viernes, 7 de agosto de 2015

Hacia un nuevo discurso empresarial

Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

Un viejo proverbio reza que: "Pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie...", cuyo significado es que quien hace un daño debe recibir el mismo daño como castigo. Sin embargo, la sabiduría de Mahatma Gandhi nos ayudó a entender que la venganza no es un buen camino, toda vez que solo enardece y amplifica el odio entre las personas. En su famosa frase "Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego", el sabio hindú resumió la potencia de su mensaje.


Este mensaje es muy oportuno, sobre todo en momentos en que las relaciones entre el gobierno y el sector privado cada vez se tensan más y parecieran estar llegando al punto de no retorno. La amenaza del “revolcón”, de “no más dólares para Fedecámaras” y de intensificar “las acciones contra la guerra económica”, crean un clima nada favorable a la inversión productiva, justo cuando si algo necesita el país para superar los graves problemas de caída de la producción, desabastecimiento, escasez, acaparamiento y especulación es precisamente más inversión nacional y extranjera en todos y cada uno de los sectores de la economía, particularmente en la agricultura, la industria y el comercio.

Un reencuentro necesario

Según el DRAE empresa significa: “Acción de emprender. Acción arriesgada o de cierta dificultad, en especial cuando se emprende con la intervención de varias personas. Unidad económica de producción de bienes y servicios”. Mientras que empresario lo define como: “1) Director de una empresa que reúne los factores de producción y los dispone con arreglo a un plan para obtener su mejor rendimiento. 2) Propietario o contratista (…) que contrata los servicios de otras personas a cambio de una remuneración”.

En el socialismo del siglo XX, la figura del empresario fue satanizada y reducida a la del explotador del trabajo ajeno y depredador del ambiente. Con el argumento de desterrar cualquier posibilidad de restauración capitalista se prohibió y penalizó el emprendimiento particular y colectivo, inhibiendo así la creación de empresas productivas. En consecuencia, la baja densidad de empresas por cada mil habitantes originó una permanente escasez de los bienes y servicios más elementales para satisfacer las necesidades básicas y esenciales de la población. Hoy en día, hasta Cuba ha reconocido en este error una de las principales causas de su prolongado racionamiento y, medio siglo después de su Revolución Socialista, ha aprobado una nueva Ley de Inversiones que ofrece incentivos sin precedentes a la inversión privada nacional y extranjera.

En su objetivo cardinal de erradicar la pobreza y el hambre, el Socialismo del Siglo XXI no puede quedar preso de esas ideas muertas y obsoletas. Por el contrario, tiene que reconocer la importancia de la inversión nacional y extranjera para aumentar la densidad de empresas en todas las ramas de actividad económica que ayuden a erradicar el desempleo, la pobreza y la exclusión social. Más bien, lo que se impone es promover y apoyar la multiplicación de un nuevo tipo de empresario, comprometido con la construcción de un modelo productivo diferente, en el que sea posible el desarrollo humano integral y se preserve el ambiente para las generaciones futuras.

Un nuevo discurso empresarial

La imagen y prestigio del empresario no puede basarse exclusivamente en su éxito económico, financiero o gerencial. Asimismo, el discurso empresarial limitado a la demanda de divisas y a los factores que perturban sus metas de producción, ventas, ganancia o rentabilidad, lo hacen ver como un sector poco sensible y nada comprometido con el bienestar social del país. Por este discurso centrado solo en su propio interés, termina siendo el malo de la partida, fácil víctima de quienes monopolizan el discurso de la lucha contra el desempleo, el hambre y la pobreza.

Por supuesto que lo primero que tiene que hacer un empresario es garantizar la viabilidad económica y financiera de sus empresas, pero el empresario con genuina responsabilidad social, también tiene que estar inspirado y animado por principios de solidaridad, cooperación y complementación, por su vocación de servicio a la sociedad. En consecuencia, el nuevo discurso empresarial no puede limitarse a los asuntos que repercuten solo en el desempeño de su empresa, sino que tiene que ampliarse a otras dimensione que van desde los asuntos de su entorno comunitario, hasta los problemas que se derivan de la nociva idea del crecimiento infinito en un planeta con recursos cada vez más finitos.

