En 2017 se cumplen cien
años de la Revolución Rusa, la primera revolución de obreros y campesinos de
toda la historia. Después de un siglo de ensayo y error, ninguna de las
revoluciones socialistas -ni la soviética, ni la china, ni la cubana, ni la
coreana, ni la vietnamita, ni la nicaragüense, ni la bolivariana- cumplieron su
promesa de liberar a los pueblos de la explotación económica, la opresión
política y la discriminación por razones ideológicas, religiosas, raciales, de
género u orientación sexual. El tipo de socialismo que se ensayó a lo largo de
estos cien años no funcionó ni funcionará debido a razones económicas, políticas
y sociales que a continuación vamos a explicar.
El fracaso económico
Las revoluciones socialistas
conocidas, tras su promesa de erradicar la explotación del hombre por el
hombre, expropian los medios de producción que pasan al Estado como supuesto
representante de los intereses generales de la sociedad. Pero como la asociación
de productores independientes que planteaba Marx los transforma en seres
humanos libres y autónomos, esto no conviene a la nomenklatura política y
burocrática que, para aferrarse al poder, impone su control y dominación sobre
la sociedad al criminalizar el emprendimiento y la iniciativa privada y tipificarla
como una amenaza de restauración del viejo orden capitalista.
Paradójicamente, las élites
gobernantes que secuestran el poder operan como una casta explotadora que
maneja las empresas públicas como si fueran de su propiedad y logran apoderarse
de buena parte del plusvalor social a través de los privilegios que se otorgan,
y de la corrupción y saqueo de los recursos públicos. Incluso, en países donde
los socialistas han tomado el poder por la vía electoral, se intenta controlar
los niveles de ganancias a partir de rígidos controles que dejan congelados los
precios por debajo de los costos, generando crecientes pérdidas que
desestimulan la producción y causan una creciente escasez de los bienes más
esenciales para la sobrevivencia humana.
En lugar de controlar las
ganancias a través de la promoción de inversiones y de la competencia entre
miles de empresas que ofrezcan una abundante oferta de productos con menor
precio y mayor calidad, el socialismo dogmático inhibe el espíritu emprendedor
y aleja la inversión, provocando la crónica escasez que ha signado a los
ensayos socialistas. Por si fuera poco, el socialismo electoral del siglo XXI,
para poder reelegirse indefinidamente en el poder, intenta mantener su
popularidad con dádivas y prebendas que lo obligan a gastar más de los
impuestos que pueden recaudar, y así termina financiando su déficit con
emisiones de dinero sin respaldo en la producción, lo cual propaga la
inflación, disuelve la capacidad de compra de los salarios y empobrece a la
población que esa pseudo izquierda en el poder dice proteger y defender.
El
fracaso social
La escasez de alimentos,
medicinas, productos de higiene personal, artefactos electrodomésticos,
repuestos automotrices, etc., como consecuencia inevitable de un modelo
estatista basado en ruinosas expropiaciones y en la hostilidad a la empresa
privada, es caldo de cultivo para que se multipliquen las perversas prácticas
del acaparamiento, especulación e inflación que aniquilan la capacidad
adquisitiva de los hogares y causan el empobrecimiento generalizado de una
población que no logra satisfacer sus necesidades básicas y esenciales.
En los casos del socialismo
electoral, la
política asistencialista y compensatoria lejos de ofrecer una solución
estructural a la problemática del desempleo, la pobreza y la exclusión social,
desemboca en una manipulación clientelar de las compensaciones que destruye el
valor del trabajo en el imaginario de los pueblos y los acostumbra a vivir
indefinidamente de dádivas y prebendas que no son fruto del esfuerzo productivo.
Las asignaciones a través de las cuales se manipula a la gente se presentan
como la gestión del gobierno revolucionario y socialista para hacer valer los “derechos inalienables” del pueblo,
cuando en realidad son un instrumento de dominación y opresión.
En una verdadera
política social habilitadora y emancipadora, la compensación tiene que desaparecer
a medida que el aumento del nivel educativo, la capacitación técnica y el financiamiento
a proyectos productivos faciliten la inclusión social en el sistema económico, de
tal forma que los favorecidos dejen de depender de la política asistencialista
y puedan satisfacer sus necesidades a partir de su propio esfuerzo y de su
inserción en la construcción de un nuevo modelo productivo liberador. Pero como
se ha visto, la prolongación en el tiempo de estas ayudas sociales las degenera
y las convierte en un instrumento de dominación y opresión.
