jueves, 14 de mayo de 2015

¿Cuál desarrollo?


Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

En la lógica imperante, el desarrollo se mide a través del comportamiento del PIB. Pobre de aquel país cuyo gobierno no muestra la eficacia de su política económica para incentivar el consumo privado como fuerza motriz del PIB. El estancamiento del ritmo de actividad económica se traduce en una caída del volumen de las ventas y, en consecuencia, en una merma de las ganancias que se materializan en cada operación de compra-venta. Cada vez que se estanca o cae el PIB, los gobiernos ofrecen incentivos, convencidos de que el desarrollo pasa por la recuperación de la demanda agregada, sustentada en la inversión pública y sobre todo en el consumo privado.

Los límites del crecimiento

El crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos es inviable y solo conducirá a la destrucción del ambiente y al aumento de la pobreza. Los recursos de la Tierra y los ciclos naturales no pueden sostener el impetuoso ritmo de crecimiento económico en el que se basa toda la apología del desarrollo contemporáneo.

El impetuoso ritmo que alcanza la actividad industrial, generalmente viene acompañado por la emanación de gases de efecto invernadero; efluentes líquidos que se vierten en ríos, lagos y mares; y la acumulación de desechos sólidos que terminan siendo una bomba de tiempo. Esto es causa del calentamiento global y de un daño irreparable a la biodiversidad, con su secuela de millares de víctimas debido a las sequías, desertificación de los suelos y catástrofes ambientales.

El desarrollo tiene que ser un proceso que garantice las condiciones en las que se sustenta el desarrollo humano integral. Este solo será alcanzable a partir de un nuevo acuerdo social, político y económico mundial que no comprometa la supervivencia en el planeta. Se trata de construir los grandes consensos en el marco de una sociedad diversa y plural para alcanzar objetivos comunes de bienestar colectivo. Estos acuerdos deben tener como principio rector una relación armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza, así como la distribución equitativa de la riqueza generada con el esfuerzo productivo de todos.

Si se supera el consumismo sustentado en la obsolescencia programada que exacerba el consumo desmesurado de bienes y servicios, será posible superar la demencial idea del crecimiento infinito y evolucionar hacia una nueva noción del decrecimiento económico mundial. Se trata de saber vivir para lograr el progreso humano en armonía con la naturaleza, y no en conflicto con ella.

Consumir menos con más calidad

Reactivar el consumo para reimpulsar las ventas y asegurar un adecuado nivel de ganancias que estimule la inversión resulta ser la panacea para reactivar la economía y generar los empleos que se requieren para combatir la pobreza y la exclusión social. Una paradójica e insostenible noción de “desarrollo” que se logra al precio de recrudecer la explotación de los trabajadores y depredar cada vez más la naturaleza.

Consumir menos pero de mejor calidad; producir con menos emanaciones gaseosas, efluentes líquidos y desechos sólidos; prolongar las fuentes de materias primas y recursos energéticos a través de las prácticas de reducir, reutilizar y reciclar, son vías para vivir mejor y aumentar la esperanza de vida del planeta. Se trata de alcanzar la felicidad a través del desarrollo humano integral, superando el afán de consumir y acumular cada vez más bienes materiales.

Pero superar el extractivismo-rentista que ha condenado a los países del Sur al subdesarrollo y la pobreza pasa por lograr un decrecimiento en los países del Norte industrializado. La cuestión radica en superar el extractivismo-rentista que nos condena a exportar materias primas hacia las grandes potencias industrializadas que luego son compradas como productos industrialmente transformados a un precio mucho mayor.

Decrecimiento en el Norte, crecimiento en el Sur

No es fácil romper con el paradigma del crecimiento como puntal del desarrollo económico y social. Sobre todo si se tiene en cuenta que los países del Sur aún se encuentran muy rezagados y necesitan que su agricultura e industria crezcan para poder proveer los bienes básicos y esenciales para asegurar la supervivencia humana.

La propia conformación del PIB venezolano es muy precaria y tiene que mejorar, toda vez que ha caído la contribución de la agricultura y la industria, que son sectores básicos para lograr la soberanía productiva, mientras que ha subido el peso del comercio, las finanzas y los servicios, acentuando la dependencia de los suministros importados. La estructura sectorial del PIB aún está lejos de reflejar la conformación de una economía que asegure una inserción soberana del país en la economía mundial. La agricultura apenas contribuye con 4 % del PIB, cuando debería estar en al menos 12 %, si se quieren lograr los objetivos de seguridad y soberanía alimentaria; la industria aporta menos del 14 % del PIB, cuando los estándares internacionales concuerdan que la manufactura debería contribuir al menos con el 20 del PIB para considerar que un país se ha industrializado.

La idea de lograr el desarrollo a través de un creciente grado de industrialización sigue siendo una gran aspiración en la mayoría de los países de la periferia. La industrialización se asocia al logro de objetivos de modernidad, progreso y bienestar. Otros entienden el desarrollo como la construcción de autopistas, ferrovías, metros, puentes, centrales hidroeléctricas y demás obras de infraestructura. Pero eso no significa que deben entrar en la carrera desenfrenada del crecimiento económico, tal como lo hicieron los países que hoy pagan las consecuencias de un crecimiento depredador que liquidó sus reservas de recursos minerales y contaminó sus tierras, aguas y aire.

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