicos y esenciales que necesita
la sociedad, sin que ésta tenga que pagar el impacto social y ambiental de
procesos productivos basados en la explotación intensiva del ser humano y de la
naturaleza.
Cooperación entre los sectores público y privado
Con frecuencia, el empresario crea o
consolida sus empresas gracias al financiamiento público y otros incentivos
arancelarios, fiscales, financieros y cambiarios que el Estado les concede.
Esto debe ser socialmente retribuido no solo con el pago oportuno del crédito
recibido, sino con la dignificación de las condiciones laborales, con la
distribución progresiva del ingreso y con la protección del ambiente.
El empresariado venezolano equivoca su
estrategia cuando se enfoca en justificar la caída de la producción con el
argumento de la falta de divisas que le impiden importar las materias primas,
insumos o repuestos que requiere para producir. El nuevo discurso empresarial
tiene que reorientarse hacia la definición de un nuevo tipo de cambio que
exprese la verdadera productividad de la economía nacional, de tal forma que
pueda ganar y fortalecer su competitividad internacional en función de generar
sus propias fuentes de divisas que le permitan ser cada vez menos dependientes
de los dólares preferenciales de la renta petrolera.
En el caso de las empresas públicas o de
la economía social, estas no pueden seguir dependiendo de los créditos
adicionales y de las transferencias que les otorga el gobierno. Sin bien son
empresas sin fines de lucro, también tienen que ser empresas sin vocación de
pérdida, llamadas a generar un creciente excedente, el cual no es distribuido
como ganancia capitalista sino invertido como ganancia social en beneficio de los
trabajadores y de la comunidad
El discurso empresarial tiene que
demostrar un creciente grado y compromiso con la resolución de los principales problemas
sociales y ambientales que la Nación confronta. No puede despachar ese
compromiso argumentando que esos son asuntos del gobierno y que para eso paga
los impuestos. El nuevo empresario que Venezuela necesita tiene que estar
consciente que si no contribuye a transformar el actual modo de producción, explotador
del ser humano y depredador de la naturaleza, lo que está en juego la
viabilidad de su propia empresa, toda vez que lo que está cada vez más comprometida es la propia
vida del planeta.
El compromiso con un nuevo modelo social y productivo
El nuevo
Socialismo del Siglo XXI no puede satanizar la figura del empresario. Por el
contrario, tiene que reconocer la importancia de promover el desarrollo de un
nuevo tipo de empresario, comprometido con la construcción de un modelo
productivo diferente, en el que se erradiquen las causas estructurales del
desempleo y la pobreza. Lo está haciendo Cuba, por qué no Venezuela.
Hasta ahora, el esfuerzo por derrotar el desempleo, la
pobreza y la exclusión social ha sido realizado fundamentalmente por el gobierno.
Pero cuando las
políticas oficiales muestran sus límites para mejorar los indicadores sociales, se impone una
actuación mucho más focalizada. Es aquí donde la empresa privada puede dar su
contribución, al ofrecerse como el nuevo escenario para ampliar la cobertura y
mejorar la eficiencia de la política social. A través de la
apertura de la empresa privada a la construcción de un nuevo modelo social y
productivo se facilitará el tránsito del asistencialismo y la compensación como
mecanismos de dominación propios del neo-rentismo populista, hacia un nuevo modelo
orientado a la inclusión y liberación productivas.
Con este
fin, el discurso empresarial no puede reducirse a aumentar su ganancia y
rentabilidad. Figurar en el ranking de las empresas más rentables o
competitivas puede ser importante para el orgullo de sus accionistas o dueños,
más no para demostrar la importancia de la empresa privada en la construcción
de una Venezuela libre de pobreza y exclusión social.
El nuevo discurso empresarial tiene que asumir
el compromiso de construir un nuevo modelo productivo emancipador, equitativo y
sustentable, gobernado por el valor del esfuerzo productivo y no por la
captación de rentas, que promueva la participación de los trabajadores y de la
comunidad, que estimule y apoye nuevas formas de propiedad social sobre los
medios de producción que amplíen las fronteras de la propiedad privada y
estatal como las únicas formas de propiedad.
