viernes, 7 de agosto de 2015

De la sobrevaluación que empobrece a la devaluación que enriquece a una Nación

Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

Si de verdad se quiere priorizar la producción nacional e impulsar el tránsito de una economía rentista e importadora hacia un nuevo modelo productivo exportador, en lugar de seguir quejándose por la insuficiente asignación de divisas petroleras, el debate en materia de política cambiaria debería enfocarse en cuál debe ser el tipo de cambio que refleje la verdadera productividad del aparato productivo nacional. Una tasa de cambio competitiva que estimule inversiones extranjeras, exportaciones no petroleras, repatriación de capitales y turismo internacional, sin lugar a dudas ayudará a generar las divisas que el sector privado necesita para romper con su secular dependencia de la renta petrolera.

En vez de congelar la tasa de cambio durante varios años, la política cambiaria debe procurar un ajuste moderado y frecuente. Una tasa de cambio fija y artificialmente baja es un espejismo de una economía fuerte, y termina siendo una política totalmente equivocada que somete al aparato productivo interno a una competencia desventajosa con productos importados a una tasa de cambio oficial muy barata.

Para avanzar en esta dirección no se puede seguir manipulando a la opinión pública cada vez que se intenta sincerar la tasa de cambio oficial, denunciando que se trata de un paquetazo rojo que el gobierno pretende aplicar para empobrecer aún más a los venezolanos. Defender ante la opinión pública una tasa de cambio competitiva evitará que se reedite la historia de un aparato productivo que no logra consolidarse, toda vez que -en cada auge rentístico- reaparece la tendencia a la sobrevaluación, generando el deslave de importaciones que barren con la producción nacional. Justamente, este círculo vicioso es el que a la larga termina generando desabastecimiento, escasez, acaparamiento y especulación, que son los flagelos que están empobreciendo a la Nación.

Incentivos perversos de la política cambiaria

El venezolano de a pie está afectado por graves problemas de acaparamiento, especulación, contrabando de extracción y reventa de productos de primera necesidad. Desde la visión oficial, esos problemas son la expresión de una guerra económica que busca generar un creciente malestar, con el fin de lograr que el pueblo identifique al gobierno como el culpable de la situación y vote en su contra en las próximas elecciones parlamentarias.

Por su parte, el sector empresarial atribuye los problemas de caída de la producción, desabastecimiento y escasez a los desaciertos de la política económica y a una creciente hostilidad contra la empresa privada que desestimula la inversión productiva. Es cierto que las políticas equivocadas y la corrupción causan graves ineficiencias que contribuyen al desgaste político del gobierno, pero también es cierto que poderosos grupos de poder que han aprovechado los incentivos fiscales, cambiarios y financieros para enriquecerse, hoy conspiran contra el gobierno para desestabilizarlo y derrocarlo.

Más allá de los enemigos políticos que conspiran contra el gobierno, también se encuentran quienes logran aprovechar los incentivos que el gobierno les ofrece para amasar grandes fortunas sin mucho riesgo ni esfuerzo productivo. Una de los incentivos más perversos los ofrece la propia política cambiaria, la cual genera toda clase de estímulos a la corrupción que luego el gobierno atribuye a la guerra económica de quienes quieren derrocarlo. Pero mientras el gobierno se empeñe en mantener un régimen de cambios múltiples en el que la tasa Simadi supera en más de treinta veces la tasa Cencoex, el propio gobierno mantendrá los incentivos perversos a la sobrefacturación de importaciones, la subfacturación de exportaciones, las importaciones ficticias por empresas de maletín, el contrabando de extracción, la reventa del cupo electrónico, los “raspatarjetas”, etc.

Han sido altos voceros gubernamentales y del Estado venezolano los que han reconocido y denunciado que el control de cambios no impidió que más de $ 25 mil millones fueran desfalcados a la Nación. Por lo tanto, es el gobierno quien tiene que reconocer los desaciertos de la política cambiaria y erradicar los perversos incentivos a la corrupción privada, pero la oposición y el sector privado no pueden presentar esta acción correctiva como una devaluación que empobrece a los venezolanos, toda vez que así solo se prolongará la inercia e inacción gubernamental que está desangrando a la Nación.

