Víctor
Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
Los países que se dedican a la
extracción y exportación de petróleo, minerales y materias primas reciben una
caudalosa renta que les permite importar lo que deberían producir internamente para
satisfacer sus necesidades. Es como si a través de las importaciones estuvieran
condenados a devolverle al resto del mundo el plusvalor internacional que
captan por la exportación de petróleo y otros
recursos naturales.
China y el extractivismo-rentista
China se ha convertido en la gran fábrica del mundo y tiene la mirada
puesta en los recursos naturales de América Latina. A través de inversión
directa, licitaciones o acuerdos con gobiernos latinoamericanos, el gigante
asiático invierte cuantiosos recursos para asegurarse las materias primas y
recursos energéticos que necesita para sostener su impetuoso crecimiento.
También invierte en grandes obras de infraestructura para facilitar su comercio
y transporte. En Nicaragua, por ejemplo, China está financiando la construcción
de un canal interoceánico para acortar las distancias entre los países del
Atlántico y el Caribe. Desde 2008 le ha desembolsado a Venezuela más de 50.000
millones de dólares para financiar una amplia gama de proyectos, incluyendo la extracción
de petróleo en la Faja Petrolífera del Orinoco. Venezuela paga a China con la
exportación de 524.000 barriles diarios de crudo y derivados, volumen que se plantea aumentar a un millón
de barriles por día en 2016.
Si bien es cierto que la demanda china de minerales, materias primas agrícolas,
insumos básicos, petróleo y recursos energéticos ha contribuido a que el
impacto de la crisis económica global no golpee con tanta fuerza a Venezuela, limitarse
a ser un simple proveedor de materias primas y energía a la gran potencia asiática
sería prolongar el modelo extractivista que impiden una solución estructural al
problema del subdesarrollo y la pobreza.
El extractivismo es un modelo de acumulación a través del cual se impone un proceso de división internacional del trabajo determinado por las
demandas de materias primas y energía de las grandes potencias industrializadas. En este esquema, unos países se limitan a ser simples proveedores de materias primas y
energía, mientras que otros dominan los
procesos de transformación industrial. El modelo extractivista no se limita solo a los minerales
o al petróleo, sino que se extiende al extractivismo agrario, forestal y
pesquero, actividades que proveen a los países industrializados de las materias
primas que luego les compramos como productos de consumo final a un
precio mucho mayor.
En Venezuela, el PIB se ha sustentado
en el comercio importador, los servicios financieros y las telecomunicaciones, pero
se han rezagado la agricultura e industria, que son precisamente los sectores
que proveen a una sociedad de los alimentos, vestido, calzado, medicinas,
maquinarias y equipos que resultan insustituibles a la hora de satisfacer las necesidades
básicas y esenciales. Nuestro país sufre la
paradoja de ser un país rico en materias primas pero pobre en tecnologías para
transformarlas en productos de mayor valor agregado.
Superar el extractivismo y su secuela de subdesarrollo y pobreza
implica condicionar el
financiamiento y la inversión a procesos de transferencia de tecnología, calificación
del talento humano nacional, asistencia técnica a la Pymes y máxima
incorporación de contenido nacional en los proyectos de inversión. De lo
contrario seguiremos atrapados en el círculo vicioso de aumentar la extracción
de petróleo para captar una mayor renta y así seguir importando cada vez más, en
lugar de encarar el desabastecimiento y la escasez a través de un sostenido
impulso a la agricultura e industria. Al
no contar con una economía fuerte que garantice la soberanía alimentaria y
productiva, se apela a la renta para importarlo todo. Esto inhibe la
diversificación del aparato productivo que, por el contrario, se contrae aún
más en los períodos de auge rentístico, toda vez que las importaciones baratas
que se hacen con un dólar subsidiado desplazan la producción nacional y nos
condenan a depender cada vez más de otros países que reciben nuestro petróleo a
cambio de sus productos terminados.
