miércoles, 7 de agosto de 2013

El costo político de una devaluación


Por: Víctor Álvarez R.

¿Cuál puede ser el costo político de abandonar un anclaje cambiario que ha resultado inocuo para contener la inflación, pero eficaz para alentar la insaciabilidad de divisas e importar lo que bien se pudiera estar produciendo en Venezuela?

Sin lugar a dudas, todo gobierno es un actor político que busca minimizar las pérdidas y maximizar las ganancias por cada decisión que tome, calculadas en términos de popularidad, elecciones ganadas, porcentaje de votos con los que se triunfa, etc. Por lo tanto, en un año electoral, el gobierno adoptará las medidas en materia cambiaria, a la luz del costo-beneficio político, más que por rigurosas consideraciones de teoría o política económica.

En efecto, a pesar de que la tragedia de Venezuela no es la devaluación del bolívar, sino la sobrevaluación que resulta del anclaje cambiario en un contexto inflacionario, en vísperas de las elecciones municipales el costo político de una devaluación puede ser muy alto, y descarta de plano que este año se lleve a cabo un nuevo ajuste de la tasa oficial. Pero más allá del año electoral, se impone reorientar la política cambiaria como un instrumento para transformar la economía rentista e importadora en un nuevo modelo productivo exportador.

Mientras se mantenga la política de anclaje cambiario, cada devaluación será interpretada como un fracaso del gobierno. A diferencia, en un régimen cambiario flexible, las fluctuaciones de la tasa de cambio serán atribuidas a la dinámica del mercado y, por lo tanto, tendrán un costo político menor.

Las distorsiones del anclaje cambiario

El logro de la soberanía productiva implica sustituir importaciones y, a la vez, exportar. Pero la rigidez cambiaria solo conduce a la apreciación de la tasa de cambio oficial, lo cual abarata y estimula las importaciones, a la vez que encarece y castiga la competitividad cambiaria de las exportaciones.

Al priorizar la lucha contra la inflación, la política cambiaria se ha inclinado por el anclaje cambiario, bajo la convicción de que así se evita el encarecimiento del componente importado. Pero los hechos han demostrado que la rigidez cambiaria no es garantía de estabilidad de precios si la misma no va acompañada de disciplina fiscal, monetaria y financiera. Los desequilibrios macroeconómicos se expresan en una espiral inflacionaria que lleva a los regímenes cambiarios fijos a caer en el círculo vicioso de anclaje-sobrevaluación-devaluación-inflación-anclaje.

Derrotar este círculo vicioso exige ir más allá de los ajustes nominales en la tasa de cambio para aproximarse a un tipo de cambio real competitivo. Esto implica cerrar el diferencial inflacionario entre Venezuela y sus principales socios comerciales. De lo contrario, se seguirán estimulando las importaciones que desplazan las inversiones productivas, impidiendo así la transferencia tecnológica, la formación del talento humano, la asistencia técnica a la industria nacional y la incorporación de contenido nacional en los proyectos de inversión.

Política cambiaria para la transformación productiva

Al fijar conjuntamente la tasa de cambio, el Ministerio de Finanzas y el BCV influyen sobre los costos de los productos importados, los flujos de inversión nacional y extranjera que dinamizan el PIB, la remuneración en bolívares de los exportadores, la capacidad de pago de la deuda externa y el nivel de reservas internacionales.

Una nueva política cambiaria que facilite el tránsito de una economía rentista e importadora hacia un nuevo modelo productivo exportador se puede diseñar haciendo uso del criterio con el que se aplica el arancel. Cuando el objetivo es estimular y proteger el valor agregado nacional, el arancel suele ser alto para los productos de consumo final, medio para la importación de maquinarias y equipos, y bajo para las materias primas que serán transformadas por la industria nacional.

En consecuencia, mientras mayor sea el grado de manufactura del producto a importar, mayor será la tasa de cambio que se aplique. Así se desestimula la importación de productos con mayor grado de industrialización, favoreciendo su producción nacional, lo cual se traduce en un ahorro de divisas. Por otro lado, con el fin de reactivar el PIB y diversificar la oferta exportable, es necesaria  una tasa de cambio real que refuerce la competitividad internacional, sin que por esto se renuncie el objetivo de estabilizar los precios

Ante el fracaso del anclaje cambiario como política antiinflacionaria, y observando las distorsiones provocadas en el aparato productivo interno, la única justificación para mantener la rigidez del régimen cambiario es el control político que se puede ejercer sobre los agentes económicos que demandan la divisa. En adelante la prioridad debe ser el crecimiento del PIB y la diversificación de las exportaciones, fijando una tasa de cambio que exprese la verdadera productividad del sector transable y un régimen cambiario flexible que ayude a atraer nuevas inversiones, desestimule las importaciones y fortalezca la competitividad cambiaria del sector exportador, en función de generar nuevas fuentes de divisas que ayuden a cerrar la brecha entre la tasa oficial y el mercado paralelo.

@victoralvarezr

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