La maldición de la abundancia comienza en Venezuela con la
Leyenda de El Dorado, según la
cual los conquistadores y colonos españoles incursionaban selva adentro
buscando una ciudad hecha de oro, donde el cotizado metal era tan
abundante y común que los nativos le daban poca importancia y por eso lo
cambiaban por espejitos y otras baratijas. Luego, el extractivismo minero que
se inicia en la época de la colonia, se recrudece con el extractivismo
petrolero, impulsado por los nuevos conquistadores representados en las
corporaciones transnacionales de la industria petrolera.
Se impuso así un proceso de división internacional del trabajo determinado por las demandas de materias primas y
energía de las grandes potencias industrializadas.
En este esquema, unos países se limitan a ser simples proveedores de materias primas y
energía, mientras que otros dominan los procesos
de transformación industrial. Pero el extractivismo-rentista se prolonga incluso bajo
gobiernos progresistas y de izquierda que, si bien han reivindicado la
soberanía nacional sobre los recursos naturales, profundizan la actividad
extractiva con el argumento de que la renta obtenida se destinará a la
inversión social.
Ante la necesidad de obtener recursos
financieros, los países extractivistas-rentistas caen en un círculo vicioso del
cual no pueden salir. Al no contar con una economía fuerte que garantice la
soberanía alimentaria y productiva, intensifican la extracción y exportación de recursos
naturales. Pero a medida que captan una mayor renta, mayor suele ser la
propensión a importar toda clase de productos, con lo cual frenan y desplazan
la producción nacional.
Pareciera que los países que se dedican
a la extracción y exportación de petróleo, minerales y materias primas,
estuvieran condenados a sufrir la maldición de tener que importar lo que
deberían producir para satisfacer sus necesidades. Es como si a través de las
importaciones se vieran obligados a devolverle a las grandes potencias y demás
países, el plusvalor internacional que captan por la exportación de petróleo y
otros recursos naturales.
En los países extractivistas, la
creciente dependencia de las importaciones de bienes y servicios inhibe el desarrollo
del aparato productivo, el cual se contrae aún más, justamente en los períodos
de auge rentísticos. En efecto, al contar con un abundante ingreso en divisas
-o presentar como garantía de pago las reservas probadas de recursos
naturales-, se apela al expediente fácil de importar, en lugar de encarar y
superar el desabastecimiento y la escasez temporal, a través de un sostenido impulso
a la agricultura y a la industria.
El petróleo: una siembra sin cosecha
En 2016 se
cumplen 80 años de la publicación del editorial Sembrar el petróleo, de Arturo Uslar Pietri, quien para entonces
contaba con apenas 30 años de edad y se desempeñaba como Director de la Oficina
de Estudios Económicos del Ministerio de Hacienda, cuyo titular era Alberto
Adriani. Cuando todavía el país no estaba plenamente consciente de la colosal
riqueza depositada en su subsuelo, Uslar fue capaz de advertir sobre las graves
distorsiones que generaría en la economía y sociedad venezolanas el mal uso que
pudiera dársele a los caudales de la renta petrolera. Desde 1936 anticipó que
Venezuela terminaría convertida en "un país improductivo y ocioso,
un inmenso parásito del petróleo, nadando en una abundancia corruptora" si
no lograba conjurar la tentación de convertir aquella incipiente riqueza en el
manantial de los festines y derroches por venir.
Del capitalismo
rentístico al neo-rentismo socialista
En el debate nacional dos énfasis se distinguen en torno al destino
que debe tener la renta petrolera. En el capitalismo rentístico la siembra del
petróleo consistió en el financiamiento del proceso de acumulación a través de
préstamos blandos a las empresas y la construcción de autopistas, ferrovías,
puentes, centrales termo e hidroeléctricas y demás obras de infraestructura que
requiere la actividad económica. Mientras que en el neo-rentismo socialista la
siembra del petróleo consiste en el financiamiento de la inversión social para
reducir los niveles de desempleo, pobreza y exclusión social a través de una
amplia gama de misiones sociales en los campos de la alimentación, educación, vivienda,
salud, etc.
El primer enfoque conduce a una desviación desarrollista que favorece a las empresas y contratistas que se
llevan los créditos baratos y la ejecución de las grandes obras. Mientras que
el otro énfasis suele incurrir en prácticas populistas
al otorgar a la gente humilde múltiples asignaciones que no son fruto del
trabajo. Cuando los subsidios se conceden de manera indefinida e incondicional,
se desalienta el esfuerzo productivo que cada quien debe hacer para ganarse su
sustento. Así, en la Venezuela rentista, los actores económicos y sociales se
han acostumbrado a obtener ganancias e ingresos que no son fruto de su propia
inversión ni de su trabajo.
