Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
Si de verdad se quiere priorizar la
producción nacional e impulsar el
tránsito de una economía rentista e importadora hacia un nuevo modelo
productivo exportador, en lugar de seguir quejándose por la insuficiente
asignación de divisas petroleras, el debate en
materia de política cambiaria debería enfocarse en cuál debe ser el tipo de cambio que refleje la verdadera
productividad del aparato productivo nacional. Una tasa de cambio
competitiva que estimule inversiones extranjeras, exportaciones no petroleras,
repatriación de capitales y turismo internacional, sin lugar a dudas ayudará a
generar las divisas que el sector privado necesita para romper con su secular
dependencia de la renta petrolera.
En vez de congelar la tasa de cambio durante varios
años, la política cambiaria debe procurar un ajuste moderado y frecuente. Una tasa de cambio fija y artificialmente baja es
un espejismo de una economía fuerte, y termina siendo una política totalmente
equivocada que somete al aparato productivo interno a una competencia
desventajosa con productos importados a una tasa de cambio oficial muy barata.
Para avanzar en esta dirección no se puede
seguir manipulando a la opinión pública cada vez que se intenta sincerar la
tasa de cambio oficial, denunciando que se trata de un paquetazo rojo que el
gobierno pretende aplicar para empobrecer aún más a los venezolanos. Defender ante la opinión pública una tasa de cambio competitiva evitará que se reedite la historia de un aparato productivo que no logra
consolidarse, toda vez que -en cada auge rentístico- reaparece la tendencia a la
sobrevaluación, generando el deslave de importaciones que barren con la
producción nacional. Justamente, este círculo vicioso es el que a la larga termina
generando desabastecimiento, escasez, acaparamiento y especulación, que son los
flagelos que están empobreciendo a la Nación.
Incentivos perversos de la política cambiaria
El venezolano de a pie está afectado por
graves problemas de acaparamiento, especulación, contrabando de extracción y
reventa de productos de primera necesidad. Desde la visión oficial, esos
problemas son la expresión de una guerra económica que busca generar un creciente malestar, con el fin
de lograr que el pueblo identifique al gobierno como el culpable de la
situación y vote en su contra en las próximas elecciones parlamentarias.
Por su
parte, el sector empresarial atribuye los problemas de caída de la producción,
desabastecimiento y escasez a los desaciertos de la política económica y a una
creciente hostilidad contra la empresa privada que desestimula la inversión
productiva. Es cierto que las políticas
equivocadas y la corrupción causan graves ineficiencias que contribuyen al
desgaste político del gobierno, pero también es cierto que poderosos grupos de
poder que han aprovechado los incentivos fiscales, cambiarios y financieros
para enriquecerse, hoy conspiran contra el gobierno para desestabilizarlo y
derrocarlo.
Más allá de los
enemigos políticos que conspiran contra el gobierno, también se encuentran
quienes logran aprovechar los incentivos que el gobierno les ofrece para amasar
grandes fortunas sin mucho riesgo ni esfuerzo productivo. Una de los incentivos
más perversos los ofrece la propia política cambiaria, la cual genera toda
clase de estímulos a la corrupción que luego el gobierno atribuye a la guerra
económica de quienes quieren derrocarlo. Pero mientras el gobierno se empeñe en
mantener un régimen de cambios múltiples en el que la tasa Simadi supera en más
de treinta veces la tasa Cencoex, el propio gobierno mantendrá los incentivos
perversos a la sobrefacturación de
importaciones, la subfacturación de exportaciones, las importaciones ficticias
por empresas de maletín, el contrabando de extracción, la reventa del cupo
electrónico, los “raspatarjetas”, etc.
Han sido altos
voceros gubernamentales y del Estado venezolano los que han reconocido y
denunciado que el control de cambios no impidió que más de $ 25 mil millones
fueran desfalcados a la Nación. Por lo tanto, es el gobierno quien tiene que reconocer los desaciertos de la política cambiaria
y erradicar los perversos incentivos a la corrupción privada, pero la
oposición y el sector privado no pueden presentar esta acción correctiva como
una devaluación que empobrece a los venezolanos, toda vez que así solo se
prolongará la inercia e inacción gubernamental que está desangrando a la
Nación.
Tasa de cambio competitiva
Esos perversos
incentivos a la corrupción se erradicarían con la unificación cambiaria a un
nivel que exprese la productividad real del aparato productivo nacional. La
tasa de cambio equivale al monto de
moneda nacional que se entrega por cada unidad de divisa extranjera. En el
intercambio comercial, lo que pasa de un país a otro son bienes y servicios.
