Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
Por no respetar los derechos de la
naturaleza, por no prever ni corregir el impacto ambiental del crecimiento
económico ilimitado en un planeta con recursos cada vez más limitados, se han
generado graves desequilibrios que amenazan con nuestra propia destrucción. La
crisis ambiental que se expresa en el cambio climático y recalentamiento
global, el derretimiento de los glaciares, la acidificación de los suelos, el
agotamiento de las fuentes de agua y de muchos recursos naturales, impone
redefinir las estrategias economicistas y productivistas de desarrollo que han
terminado por comprometer seriamente la esperanza de vida, toda vez que no solo
afecta a las generaciones presentes, sino que representa un grave peligro para
la continuidad de la vida en el planeta. Conjurar esta amenaza nos exige ver a la naturaleza no
como una fuente de recursos a explotar sino como como aquello de lo que
formamos parte y que -al afectarla o destruirla-, nos estamos afectando y
destruyendo a nosotros mismos.
Precio de la
gasolina y calentamiento global
La concentración de
dióxido de carbono en la atmósfera es una de las causas del calentamiento
global, fenómeno que está generando efectos cada vez más peligrosos. Las
emisiones de gases de efecto invernadero no se detienen y preocupan ya no solo
a científicos y ambientalistas, sino también a un creciente número de
gobernantes y habitantes del planeta, debido a los desastres naturales que son
consecuencia del calentamiento global.
La quema de carbón,
petróleo y gas natural origina una dramática aceleración del aumento del CO2
en la atmósfera. Debido a la acentuación de la temperatura en el globo
terráqueo, se prevé que en los próximos años los gases metano que se encuentran
en los sedimentos superficiales de los océanos y bajo el hielo del ártico, se
liberen y salgan a la atmósfera. Esas emisiones adicionales podrían acelerar
hasta cinco veces más el calentamiento global.
Por semejantes razones,
nuestra civilización se encuentra en peligro de sufrir calamidades climáticas,
sin que se observen señales de una reducción significativa de las emisiones
que, al ritmo actual, provocarán desastres impredecibles. Sincerar el precio de
la gasolina obligaría a racionalizar su consumo y reducir las emisiones de
gases de efecto invernadero que convierten a las principales ciudades
venezolanas en las más contaminantes de América Latina, con una emisión 40 %
superior al promedio de la región.
Los derechos de la naturaleza
De
allí que sea un asunto de supervivencia de la humanidad reconocer que la
naturaleza tiene derechos y que resulta un atentado contra la propia humanidad no
respetarlos. Al igual que los seres humanos, la
naturaleza tiene el derecho de existir y mantener sus ciclos vitales. Por lo
tanto, no puede seguir siendo considerada como una
mera fuente de recursos que hay que explotar hasta su agotamiento. Al asumir
la defensa de la vida no podemos limitarnos única y exclusivamente a la vida
humana. Se impone también defender a la naturaleza de la cual formamos parte
inseparable, y cuya protección es una condición imprescindible para garantizar
la existencia de todas las personas.
Venezuela constituye
uno los principales reservorios de recursos naturales del mundo, con
abundantes yacimientos de petróleo, gas y minerales, fuentes de agua dulce,
bosques, biodiversidad y ecosistemas, tierras aptas para la producción
agrícola, fuentes primarias de energía y un gran potencial para la producción
de energías limpias. Un país que tiene todo lo que se necesita para lograr la
soberanía alimentaria y productiva. Pero tiene pendiente aún concertar políticas
y estrategias de interés común que le permitan convertir el aprovechamiento
racional de esas riquezas, en la condición básica para erradicar las causas
estructurales del desempleo, la pobreza y la exclusión social. Esto implica
priorizar los derechos de la naturaleza por encima de la noción del
crecimiento económico desenfrenado e ilimitado.
El
círculo vicioso del extractivismo-rentista
Una y otra vez se ha planteado que nuestra mayor riqueza son los
recursos naturales y que debemos explotarlos para luchar contra el hambre. Ante la
urgencia de obtener los recursos financieros que permitan financiar los
programas destinados a reducir el desempleo, la pobreza y la exclusión social,
se justifica el modelo extractivista-rentista, pero se corre el riesgo de caer
en un círculo vicioso del cual resulta cada vez más difícil salir.
Como la renta no la
pagan los productores ni consumidores nacionales, sino que la pagan los
consumidores internacionales, la misma constituye la captación de un plusvalor
internacional que luego es distribuido a favor de los factores económicos,
políticos y sociales internos. Ciertamente, la
renta captada por la exportación de recursos naturales ha permitido financiar
la inversión social, pero no ha estimulado un crecimiento económico de calidad
ni una distribución progresiva del ingreso.
Mientras más crece la población y el consumo,
mayores son las necesidades de importación y mayor el imperativo de extraer más
recursos naturales para captar la renta que permita financiar las importaciones
que el precario aparato productivo interno no está en capacidad de sustituir.
Al no contar con una economía fuerte que garantice la soberanía alimentaria y
productiva, se intensifica la extracción y exportación de recursos naturales.
Pero a medida que se capta más renta y se inyecta a la circulación doméstica,
mayor suele ser la propensión a importar toda clase de productos, con lo cual
se frena la producción nacional. Y esto ha traído
como consecuencia un proceso de desindustrialización y reprimarización de la
economía.
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