Si el sector privado quiere contribuir al desarrollo
humano integral, tiene ahora una gran oportunidad. Dicho más claramente, cuando
las empresas también pueda hacer lo que la Misión Ribas o Sucre, apoyando a sus
trabajadores para que completen el bachillerato y a los que tiene vocación
universitaria para que saquen su carrera; cuando las empresas puedan hacer los
mismo que la Gran Misión Vivienda y ayudar para que toda su nómina tenga casa propia;
cuando las empresas ofrezcan un espacio para instalar un Mercal y allí los
trabajadores puedan adquirir, a precios solidarios, los alimentos que necesitan
llevar todos los días a la mesa de su casa; cuando dispongan de un consultorio
para atender la salud de sus trabajadores, ese día la empresa privada -sin
tener que renunciar a sus objetivos de ganancia y rentabilidad-, empezará a ser
vista como un factor comprometido con la mejora sostenida de la calidad de vida
y grado de bienestar de la sociedad.
La
política social no compete solo al gobierno. Una buena política social
empresarial, que mejore las condiciones de vida y minimice los conflictos
laborales, termina siendo también una buena estrategia empresarial y es de
cardinal importancia para contribuir a la paz laboral. Por eso, esta pugnacidad
entre el gobierno y el empresariado venezolano debería ser sustituida por la
complementación de capacidades y recursos entre los sectores público y privado
para llevar las Micromisiones sociales a todas las empresas, que es lo que
realmente interesa a los trabajadores y sus familiares.
El problema como oportunidad
El momento más oscuro de la madrugada es justo antes
del amanecer. En momentos en los que pareciera que la economía hace aguas, nada
se consigue y todo está más caro, el empresariado venezolano tiene la
oportunidad de demostrar que no es parte de ninguna guerra económica contra el
gobierno y, en vez de seguir reclamando las divisas de una menguada renta
petrolera, asumir una actitud mucho más propositiva y comprometida con la
calidad de vida y el bienestar de los venezolanos, planteándole al gobierno un
canje de incentivos de política económica por el cumplimiento de metas
concretas en el aumento de la producción, el abastecimiento y los precios.
El agravamiento de los problemas de escasez es al
mismo una oportunidad para que el sector empresarial demuestre que es capaz de
hacer mejor que el Estado las tareas de producir-distribuir-comercializar a
precios competitivos y solidarios los productos y servicios que se requieren
para satisfacer las necesidades básicas y esenciales de la gente. No se trata
solo de ampliar la cobertura de sus iniciativas de responsabilidad social, las
cuales con frecuencia son percibidas como una simple estrategia publicitaria o de
marketing, y no como una actuación sincera y de verdadero impacto en la lucha
contra la pobreza. Se trata de un elemental principio de reciprocidad para
mejorar la cooperación entre empresa privada y gobierno. Si el gobierno toma
las medidas cambiarias, fiscales, monetarias, financieras, de precios, compras
gubernamentales, suministro de materias primas, capacitación del talento
humano, asistencia técnica, fortalecimiento de capacidades tecnológicas e
innovativas, etc., entonces el sector empresarial privado se compromete con
metas concretas para aumentar la producción, superar los problemas de
desabastecimiento hasta erradicar completamente los problemas de escasez,
acaparamiento y especulación que tanto malestar generan en la población.
Si seguimos en este “ojo por ojo” cada vez habrá menos
empresas y más desempleo, más buhoneros y más bachaqueros. Estos no son
enemigos políticos del gobierno, pero al buscar la forma de poner comida en la
mesa de su casa serán vistos como mercenarios de la guerra económica en su
contra. Para dejar de ser el malo de la película,
el nuevo empresario tiene que ser percibido como un agente de
cambio, un promotor y protagonista de las grandes transformaciones que el país
necesita, un constructor de la nueva sociedad que no tiene problema alguno en
complementar sus capacidades y recursos con el gobierno para que juntos -en
lugar de estar enfrentados y anulándose el uno al otro-, puedan convertirse en las
dos portentosas turbinas que sean la gran fuerza motriz de las transformaciones
económicas y sociales que el país hoy más que nunca necesita. @victoralvarezr
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