viernes, 7 de octubre de 2016

La maldición de la abundancia: capitalísmo rentístico y neo-rentismo socialista

La maldición de la abundancia comienza en Venezuela con la Leyenda de El Dorado, según la cual los conquistadores y colonos españoles incursionaban selva adentro buscando una ciudad hecha de oro, donde el cotizado metal era tan abundante y común que los nativos le daban poca importancia y por eso lo cambiaban por espejitos y otras baratijas. Luego, el extractivismo minero que se inicia en la época de la colonia, se recrudece con el extractivismo petrolero, impulsado por los nuevos conquistadores representados en las corporaciones transnacionales de la industria petrolera.
Se impuso así un proceso de división internacional del trabajo determinado por las demandas de materias primas y energía de las grandes potencias industrializadas. En este esquema, unos países se limitan a ser simples proveedores de materias primas y energía, mientras que otros dominan los procesos de transformación industrial. Pero el extractivismo-rentista se prolonga incluso bajo gobiernos progresistas y de izquierda que, si bien han reivindicado la soberanía nacional sobre los recursos naturales, profundizan la actividad extractiva con el argumento de que la renta obtenida se destinará a la inversión social.
Ante la necesidad de obtener recursos financieros, los países extractivistas-rentistas caen en un círculo vicioso del cual no pueden salir. Al no contar con una economía fuerte que garantice la soberanía alimentaria y productiva, intensifican la  extracción y exportación de recursos naturales. Pero a medida que captan una mayor renta, mayor suele ser la propensión a importar toda clase de productos, con lo cual frenan y desplazan la producción nacional.
Pareciera que los países que se dedican a la extracción y exportación de petróleo, minerales y materias primas, estuvieran condenados a sufrir la maldición de tener que importar lo que deberían producir para satisfacer sus necesidades. Es como si a través de las importaciones se vieran obligados a devolverle a las grandes potencias y demás países, el plusvalor internacional que captan por la exportación de petróleo y otros  recursos naturales.
En los países extractivistas, la creciente dependencia de las importaciones de bienes y servicios inhibe el desarrollo del aparato productivo, el cual se contrae aún más, justamente en los períodos de auge rentísticos. En efecto, al contar con un abundante ingreso en divisas -o presentar como garantía de pago las reservas probadas de recursos naturales-, se apela al expediente fácil de importar, en lugar de encarar y superar el desabastecimiento y la escasez temporal, a través de un sostenido impulso a la agricultura y a la industria.
El petróleo: una siembra sin cosecha 
En 2016 se cumplen 80 años de la publicación del editorial Sembrar el petróleo, de  Arturo Uslar Pietri, quien para entonces contaba con apenas 30 años de edad y se desempeñaba como Director de la Oficina de Estudios Económicos del Ministerio de Hacienda, cuyo titular era Alberto Adriani. Cuando todavía el país no estaba plenamente consciente de la colosal riqueza depositada en su subsuelo, Uslar fue capaz de advertir sobre las graves distorsiones que generaría en la economía y sociedad venezolanas el mal uso que pudiera dársele a los caudales de la renta petrolera. Desde 1936 anticipó que Venezuela terminaría convertida en "un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en una abundancia corruptora" si no lograba conjurar la tentación de convertir aquella incipiente riqueza en el manantial de los festines y derroches por venir.
Del capitalismo rentístico al neo-rentismo socialista
En el debate nacional dos énfasis se distinguen en torno al destino que debe tener la renta petrolera. En el capitalismo rentístico la siembra del petróleo consistió en el financiamiento del proceso de acumulación a través de préstamos blandos a las empresas y la construcción de autopistas, ferrovías, puentes, centrales termo e hidroeléctricas y demás obras de infraestructura que requiere la actividad económica. Mientras que en el neo-rentismo socialista la siembra del petróleo consiste en el financiamiento de la inversión social para reducir los niveles de desempleo, pobreza y exclusión social a través de una amplia gama de misiones sociales en los campos de la alimentación, educación, vivienda, salud, etc.
El primer enfoque conduce a una desviación desarrollista que favorece a las empresas y contratistas que se llevan los créditos baratos y la ejecución de las grandes obras. Mientras que el otro énfasis suele incurrir en prácticas populistas al otorgar a la gente humilde múltiples asignaciones que no son fruto del trabajo. Cuando los subsidios se conceden de manera indefinida e incondicional, se desalienta el esfuerzo productivo que cada quien debe hacer para ganarse su sustento. Así, en la Venezuela rentista, los actores económicos y sociales se han acostumbrado a obtener ganancias e ingresos que no son fruto de su propia inversión ni de su trabajo.