Así, entre dos economías normales (sin la distorsión del ingreso rentístico) la
tasa de cambio estará determinada por la productividad de cada una. Por lo
tanto, la expresión monetaria que hace equivalentes los diferentes niveles de
productividad es la tasa de cambio.
Cuando el abundante ingreso en divisas no es
consecuencia de los niveles de productividad y competitividad alcanzados por el
aparato productivo del país, sino de la actividad extractiva que genera dicha
renta, encontrar una tasa de cambio que exprese la productividad de la economía
real no es una tarea fácil. Mucho menos cuando el 95 % del ingreso en divisas pertenecen
al Estado-propietario de la riqueza petrolera, el cual recibe millardos de dólares
del resto del mundo que no tienen una contrapartida en el esfuerzo productivo
interno. De allí que su venta generalmente se hace a una tasa de cambio que el
gobierno decide unilateralmente y nada tiene que ver con la productividad
nacional.
Una
devaluación implica un cambio entre los precios relativos de los bienes
importados y los precios de los productos nacionales. Comparativamente, la
devaluación encarece lo importado pero hace más barata la producción nacional.
Este efecto en los precios se traduce en un incentivo para sustituir importaciones
y ahorrar divisas, con un efecto positivo sobre la balanza comercial. Pero si
el componente importado de la producción nacional es muy alto, la devaluación
repercutirá sobre su estructura de costos y los productos nacionales también se
encarecerán. Solo aquello que sea 100% valor agregado nacional no sufrirá el
impacto en los costos de una devaluación.
Como
la rigidez del aparato productivo no sustituye automáticamente lo importado, el
efecto inicial de la devaluación puede ser inflacionario y recesivo, más se irá
superando a medida que se reactive la producción nacional, se genere trabajo
estable y bien remunerado y se estabilice la dinámica económica y social. Pero
en la manipulación del debate político este impacto suele ser exagerado. La
condición necesaria para cosechar el impacto económico expansivo de una
devaluación no es que la tasa de cambio corrija en el corto plazo el diferencial
de precios entre Venezuela y otros países, sino que se mantenga en el mediano y
largo plazo para preservar una tasa de cambio que exprese la verdadera
productividad del aparato productivo nacional, el cual ya no estaría sometido a
la ruinosa competencia de importaciones realizadas con un dólar barato.
Romper el círculo vicioso
La recurrente historia de sobrevaluación del poder de compra externo de la
moneda ha provocado que muchos productores del campo y la ciudad se transformen
en importadores. El anclaje cambiario se traduce en un subsidio a
las importaciones que se traen con un dólar Cencoex/Sicad que -en comparación
con el Simadi y el paralelo-, resulta cada vez más barato. Este subsidio cambiario se
traduce en un perverso círculo vicioso: importamos porque no producimos y no
producimos porque importamos. Y así el país no termina se superar la propensión de cómpralo todo
afuera, en detrimento del esfuerzo productivo nacional.
Los efectos perniciosos
del anclaje cambiario se agravan al implantar un régimen de cambios múltiples
que genera un enorme diferencial entre las diferentes tasas de cambio y ofrece perversos
incentivos para capturar los dólares baratos de Cencoex/Sicad y luego venderlos
más caros en el Simadi o el paralelo. Por eso la cultura rentista se expresa en el sempiterno reclamo de una liquidación suficiente
y oportuna de las divisas preferenciales que luego son utilizadas para
especular y obtener cuantiosas ganancias que nada tienen que ver con la
inversión.
Lo que realmente ha empobrecido al país ha
sido el empeño por mantener un dólar barato, lo cual solo genera graves
distorsiones en el funcionamiento de la economía y sociedad venezolanas. Todos reclaman
su “gota de petróleo”, todos quieren participar en el festín del régimen de
cambios múltiples, pero solo unos pocos privilegiados lograr acceso a la tasa
de cambio preferencial. Este nefasto régimen de cambios múltiples debería
abolirse para abrirle paso a la unificación cambiaria, fijada a un nivel que
exprese la verdadera productividad y competitividad del aparato productivo
nacional. De esta forma se propiciarán nuevas condiciones para que fluya la
inversión productiva y se conforme un pujante sector exportador, contribuyendo
así a la generación de nuevas fuentes de trabajado estable y bien remunerado,
así como abundantes fuentes de divisas que nos hagan menos dependientes de la
discrecionalidad y poca transparencia con la que se asignan las divisas de la
renta petrolera. @victoralvarezr
No hay comentarios:
Publicar un comentario