Caída de los precios del petróleo: una bendición para
la industria
La caída de los precios del petróleo, al agudizar la escasez de divisas,
es al mismo tiempo una enorme oportunidad para relanzar la industrialización de
la economía venezolana. Ya no se cuenta con la abundante renta petrolera que
propició la sobrevaluación de la tasa de cambio y entronizó una prolongada
tendencia a comprarle al resto del mundo lo que bien pudiera producirse en
Venezuela. En adelante, las necesidades básicas del consumo interno tendrán que
ser cubiertas con productos nacionales.
Toca ahora asumir el reto de levantar una nueva economía capaz de sustentarse
en los ingresos que pueda generar su propia actividad productiva, en lugar de
seguir dependiendo de las divisas provenientes de la renta petrolera. Los
problemas relacionados con la liquidación oportuna de divisas que restringen la
capacidad de importación deben ser vistos como una gran oportunidad para
relanzar y reimpulsar el desarrollo industrial. No hay que esperar a que reboten
los precios del petróleo y se produzca un nuevo auge de la renta, toda vez que
la abundancia de dólares es lo que ha pospuesto una y otra vez la
industrialización de la economía venezolana.
Impulsar la manufactura nacional es una
necesidad que hoy más que nunca debemos reconocer, sobre todo si tenemos en
cuenta el efecto multiplicador que el desarrollo de este sector es capaz de
ejercer sobre otras actividades económicas orientadas a generar la oferta de
bienes, servicios y empleos destinados a satisfacer las necesidades de la
sociedad. Sin lugar a dudas, industrializar la economía venezolana es la clave
para transformar la economía rentista e importadora en un nuevo modelo
productivo exportador.
La política industrial en la agenda económica
La industrialización no puede ser un proceso que se deje a merced de la
mano invisible del mercado, sino un esfuerzo bien planificado que asegure la
rápida reactivación de las capacidades productivas y tecnológicas que están
cerradas u operando a media máquina. El objetivo de alcanzar la
industrialización debe ser un componente fundamental de la política económica
orientada al logro de los objetivos de seguridad y soberanía alimentaria y
productiva. Esto exige una adecuada coordinación y armonización de la política
macroeconómica con las políticas sectoriales, particularmente la agrícola,
industrial y tecnológica. El punto de partida radica en desalentar las
importaciones para favorecer la producción nacional a través de un tipo de
cambio que exprese la verdadera productividad de la economía no petrolera, una
política arancelaria y tributaria que proteja el esfuerzo productivo nacional,
y una gama de incentivos fiscales, financieros, compras gubernamentales y
suministro de materias primas para estimular la inversión productiva y fortalecer
las capacidades tecnológicas e innovativas.
Industrializar la economía es la mejor manera de generar empleos no
inflacionarios, cuya remuneración tenga como contrapartida la producción de una
abundante oferta de bienes y servicios destinados a satisfacer las necesidades
básicas y esenciales de la sociedad. Al satisfacer la demanda interna con
producción nacional se evita que los ajustes en el tipo de cambio -que encarecen el componente importado y repercuten en la estructura de
costos-, desborden las presiones inflacionarias. Es la única estrategia posible
para transformar el modelo primario-exportador que nos condenó a ser
exportadores de petróleo y materias primas, en un nuevo modelo productivo capaz
de sustituir eficientemente importaciones, diversificar la oferta exportable, ahorrar
y generar nuevas fuentes de divisas para ser menos dependientes de la renta petrolera.
Los países que han alcanzado un creciente grado de bienestar social
han reconocido la importancia de la industria como la fuerza motriz del
desarrollo económico. En su proceso de transformación productiva, el
crecimiento del sector manufacturero con frecuencia ha sido mayor que la
velocidad de crecimiento del PIB, convirtiéndose así en el sector dinamizador del
desarrollo económico, lo cual se expresa en un aumento del grado de
industrialización, es decir, de la contribución de la industria en la
conformación del PIB, en comparación con el aporte de los demás sectores
económicos. Según los indicadores internacionales, un país ha logrado su grado
de industrialización cuando el sector manufacturero aporta al menos el 20% del
PIB. En Venezuela la industria contribuye con apenas el 13 %. Sin lugar a
dudas, este el gran reto que el país tiene plateado para superar los problemas
de desabastecimiento, escasez, acaparamiento y especulación que tanto malestar
generan en la población.
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