Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
Concluye
el primer trimestre del año 2015 sin que se haya sincerado
el precio de los combustibles. Un litro de gasolina cuesta menos que un guayoyo
y debería venderse a un precio justo que permita cubrir los costos de
producción, sanear las golpeadas finanzas de Pdvsa y obtener un adecuado margen
de ganancia para invertirlo en la modernización del transporte público y el
financiamiento de los programas sociales.
Hasta ahora no se ha aprovechado la amplia gama de argumentos
económicos, sociales, políticos y ambientales que sobran para vencer las
resistencias culturales arraigadas en la dirigencia política, el tejido
empresarial e, incluso, en los sectores populares que serían los más favorecidos
con esta medida. La campaña comunicacional es muy pobre y no
contribuye a concientizar a la ciudadanía para que comprenda en toda su
magnitud los perniciosos efectos que tiene este grotesco subsidio. Poco se ha dicho sobre los mecanismos que se crearían para que las
ganancias no caigan en un barril sin fondo. Tampoco se
ha analizado el impacto que tendría un precio justo de los combustibles en la
reducción del pesado tráfico en las ciudades del país y evitar
así un mayor deterioro del sistema vial. Ni siquiera se le ha sacado provecho
al impacto que tendría la medida en la reducción de gases de efecto invernadero
que contaminan la atmósfera, causan el calentamiento global y ponen en peligro la salud y la vida en el planeta.
Desmenuzar el ajuste del precio de los combustibles por miedo al
supuesto costo político que pueda tener de cara a las elecciones parlamentarias,
es seguir atrapados en mitos, tabúes y supersticiones que prolongan la
inercia e inacción. Repetir lugares comunes y afirmaciones sin sustento no
ayudará a conjurar el riesgo de tomar una decisión chucuta, que impida
compensar el severo impacto que está generando el colapso de los precios del
petróleo sobre los ingresos fiscales. Lo peor que se puede hacer es un
saludo a la bandera, con un ajuste a retazos, de 10% mensual, calculado con
base al irrisorio 0,097 céntimos que cuesta un litro. El precio justo debe ser
pagado por todos a la vez, no se corregirían las distorsiones de este grotesco
subsidio si primero lo pagan los vehículos particulares, luego el transporte público y finalmente el
transporte de carga. Si se prolonga un precio artificialmente bajo no se podrán
cubrir los costos, ni generar una ganancia para la inversión social, ni
derrotar el contrabando de extracción, ni corregir el despilfarro y derroche de
gasolina. Proceder de esa manera sería totalmente inocuo y puede resultar
desacertado y contraproducente.
Hay despojarse de creencias limitantes. Lo que puede potenciar el
voto castigo es el malestar que genera en la población los problemas de
escasez, acaparamiento y especulación. Por otra parte, el peso de los
combustibles en la estructura de costo de las tarifas y fletes de transporte es
insignificante y no tendría mayor impacto, toda vez que estos dependen sobre
todo de los costos de los repuestos y servicios de mantenimiento: cauchos,
frenos, cambio de aceite, filtros, bujías, baterías, etc.
Es hora de entender, si dudas ni vacilaciones, que no fijar un
precio justo a los combustibles impedirá la generación de los ingresos fiscales
que el país necesita con urgencia para que se puedan financiar y mantener los
programas sociales que benefician a la mayoría de la población.
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