Si el sector empresarial realmente está comprometido con la defensa y protección del ambiente no puede hacerle el juego a la idea de crear nuevos productos solo para inducir necesidades superfluas y rendirle culto a la sociedad de consumo que confunde la felicidad y el bienestar con la riqueza material. Alienar con penetrantes campañas publicitarias la conciencia de los seres humanos para que vivan pendientes de la próxima moda, exacerbando así el consumismo como estrategia para vender más y así ganar más, es una manera de cavar su propia fosa. Más bien, el empresario comprometido con un mundo mejor está llamado a ser un líder con capacidad para planificar, organizar y dirigir con éxito la producción de los bienes y servicios básicos y esenciales que necesita la sociedad, sin que ésta tenga que pagar el impacto social y ambiental de procesos productivos basados en la explotación intensiva del ser humano y de la naturaleza.

Cooperación entre los sectores público y privado

Con frecuencia, el empresario crea o consolida sus empresas gracias al financiamiento público y otros incentivos arancelarios, fiscales, financieros y cambiarios que el Estado les concede. Esto debe ser socialmente retribuido no solo con el pago oportuno del crédito recibido, sino con la dignificación de las condiciones laborales, con la distribución progresiva del ingreso y con la protección del ambiente.

El empresariado venezolano equivoca su estrategia cuando se enfoca en justificar la caída de la producción con el argumento de la falta de divisas que le impiden importar las materias primas, insumos o repuestos que requiere para producir. El nuevo discurso empresarial tiene que reorientarse hacia la definición de un nuevo tipo de cambio que exprese la verdadera productividad de la economía nacional, de tal forma que pueda ganar y fortalecer su competitividad internacional en función de generar sus propias fuentes de divisas que le permitan ser cada vez menos dependientes de los dólares preferenciales de la renta petrolera.  

En el caso de las empresas públicas o de la economía social, estas no pueden seguir dependiendo de los créditos adicionales y de las transferencias que les otorga el gobierno. Sin bien son empresas sin fines de lucro, también tienen que ser empresas sin vocación de pérdida, llamadas a generar un creciente excedente, el cual no es distribuido como ganancia capitalista sino invertido como ganancia social en beneficio de los trabajadores y de la comunidad

El discurso empresarial tiene que demostrar un creciente grado y compromiso con la resolución de los principales problemas sociales y ambientales que la Nación confronta. No puede despachar ese compromiso argumentando que esos son asuntos del gobierno y que para eso paga los impuestos. El nuevo empresario que Venezuela necesita tiene que estar consciente que si no contribuye a transformar el actual modo de producción, explotador del ser humano y depredador de la naturaleza, lo que está en juego la viabilidad de su propia empresa, toda vez que  lo que está cada vez más comprometida es la propia vida del planeta.

El compromiso con un nuevo modelo social y productivo

El nuevo Socialismo del Siglo XXI no puede satanizar la figura del empresario. Por el contrario, tiene que reconocer la importancia de promover el desarrollo de un nuevo tipo de empresario, comprometido con la construcción de un modelo productivo diferente, en el que se erradiquen las causas estructurales del desempleo y la pobreza. Lo está haciendo Cuba, por qué no Venezuela.

Hasta ahora, el esfuerzo por derrotar el desempleo, la pobreza y la exclusión social ha sido realizado fundamentalmente por el gobierno. Pero cuando las políticas oficiales muestran sus límites para  mejorar los indicadores sociales, se impone una actuación mucho más focalizada. Es aquí donde la empresa privada puede dar su contribución, al ofrecerse como el nuevo escenario para ampliar la cobertura y mejorar la eficiencia de la política social. A través de la apertura de la empresa privada a la construcción de un nuevo modelo social y productivo se facilitará el tránsito del asistencialismo y la compensación como mecanismos de dominación propios del neo-rentismo populista, hacia un nuevo modelo orientado a la inclusión y liberación productivas.

Con este fin, el discurso empresarial no puede reducirse a aumentar su ganancia y rentabilidad. Figurar en el ranking de las empresas más rentables o competitivas puede ser importante para el orgullo de sus accionistas o dueños, más no para demostrar la importancia de la empresa privada en la construcción de una Venezuela libre de pobreza y exclusión social.