En la IV República, la renta petrolera financió las inversiones de capital para producir bienes privados, mientras que en la V República el énfasis se puso en la inversión social para generar servicios públicos. Por eso, tanto el capitalismo rentístico como el neo-rentismo socialista son expresiones distintas del mismo modelo de acumulación extractivista, sustentado en una creciente extracción del petróleo que está depositado en el subsuelo.
El capitalismo rentístico
En la IV República un alto porcentaje de la renta se destinó a financiar el capitalismo rentístico con préstamos a bajas tasas de interés y largos plazos; inversiones en infraestructura y servicios de apoyo a las inversiones de capital; petrodólares baratos para importar maquinarías, insumos y tecnología; y compras gubernamentales en condiciones muy favorables para la producción nacional. El capitalismo rentístico colapsó cuando la sobrevaluación de la tasa de cambio agotó la capacidad de absorción de la renta en actividades productivas. Un petrodólar abundante y barato estimuló toda clase de importaciones que desplazaron a la agricultura e industria.
La sobrevaluación reveló la estrechez del mercado interno y obstaculizó el  crecimiento hacia afuera al castigar la competitividad cambiaria de las exportaciones. El margen para sembrar el petróleo se agotó porque los incrementos en la producción no encontraron espacio en el mercado interno, ni en los reñidos mercados internacionales. La industrialización no se consolidó y el país finalmente se transformó en un importador de lo que antes producía.
En lugar de esterilizar el impacto negativo de la renta petrolera, su inyección a la circulación doméstica desató una creciente demanda que no tuvo su debido respaldo en el incremento de la producción interna. Como la sobrevaluación limitó la absorción productiva de la renta, la rigidez de la oferta -aunada al incremento sostenido de la demanda-, entronizó una persistente inflación que erosiona la capacidad adquisitiva de los salarios y empobrece a la población. 
El neo-rentismo socialista
En la V República el mayor porcentaje de los ingresos petroleros se utilizó para financiar el neo-rentismo socialista. Este modelo puso el énfasis en pagar la deuda social a través de políticas asistencialistas y se acostumbró a la población más vulnerable a vivir de gratuidades en el acceso a bienes y servicios que solo podían pagarse y sostenerse en períodos de altos precios del petróleo.
El neo-rentismo socialista es un modelo de dominación que se basa en el uso del ingreso petrolero para financiar la inversión social y crear una red clientelar que le sirve de apoyo social. Debido a la contracción del aparato productivo interno y su incapacidad para generar empleos al ritmo de la población económicamente activa, el neo-rentismo socialista tiende a acentuar el papel empleador-clientelar del Estado. Este modelo no generara un trabajo emancipador, toda vez que éste queda mediatizado por la lógica opresiva del Estado burocrático que funcionariza y somete a la fuerza de trabajo. Así, la dominación se logra a través de un sistema de premios y castigos para asegurar la lealtad de los seguidores políticos, comprar la simpatía de grupos ambivalentes y castigar o disuadir a los adversarios.
El neo-rentismo socialista funcionó a la perfección mientras los ingresos petroleros resultaron más que suficientes para financiar la inversión social y alimentar los canales para distribuir la renta. Pero con la caída de la producción petrolera y el colapso de los precios en el mercado internacional, el gobierno ya no cuenta con la misma capacidad financiera y el modelo ha entrado en crisis.Los actuales problemas de desabastecimiento y escasez, derivados de la precariedad del aparato productivo interno y de los retrasos en la liquidación de divisas para importar, renuevan la necesidad de impulsar la construcción de un nuevo modelo productivo que facilite la transición sin traumas al post-extractivismo, haciendo innecesaria la explotación intensiva del petróleo y los minerales.
Pero no se trata de decretar arbitrariamente el fin del extractivismo, cerrando intempestivamente los pozos  petroleros y las minas, sino de planificar la reducción gradual de las actividades extractivas, a la vez que se impulsa la construcción de un nuevo modelo productivo capaz de sustituir importaciones, diversificar las exportaciones y asegurar la soberanía alimentaria y productiva

1 comentario:

  1. La verdad hay mucha razón en las palabras que expones y principalmente se puede notar que en ambos sistemas el espíritu de los gobernantes es el de la dominación de la sociedad; sólo que en el escenario actual el sacrificio para salir de la crisis en la que estamos inmersos, supone gran perdida de muchos de los recursos que no han sido explotados y que deberán ponerse como garantía a cualquier préstamo.

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