El fracaso político
Los intentos fallidos por
construir el socialismo han degenerado en un modelo de dominación que tiene a
imponer la hegemonía de un solo partido, con liderazgos autoritarios que se
aferran al poder a través del culto a la personalidad y reelecciones
indefinidas, donde los candidatos del oficialismo se miden con ventaja al hacer
un uso indebido de los recursos públicos en cada campaña electoral, incluyendo
la movilización forzada de funcionarios a sus actos proselitistas. Esto crea un
ambiente de opresión política, toda vez que a los trabajadores se les violan
sus derechos y son despedidos por manifestar una preferencia política distinta
al continuismo oficialista.
El sistema político
basado en la hegemonía de un solo partido degenera hacia la burocratización y
el autoritarismo político. La historia del Partido
Único es la historia de la burocracia, el burocratismo y la
burocratización. La libre organización política es obstaculizada, criminalizada
y perseguida. Este mecanismo de dominación se manifiesta en la entronización de
elites burocráticas y la nomenklatura partidista que usurpan la soberanía
popular y conculcan la institución del voto, concentran el poder de decisión en
pocas manos e imponen el fetichismo jurídico expresado en el culto al plan
gubernamental y a la norma amañada, sin importar su pertinencia y grado de
legitimidad.
En nombre de la
mayoría, la nomenklatura niega el acceso democrático a los derechos políticos
del pueblo, los cuales pasan a ser exclusivo privilegio de las élites
dirigentes y gobernantes, dando origen a grupos de poder que, en la práctica,
se constituyen en clases o castas sociales al secuestrar y usufructuar -para su
propio interés- el sistema socioeconómico y materializar sus intereses y
ambiciones particulares desde las posiciones de poder.
En mayor o menor
medida, los intentos por construir el socialismo, tanto en el siglo XX como en
el XX, reeditaron
y exacerbaron los peores flagelos de la vieja sociedad que pretendieron superar.
Y en nombre de la defensa del bloque socialista internacional, llegaron al
extremo de justificar las aberraciones colonialistas e imperialistas con sus
invasiones de tanques que ahogaron en sangre la soberanía nacional y el derecho
a la autodeterminación en Hungría, Checoeslovaquia, Afganistán, etc. Ninguna de
las experiencias conocidas honró los valores que enarbola la utopía socialista.
Por eso, cuando derribaron el Muro de Berlín, disolvieron la URSS y uno a uno
fueron cayendo los socialismos estatistas y autoritarios de Europa oriental,
nadie echo un tiro en su defensa.
El fracaso del neo-rentismo socialista
La Revolución
Bolivariana triunfó con la promesa de convocar una Asamblea Nacional
Constituyente, redactar una nueva Constitución para refundar la República y
erradicar las causas estructurales de la pobreza y la exclusión. Hoy la
Constitución Bolivariana luce como letra muerte y ya ni siquiera le sirve a la
nomenklatura que se aferra al poder y por eso pretende cambiarla para hacerse
un traje a la medida.
El auge de los precios
del petróleo le dio al gobierno de Chávez la autonomía financiera para no tener
que depender de los impuestos de los contribuyentes ni de las inversiones
privadas y extranjeras. Un gobierno eufórico por los impresionantes saltos que
daban los precios de los crudos terminó embriagado por el caudaloso ingreso
petrolero y exacerbó como nunca la cultura
rentista de su clientela electoral, cuyo leitmotiv
consiste en vivir de las transferencias que el gobierno hace de la renta y no
del merecido gozo de los frutos del trabajo productivo.
Cuando
un gobierno demagógicamente siembra la idea de que el pueblo es copropietario
de las riquezas del subsuelo y que a cada quien le toca su gota de petróleo, lo
que logra es desquiciar la mentalidad rentista de todo aquel que pretende vivir
sin tener que trabajar, así como la rapacidad de los corruptos que ansían
hacerse millonarios, aunque no tengan nada que invertir.
Los principales voceros
del oficialismo siempre se han ufanado de haber destinado el mayor porcentaje
de la renta petrolera al financiamiento de la inversión social para reducir los
elevados niveles de desempleo, desigualdad, pobreza y exclusión social heredados
de la IV República. Así, las temporales mejoras en los indicadores sociales que
mostró el socialismo venezolano se sustentaron en el auge sin precedentes que
registró en aquellos años la renta del petróleo. El neo-rentismo socialista que
Chávez promovió funcionó a la perfección mientras los precios del petróleo
estuvieron altos y el gobierno pudo disponer de una abundante renta para
financiar la inversión social y aliviar las precarias condiciones de vida de la
población más vulnerable. Paro al no diversificar la economía y generar empleo
productivo y emancipador, con el colapso de los precios del petróleo esa
pasajera ilusión de prosperidad se vino abajo y la burbuja reventó.
