Víctor Álvarez R. / Proyecto Pedagogía Económica y Electoral
Los
impuestos, tasas y contribuciones tienen su razón de ser en la necesidad de
dotar al Estado de recursos financieros para poder ofrecer bienes y servicios
esenciales para la sociedad que no suelen ser ofrecidos por el mercado. Sin
embargo, una presión tributaria desmesurada puede afectar el ritmo de la actividad
económica, el empleo y la distribución del ingreso.
Cuando
los gobiernos no tienen fondos suficientes para financiar su gasto, tienden a
imponer nuevos impuestos e incrementar la recaudación por encima del
crecimiento real de la actividad económica, y esto se revierte contra la
generación de riqueza y la distribución progresiva del ingreso. Los sistemas
tributarios se desvirtúan cuando se van multiplicando los impuestos, tasas,
contribuciones y aranceles para financiar un gasto público desmesurado que, en
vez de reflejarse en un mayor bienestar para las familias y empresas, generan
inflación, contracción económica y deterioro de las condiciones de vida.
Ante el colapso de la renta petrolera que antes lo pagaba todo, en Venezuela se viene conformando un sistema tributario con muchos impuestos, tasas y contribuciones especiales, cuya presión va en aumento y con una carga muy desigual que perjudica a los contribuyentes formales. Según la Sociedad Venezolana de Derecho Tributario (SVDT), las empresas realizan 200 pagos y contribuciones al año, entre las cuales figuran:
ü Impuesto sobre la renta (ISLR), cuya alícuota más
alta es 34%.
ü
Impuesto al Valor
Agregado.
ü
Contribuciones
adicionales por la Ley orgánica de drogas (alícuota de 1% y 2%).
ü
Ley del Deporte
establece otra alícuota adicional de 1%.
ü
Impuesto (entre 0,5 y 2
por ciento) para el fomento de la Ciencia y la Tecnología.
ü
Impuesto a las grandes
transacciones financieras (3%).
ü
Patente de industria y
comercio, y de publicidad y propaganda comercial.
ü
Arancel de aduana y
servicio aduanal.
ü
Seguro Social (9% al 11%
del pago al trabajador)
ü
Pago al INCES (2%)
ü
Régimen Prestacional de
Empleo (2%)
ü
Régimen Prestacional de
Vivienda y Hábitat (2%)
ü
LOPCYMAT, tasas de
registro INPSASEL del Programa de Seguridad y Salud en el Trabajo.
Por si fuera poco, en
este contexto de elevada presión fiscal, la nueva Ley de protección de las
pensiones crea una carga adicional a las empresas del nueve por ciento (9%) de la contribución total a
los trabajadores (salario más bonificaciones) que administrará el Estado. Lo
pagarán mensualmente las empresas privadas y no el sector público, y en la
práctica equivale a un nuevo impuesto que se suma a la considerable carga fiscal
existente.
Impuestos inflacionarios y empobrecedores
Cada
vez que se anuncia un nuevo tributo, las empresas toman medidas para
protegerse. Cuando el impacto de los impuestos recae sobre la estructura de
costos, las empresas protegen sus márgenes de ganancia trasladando la carga
impositiva al precio que pagan los consumidores. Para reducir el impacto de un
nuevo impuesto las empresas suben los precios o congelan los salarios. Los
precios terminan inflados y en mercados pequeños la rentabilidad se ve afectada
por la caída de la demanda. Esto reduce las posibilidades de inversión y de
aumentar el empleo formal.
En el
caso del pago al sistema de pensiones, las empresas evitarán aumentar las
nóminas y los salarios, toda vez que esto incrementará la contribución al fondo
de pensiones. Y estas reacciones afectan directamente al trabajador al que
supuestamente el nuevo impuesto de las pensiones pretende beneficiar. Por lo
tanto, los efectos de los impuestos no siempre recaen sobre las empresas a la
que se exige el pago, sino que se trasladan al consumidor, quien suele pagar los costos.
En
Venezuela, las empresas sobreviven en un mercado contraído por una profunda y
prolongada crisis que las obliga a trabajar con exceso de capacidad y altos
costos fijos por unidad de producto; una tasa de cambio apreciada que castiga
la competitividad de la producción nacional; deficientes servicios públicos con
tarifas en ascenso que generan un sobrecosto nacional; falta de crédito;
carencia de talento humano calificado; y, por su fuera poco, la voracidad y
asfixia tributaria.
Ante la creciente carga
de impuestos y contribuciones parafiscales, surgen incentivos perversos para
operar en la informalidad, no crecer y mantenerse de bajo perfil. La
informalidad condena al emprendedor a un modelo de negocios de baja
productividad y a mercados pequeños en los que no puede crecer ni expandirse. A
medida que la carga fiscal se hace más exigente, las empresas no tienen
incentivos para operar como sociedades
legales que contribuyen con sus impuestos al ingreso fiscal de la Nación. La
desmedida presión tributaria fuerza la desaparición de negocios formalmente
constituidos. Y la informalidad perjudica la recaudación tributaria y el
desarrollo del país. En la informalidad prevalece el trabajo precario y sin protección
social.
En la campaña electoral los candidatos a la
Presidencia de la República están llamados a presentar y debatir sus propuestas
de política tributaria y fiscal, explicarle al electorado que quieren atraer
qué harán con los impuestos y subsidios empobrecedores, cómo piensan generar
más ingresos y reducir el gasto público para corregir el déficit fiscal y
erradicar su financiamiento con emisiones de dinero inflacionario. Esos son los
temas sustantivos y relevantes que los candidatos a la presidencia deben
discutir al calor de la campaña electoral.
A la luz de estos debates, los electores se formarán
una idea más clara de lo que proponen los candidatos y así podrán ejercer su
derecho al voto de manera consciente e inteligente. Se trata de promover un
debate propositivo y constructivo que contribuya a crear una matriz de opinión
pública favorable a las necesarias medidas que el nuevo gobierno tendrá que
aplicar para corregir las distorsiones macroeconómicas que desestimulan la
inversión y la generación de empleo, sin que los costos del ajuste lo tengan
que pagar los sectores más vulnerables de la sociedad. Ese es el reto.
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