El nuevo discurso empresarial tiene que asumir el compromiso de construir un nuevo modelo productivo emancipador, equitativo y sustentable, gobernado por el valor del esfuerzo productivo y no por la captación de rentas, que promueva la participación de los trabajadores y de la comunidad, que estimule y apoye nuevas formas de propiedad social sobre los medios de producción que amplíen las fronteras de la propiedad privada y estatal como las únicas formas de propiedad.

Si el sector privado quiere contribuir al desarrollo humano integral, tiene ahora una gran oportunidad. Dicho más claramente, cuando las empresas también pueda hacer lo que la Misión Ribas o Sucre, apoyando a sus trabajadores para que completen el bachillerato y a los que tiene vocación universitaria para que saquen su carrera; cuando las empresas puedan hacer los mismo que la Gran Misión Vivienda y ayudar para que toda su nómina tenga casa propia; cuando las empresas ofrezcan un espacio para instalar un Mercal y allí los trabajadores puedan adquirir, a precios solidarios, los alimentos que necesitan llevar todos los días a la mesa de su casa; cuando dispongan de un consultorio para atender la salud de sus trabajadores, ese día la empresa privada -sin tener que renunciar a sus objetivos de ganancia y rentabilidad-, empezará a ser vista como un factor comprometido con la mejora sostenida de la calidad de vida y grado de bienestar de la sociedad.

La política social no compete solo al gobierno. Una buena política social empresarial, que mejore las condiciones de vida y minimice los conflictos laborales, termina siendo también una buena estrategia empresarial y es de cardinal importancia para contribuir a la paz laboral. Por eso, esta pugnacidad entre el gobierno y el empresariado venezolano debería ser sustituida por la complementación de capacidades y recursos entre los sectores público y privado para llevar las Micromisiones sociales a todas las empresas, que es lo que realmente interesa a los trabajadores y sus familiares.

El problema como oportunidad

El momento más oscuro de la madrugada es justo antes del amanecer. En momentos en los que pareciera que la economía hace aguas, nada se consigue y todo está más caro, el empresariado venezolano tiene la oportunidad de demostrar que no es parte de ninguna guerra económica contra el gobierno y, en vez de seguir reclamando las divisas de una menguada renta petrolera, asumir una actitud mucho más propositiva y comprometida con la calidad de vida y el bienestar de los venezolanos, planteándole al gobierno un canje de incentivos de política económica por el cumplimiento de metas concretas en el aumento de la producción, el abastecimiento y los precios.

El agravamiento de los problemas de escasez es al mismo una oportunidad para que el sector empresarial demuestre que es capaz de hacer mejor que el Estado las tareas de producir-distribuir-comercializar a precios competitivos y solidarios los productos y servicios que se requieren para satisfacer las necesidades básicas y esenciales de la gente. No se trata solo de ampliar la cobertura de sus iniciativas de responsabilidad social, las cuales con frecuencia son percibidas como una simple estrategia publicitaria o de marketing, y no como una actuación sincera y de verdadero impacto en la lucha contra la pobreza. Se trata de un elemental principio de reciprocidad para mejorar la cooperación entre empresa privada y gobierno. Si el gobierno toma las medidas cambiarias, fiscales, monetarias, financieras, de precios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, capacitación del talento humano, asistencia técnica, fortalecimiento de capacidades tecnológicas e innovativas, etc., entonces el sector empresarial privado se compromete con metas concretas para aumentar la producción, superar los problemas de desabastecimiento hasta erradicar completamente los problemas de escasez, acaparamiento y especulación que tanto malestar generan en la población.      

Si seguimos en este “ojo por ojo” cada vez habrá menos empresas y más desempleo, más buhoneros y más bachaqueros. Estos no son enemigos políticos del gobierno, pero al buscar la forma de poner comida en la mesa de su casa serán vistos como mercenarios de la guerra económica en su contra. Para dejar de ser el malo de la película, el nuevo empresario tiene que ser percibido como un agente de cambio, un promotor y protagonista de las grandes transformaciones que el país necesita, un constructor de la nueva sociedad que no tiene problema alguno en complementar sus capacidades y recursos con el gobierno para que juntos -en lugar de estar enfrentados y anulándose el uno al otro-, puedan convertirse en las dos portentosas turbinas que sean la gran fuerza motriz de las transformaciones económicas y sociales que el país hoy más que nunca necesita. @victoralvarezr

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