Tasa de cambio competitiva

Esos perversos incentivos a la corrupción se erradicarían con la unificación cambiaria a un nivel que exprese la productividad real del aparato productivo nacional. La tasa de cambio equivale al monto de moneda nacional que se entrega por cada unidad de divisa extranjera. En el intercambio comercial, lo que pasa de un país a otro son bienes y servicios. Así, entre dos economías normales (sin la distorsión del ingreso rentístico) la tasa de cambio estará determinada por la productividad de cada una. Por lo tanto, la expresión monetaria que hace equivalentes los diferentes niveles de productividad es la tasa de cambio.

Cuando el abundante ingreso en divisas no es consecuencia de los niveles de productividad y competitividad alcanzados por el aparato productivo del país, sino de la actividad extractiva que genera dicha renta, encontrar una tasa de cambio que exprese la productividad de la economía real no es una tarea fácil. Mucho menos cuando el 95 % del ingreso en divisas pertenecen al Estado-propietario de la riqueza petrolera, el cual recibe millardos de dólares del resto del mundo que no tienen una contrapartida en el esfuerzo productivo interno. De allí que su venta generalmente se hace a una tasa de cambio que el gobierno decide unilateralmente y nada tiene que ver con la productividad nacional.

Una devaluación implica un cambio entre los precios relativos de los bienes importados y los precios de los productos nacionales. Comparativamente, la devaluación encarece lo importado pero hace más barata la producción nacional. Este efecto en los precios se traduce en un incentivo para sustituir importaciones y ahorrar divisas, con un efecto positivo sobre la balanza comercial. Pero si el componente importado de la producción nacional es muy alto, la devaluación repercutirá sobre su estructura de costos y los productos nacionales también se encarecerán. Solo aquello que sea 100% valor agregado nacional no sufrirá el impacto en los costos de una devaluación.

Como la rigidez del aparato productivo no sustituye automáticamente lo importado, el efecto inicial de la devaluación puede ser inflacionario y recesivo, más se irá superando a medida que se reactive la producción nacional, se genere trabajo estable y bien remunerado y se estabilice la dinámica económica y social. Pero en la manipulación del debate político este impacto suele ser exagerado. La condición necesaria para cosechar el impacto económico expansivo de una devaluación no es que la tasa de cambio corrija en el corto plazo el diferencial de precios entre Venezuela y otros países, sino que se mantenga en el mediano y largo plazo para preservar una tasa de cambio que exprese la verdadera productividad del aparato productivo nacional, el cual ya no estaría sometido a la ruinosa competencia de importaciones realizadas con un dólar barato.

Romper el círculo vicioso 

La recurrente historia de sobrevaluación del poder de compra externo de la moneda ha provocado que muchos productores del campo y la ciudad se transformen en importadores. El anclaje cambiario se traduce en un subsidio a las importaciones que se traen con un dólar Cencoex/Sicad que -en comparación con el Simadi y el paralelo-, resulta cada vez más barato. Este subsidio cambiario se traduce en un perverso círculo vicioso: importamos porque no producimos y no producimos porque importamos. Y así el país no termina se superar la propensión de cómpralo todo afuera, en detrimento del esfuerzo productivo nacional.

Los efectos perniciosos del anclaje cambiario se agravan al implantar un régimen de cambios múltiples que genera un enorme diferencial entre las diferentes tasas de cambio y ofrece perversos incentivos para capturar los dólares baratos de Cencoex/Sicad y luego venderlos más caros en el Simadi o el paralelo. Por eso la cultura rentista se expresa en el sempiterno reclamo de una liquidación suficiente y oportuna de las divisas preferenciales que luego son utilizadas para especular y obtener cuantiosas ganancias que nada tienen que ver con la inversión.

Lo que realmente ha empobrecido al país ha sido el empeño por mantener un dólar barato, lo cual solo genera graves distorsiones en el funcionamiento de la economía y sociedad venezolanas. Todos reclaman su “gota de petróleo”, todos quieren participar en el festín del régimen de cambios múltiples, pero solo unos pocos privilegiados lograr acceso a la tasa de cambio preferencial. Este nefasto régimen de cambios múltiples debería abolirse para abrirle paso a la unificación cambiaria, fijada a un nivel que exprese la verdadera productividad y competitividad del aparato productivo nacional. De esta forma se propiciarán nuevas condiciones para que fluya la inversión productiva y se conforme un pujante sector exportador, contribuyendo así a la generación de nuevas fuentes de trabajado estable y bien remunerado, así como abundantes fuentes de divisas que nos hagan menos dependientes de la discrecionalidad y poca transparencia con la que se asignan las divisas de la renta petrolera.  @victoralvarezr

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