Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
En la lógica
imperante, el desarrollo se mide a través del comportamiento del PIB. Pobre de
aquel país cuyo gobierno no muestra la eficacia de su política económica para
incentivar el consumo privado como fuerza motriz del PIB. El estancamiento del
ritmo de actividad económica se traduce en una caída del volumen de las ventas
y, en consecuencia, en una merma de las ganancias que se materializan en cada
operación de compra-venta. Cada vez que se estanca o cae el PIB, los gobiernos
ofrecen incentivos, convencidos de que el desarrollo pasa por la recuperación
de la demanda agregada, sustentada en la inversión pública y sobre todo en el
consumo privado.
Los límites del crecimiento
El crecimiento infinito en un planeta con recursos
finitos es inviable y solo conducirá a la destrucción del ambiente y al aumento
de la pobreza. Los recursos de la Tierra y los ciclos naturales no pueden
sostener el impetuoso ritmo de crecimiento económico en el que se basa toda la
apología del desarrollo contemporáneo.
El impetuoso ritmo que alcanza la actividad
industrial, generalmente viene acompañado por la emanación de gases de efecto
invernadero; efluentes líquidos que se vierten en ríos, lagos y mares; y la
acumulación de desechos sólidos que terminan siendo una bomba de tiempo. Esto
es causa del calentamiento global y de un daño irreparable a la biodiversidad,
con su secuela de millares de víctimas debido a las sequías, desertificación de
los suelos y catástrofes ambientales.
El desarrollo tiene que ser
un proceso que garantice las condiciones en las que se sustenta el desarrollo
humano integral. Este solo será alcanzable a partir de un nuevo acuerdo social,
político y económico mundial que no comprometa la supervivencia en el planeta.
Se trata de construir los grandes consensos en el marco de una sociedad diversa
y plural para alcanzar objetivos comunes de bienestar colectivo. Estos acuerdos
deben tener como principio rector una relación armoniosa entre los seres
humanos y la naturaleza, así como la distribución equitativa de la riqueza
generada con el esfuerzo productivo de todos.
Si se supera el consumismo sustentado en la obsolescencia programada que
exacerba el consumo desmesurado de bienes y servicios, será posible superar la
demencial idea del crecimiento infinito y evolucionar hacia una nueva noción
del decrecimiento económico mundial. Se trata de saber vivir para
lograr el progreso humano en armonía con la naturaleza, y no en conflicto con
ella.
Consumir menos con más calidad
Reactivar el consumo para reimpulsar las ventas y asegurar un adecuado
nivel de ganancias que estimule la inversión resulta ser la panacea para
reactivar la economía y generar los empleos que se requieren para combatir la
pobreza y la exclusión social. Una paradójica e insostenible noción de
“desarrollo” que se logra al precio de recrudecer la explotación de los
trabajadores y depredar cada vez más la naturaleza.
Consumir menos pero de mejor calidad; producir con
menos emanaciones gaseosas, efluentes líquidos y desechos sólidos; prolongar
las fuentes de materias primas y recursos energéticos a través de las prácticas
de reducir, reutilizar y reciclar, son vías para vivir mejor y aumentar la
esperanza de vida del planeta. Se trata de alcanzar la felicidad a través del
desarrollo humano integral, superando el afán de consumir y acumular cada vez
más bienes materiales.
Pero superar el extractivismo-rentista que ha condenado a los países del
Sur al subdesarrollo y la pobreza pasa por lograr un decrecimiento en los
países del Norte industrializado. La cuestión radica en superar el
extractivismo-rentista que nos condena a exportar materias primas hacia las
grandes potencias industrializadas que luego son compradas como productos
industrialmente transformados a un precio mucho mayor.
Decrecimiento en el Norte, crecimiento en el Sur
No es fácil romper
con el paradigma del crecimiento como puntal del desarrollo económico y social.
Sobre todo si se tiene en cuenta que los países del Sur aún se encuentran muy
rezagados y necesitan que su agricultura e industria crezcan para poder proveer
los bienes básicos y esenciales para asegurar la supervivencia humana.
La propia
conformación del PIB venezolano es muy precaria y tiene que mejorar, toda vez
que ha caído la contribución de la agricultura y la industria, que son sectores
básicos para lograr la soberanía productiva, mientras que ha subido el peso del
comercio, las finanzas y los servicios, acentuando la dependencia de los
suministros importados. La estructura
sectorial del PIB aún está lejos de reflejar la conformación de una economía
que asegure una inserción soberana del país en la economía mundial. La
agricultura apenas contribuye con 4 % del PIB, cuando debería estar en al menos
12 %, si se quieren lograr los objetivos de seguridad y soberanía alimentaria;
la industria aporta menos del 14 % del PIB, cuando los estándares
internacionales concuerdan que la manufactura debería contribuir al menos con
el 20 del PIB para considerar que un país se ha industrializado.
La idea de lograr
el desarrollo a través de un
creciente grado de industrialización sigue siendo una gran aspiración en la
mayoría de los países de la periferia. La industrialización se asocia al logro
de objetivos de modernidad, progreso y bienestar. Otros entienden el desarrollo como la construcción de
autopistas, ferrovías, metros, puentes, centrales hidroeléctricas y demás obras
de infraestructura. Pero eso no significa que deben
entrar en la carrera desenfrenada del crecimiento económico, tal como lo
hicieron los países que hoy pagan las consecuencias de un crecimiento
depredador que liquidó sus reservas de recursos minerales y contaminó sus
tierras, aguas y aire.
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