Por: Víctor Álvarez R.
El presidente de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional, diputado Ricardo Sanguino, anunció que presentará una propuesta de reforma fiscal para aumentar la recaudación de impuestos, lo cual nos lleva a reflexionar sobre las gratuidades y subsidios indebidos que ejercen una fuerte presión sobre el déficit fiscal y, por lo tanto, deberían ser revisados y rectificados con el fin de evolucionar de la actual cultura rentista hacia una nueva cultura tributaria.
Cuando se destinan cuantiosos recursos públicos para
subsidios indirectos que benefician a pobres y ricos por igual, se comete una
injusticia redistributiva porque los que más tienen no necesitan que se les
subsidie nada. El subsidio a la gasolina es una medida que aparentemente
favorece a los que menos tienen pero, en realidad, profundiza una distribución
regresiva del ingreso que beneficia sobre todo a los que más tienen y muy poco a
los más humildes. Las gratuidades indebidas -como la eliminación de los peajes-, y los
subsidios perversos -como el de la gasolina-, agravan la distribución regresiva
del ingreso, toda vez que las clases de mayores recursos, que tienen la
capacidad económica para comprar varios vehículos, son las que realmente se
benefician.
Mientras
en Venezuela llenar un tanque de 60 litros cuesta un dólar, en la mayoría de
los países cuesta 60. Si se va a la estación de servicio una vez a la semana, esto
significa un subsidio por vehículo de $ 3.000 al año. Si se sincera el precio
de la gasolina, cada año se obtendrían cerca $ 7.500 millones en ingresos adicionales,
los cuales bien pudieran ser invertidos en modernizar y ampliar el sistema de
transporte público. Esto si sería una verdadera medida de justicia
redistributiva, toda vez que el pago de los impuestos indirectos que forman
parte del precio de la gasolina lo harían quienes más tienen, aportando
ingresos fiscales adicionales para ser invertidos en la ampliación y
modernización de la flota de transporte público, la cual es utilizada justamente
por las personas de menores recursos que no tienen como adquirir un vehículo.
Si
queremos superar la cultura rentista, que celebra la eliminación de los peajes,
el subsidio a la gasolina, al gas, a la electricidad, al agua y siempre espera
que todo lo pague el petróleo, debemos evolucionar hacia una nueva cultura
tributaria y estar conscientes de la necesidad de transformar esos subsidios indirectos
en impuestos. Como una retribución a los contribuyentes que pagarían un mayor
precio por la gasolina, un monto significativo de los ingresos adicionales se
debería destinar a mejorar la infraestructura vial que utilizan y así evitar
accidentes y daños mecánicos a sus automóviles. Para mantener en buen estado la
infraestructura vial, los impuestos indirectos a la gasolina deberían ser
mayores en las grandes ciudades, así como en las estaciones de servicio que
están a lo largo de las carreteras y autopistas. De esta forma, en el costo del
combustible que consumen los vehículos estaría incluida la contribución que
cada quien hace para beneficiarse de una infraestructura vial bien pavimentada
y con adecuada iluminación, señalización, auxilio vial, etc.
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