En la IV República, la renta
petrolera financió las inversiones de capital para producir bienes privados,
mientras que en la V República el énfasis se puso en la inversión social para
generar servicios públicos. Por eso, tanto el capitalismo rentístico como el
neo-rentismo socialista son expresiones distintas del mismo modelo de acumulación
extractivista, sustentado en una creciente extracción del petróleo que está
depositado en el subsuelo.
El capitalismo rentístico
En la IV República un alto
porcentaje de la renta se destinó a financiar el capitalismo rentístico con préstamos
a bajas tasas de interés y largos plazos; inversiones en infraestructura y
servicios de apoyo a las inversiones de capital; petrodólares baratos para
importar maquinarías, insumos y tecnología; y compras gubernamentales en
condiciones muy favorables para la producción nacional. El
capitalismo rentístico colapsó cuando la sobrevaluación de la tasa de cambio
agotó la capacidad de absorción de la renta en actividades productivas. Un
petrodólar abundante y barato estimuló toda clase de importaciones que desplazaron
a la agricultura e industria.
La
sobrevaluación reveló la estrechez del mercado interno y obstaculizó el crecimiento hacia afuera al castigar la
competitividad cambiaria de las exportaciones. El margen para sembrar el petróleo se agotó porque los
incrementos en la producción no encontraron espacio en el mercado interno, ni en
los reñidos mercados internacionales. La industrialización no se consolidó y el
país finalmente se transformó en un importador de lo que antes producía.
En
lugar de esterilizar el impacto negativo de la renta petrolera, su inyección a
la circulación doméstica desató una creciente demanda que no tuvo su debido
respaldo en el incremento de la producción interna. Como la sobrevaluación
limitó la absorción productiva de la renta, la rigidez de la oferta -aunada al
incremento sostenido de la demanda-, entronizó una persistente inflación que
erosiona la capacidad adquisitiva de los salarios y empobrece a la
población.
El neo-rentismo socialista
En la V República el mayor porcentaje
de los ingresos petroleros se utilizó para financiar el neo-rentismo socialista.
Este modelo puso el énfasis en pagar la deuda social a través de políticas
asistencialistas y se acostumbró a la población más vulnerable a vivir de gratuidades
en el acceso a bienes y servicios que solo podían pagarse y sostenerse en
períodos de altos precios del petróleo.
El neo-rentismo
socialista es un modelo de dominación que se basa en el uso del ingreso
petrolero para financiar la inversión social y crear una red clientelar que le
sirve de apoyo social. Debido a la contracción del aparato productivo
interno y su incapacidad para generar empleos al ritmo de la población
económicamente activa, el neo-rentismo socialista tiende a acentuar el papel empleador-clientelar
del Estado. Este modelo no generara un trabajo emancipador, toda vez que éste
queda mediatizado por la lógica opresiva del Estado burocrático que
funcionariza y somete a la fuerza de trabajo. Así, la dominación se logra a
través de un sistema de premios y castigos para asegurar la lealtad de los
seguidores políticos, comprar la simpatía de grupos ambivalentes y castigar o
disuadir a los adversarios.
El neo-rentismo
socialista funcionó a la perfección mientras los ingresos petroleros resultaron
más que suficientes para financiar la inversión social y alimentar los canales
para distribuir la renta. Pero con la caída de la producción petrolera y el
colapso de los precios en el mercado internacional, el gobierno ya no cuenta
con la misma capacidad financiera y el modelo ha entrado en crisis. Los
actuales problemas de desabastecimiento y escasez, derivados de la precariedad
del aparato productivo interno y de los retrasos en la liquidación de divisas
para importar, renuevan la necesidad de impulsar la construcción de un nuevo
modelo productivo que facilite la transición sin traumas al post-extractivismo,
haciendo innecesaria la explotación intensiva del petróleo y los minerales.
Pero no se trata de decretar arbitrariamente el fin del extractivismo, cerrando intempestivamente los pozos petroleros y las minas, sino de planificar la reducción gradual de las actividades extractivas, a la vez que se impulsa la construcción de un nuevo modelo productivo capaz de sustituir importaciones, diversificar las exportaciones y asegurar la soberanía alimentaria y productiva
Pero no se trata de decretar arbitrariamente el fin del extractivismo, cerrando intempestivamente los pozos petroleros y las minas, sino de planificar la reducción gradual de las actividades extractivas, a la vez que se impulsa la construcción de un nuevo modelo productivo capaz de sustituir importaciones, diversificar las exportaciones y asegurar la soberanía alimentaria y productiva
La verdad hay mucha razón en las palabras que expones y principalmente se puede notar que en ambos sistemas el espíritu de los gobernantes es el de la dominación de la sociedad; sólo que en el escenario actual el sacrificio para salir de la crisis en la que estamos inmersos, supone gran perdida de muchos de los recursos que no han sido explotados y que deberán ponerse como garantía a cualquier préstamo.
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