La manera como se
despilfarró el último auge de los precios del petróleo una vez más deja claro
que en un país donde el gasto público no se financia con los impuestos que
pagan los contribuyentes sino con la renta, no hay buenos o malos gobiernos
sino buenos o malos precios del petróleo. Con precios por encima de 100 $/b
cualquier gobernante se luce, encubre sus errores y sostiene su popularidad
para ganar todas las elecciones con solo levantar la mano a sus candidatos.
Pero con bajos precios
del petróleo, al no contar con el mismo caudal de renta, cualquier presidente
rápidamente pierde popularidad al no poder complacer a un electorado clientelar
que espera ansioso la aparición del nuevo mesías. Una
vez que se desploman los precios del petróleo se hace imposible sostener los
programas sociales de los que depende la satisfacción de las necesidades
básicas de la población más pobre. Sin la caudalosa renta, el falso
profeta ya no cuenta con la misma capacidad de maniobra y así le resulta
imposible prolongar su hegemonía.
Con el
pretexto de enfrentar la guerra económica
y defender las conquistas del socialismo
venezolano, la nomenklatura oficialista ha transformado la escasez y el
hambre en las condiciones básicas para imponer su modelo de dominación. Con
bolsas de comida, ineficientes subsidios y gratuidades indebidas, el
neo-rentismo socialista explota la ausencia de una cultura del trabajo para
asegurar una clientela electoral que, en vez de sentirse orgullosa de ganarse
la vida con el sudor de la frente, medra de las dádivas del gobierno a cambio
de su incondicionalidad electoral. ¡Vaya manera de destruir la dignidad y el
decoro de un pueblo!
Al cumplirse cien años de la
Revolución Rusa, son muchos los intentos fallidos y demasiadas las evidencias
de que el modelo socialista, tal como se implementó, no funciona, incluyendo el
neo-rentismo socialista que pretendió implantar la Revolución Bolivariana. Y ya
resulta contradictorio y absurdo obstinarse en justificar y defender un formato
estatista, autoritario y opresor de organización política, económica y social
que es totalmente contrario a los objetivos de igualdad, justicia, libertad,
fraternidad y bienestar que la utopía socialista teóricamente se propone
lograr. Los hechos revelan que sus promotores, una vez que logran controlar el
gobierno, tienden a centralizar y concentrar todo el poder.
La Revolución Bolivariana, al igual que otras pseudo-revoluciones,
terminó secuestradas por poderosas
nomenklaturas burocráticas, militaristas y corruptas que degeneraron en un régimen cada vez más
autoritario y represivo, impusieron el hambre como su modelo de dominación
y se enquistaron en el poder haciendo gárgaras a nombre del pueblo, la patria,
la soberanía y el antiimperialismo. Con sus estragos y excesos, mancharon el honor de la utopía socialista, desprestigiaron
la revolución que prometía a los pobres de esta tierra la esperanza de una vida
mejor y enterraron el ideal del socialismo emancipador y democrático que alguna
vez inspiro a tantos seres humanos de buena voluntad.
Pienso que el socialismo ha sido la forma de organización natural y espontánea de la humanidad, y para mi entender para volver a él requiere recuperar cierta institucionalidad preestatal y todas las relaciones sociales que de ella se desprenden. La institucionalidad es la que configura la sociedad, entonces hay que desarrollar un socialismo que desestatice la sociedad. Esto porque el Estado al asumir funciones hace dependiente al pueblo. Por eso el fallo de muchos movimientos cooperativos, sobre todo en marcos estatistas. Así las mejores comunas suelen estar en zonas rurales alejadas de centros de poder.
ResponderEliminarEl problema ha sido el estatismo y el autoritarismo que ha cooptado al movimiento socialista. Por eso le banco a los socialismos libertarios. Puede coexistir el libre mercado socialista o un socialismo gremial, así como variedad de socialismos indígenas, rurales, tecnológicos, municipalistas, etc.
Yo soy anarquista porque creo que el Estado en sí mismo es ilegítimo, pero creo que la anarquía está en un plano difícil de realización. No tanto por la estabilidad interna, sino por las amenazas externas (imperialismos principalmente). De modo pragmático creo que un socialismo minarquista puede funcionar, y creo que hay que avanzar hacia él. Aunque obviamente este no es mi ideal final, creo que es el más realizable y es algo que le puede servir a la gente de a pie a un plazo no tan largo como el anarquismo.