viernes, 26 de febrero de 2016

De Agroisleña a Agropatria: cuando estatizar no es socializar


Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

Agroisleña fue expropiada en 2010 mediante el decreto 7.700 en el que estableció “la adquisición forzosa de los bienes muebles, inmuebles y bienechurías”. La compañía ha planteado que los accionistas del Grupo Agroisleña esperan el pago de la justa compensación económica por la expropiación, de acuerdo con lo establecido en las leyes venezolanas. Recientemente el Ministro de Agricultura Productiva y Tierras anunció su disposición a reunirse con representantes de Agroisleña para discutir aspectos legales sobre el litigio, anticipando que no se trata de una devolución, sino de analizar el litigio.

Ante la inoperancia y falta de producción de las empresas estatales, para superar los graves problemas de escasez que azotan a la población, en voz baja voceros del oficialismo han planteado devolver a sus propietarios las empresas expropiadas. Este espíritu autocrítico pasa por reconocer el fracaso de un modelo basado en la estatización de empresas que eran productivas, Sin embargo, en el numeral 8 del decreto de Emergencia Económica que la AN acaba de rechazar, el Gobierno planteó sin ningún pudor autocrítico “Requerir a empresas del sector público y privado incrementar sus niveles de producción así como el abastecimiento de determinados insumos a los centros de producción de alimentos o de bienes esenciales, para garantizar la satisfacción de necesidades básicas de las venezolanas y los venezolanos”.

Estatizar no es socializar

Estatizar no es socializar, ni mucho menos democratizar la propiedad. Las expropiaciones no rindieron los resultados que el Gobierno esperaba y las empresas estatizadas terminaron quebradas por el burocratismo y el pseudosindicalismo que se aliaron para sabotear e impedir la participación de los trabajadores directos en la dirección y gerencia de esas empresas. Sin comprender las razones que llevaron al colapso del socialismo del siglo XX, se repitió el error de expropiar y estatizar, creyendo que de esa forma se estaba socializando y democratizando la propiedad de empresas productivas. Pero una vez expropiadas, terminaron secuestradas quebradas por el burocratismo, el pseudosindicalismo y la corrupción.

Con el fin de rescatar esas empresas y aliviar la pesada carga que representan para la gestión fiscal, el gobierno más bien tendría que ofrecer a la inversión nacional y extranjera un porcentaje de participación accionaria en las empresas expropiadas y estatizadas que tienen potencial de recuperación, acompañando el riesgo que representa esta inversión con un conjunto de incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, suministro de materias primas, capacitación productiva, asistencia técnica, fortalecimiento de capacidades tecnológicas e innovativas, etc.

 

La participación de los trabajadores

La democratización de la propiedad de estas empresas debe contemplar la participación de los trabajadores en todos sus niveles gerenciales, administrativos y operativos. Así, los dividendos que correspondan a su participación accionaria, en lugar de ser repartidos como dividendos individuales, serán la fuente de financiamiento de proyectos de interés común que ayuden a mejorar las condiciones de trabajo en la empresa, aliviando así las exigencias de los trabajadores en cada contratación colectiva, que en gran medida quedarían cubiertas con la inversión laboral de este porcentaje de ganancias.

Este proceso se puede llevar a cabo a través de la Bolsa Pública de Valores Bicentenaria, la cual diseñaría los instrumentos necesarios para traducir en participación accionaria de los trabajadores, el equivalente monetario de los incentivos de política económica que las empresas recibirían para lograr la reactivación de las empresas desestatizadas y socializadas, más no privatizadas. La Bolsa Pública tendría la tarea de diseñar una nueva gama de servicios e instrumentos en el mercado de valores, con el fin de propiciar una distribución progresiva del ingreso y reducir los niveles de desigualdad.

Como contrapartida al financiamiento blando que recibiría de la banca pública, la empresa emitiría por un valor equivalente el monto de acciones que pasaría a ser propiedad del Consejo de Trabajadores, dejando claro que el monto de las ganancias que anualmente corresponda al porcentaje de esta participación accionaria, en lugar de ser repartido como dividendos individuales entre los trabajadores, una parte sería destinada a pagar el crédito con el cual se compraron las acciones, mientras que el saldo sería invertido en la mejora de las condiciones laborales dentro de la empresa (comedor, gimnasio, baños, áreas de recreación y descanso, etc.) y en el financiamiento de proyectos de interés común que contribuyan a mejorar su calidad de vida y grado de bienestar de los trabajadores y sus familias, tales como las micromisiones sociales: Mercal para los trabajadores de la empresa, Misión Salud para toda su nómina, Misión Vivienda para quienes aún no tengan casa o apartamento propio, Misión Ribas para los que deseen terminar su bachillerato o la Misión Sucre para los trabajadores que quieran continuar sus estudios universitarios, etc.. Esto aliviará la carga fiscal que representa la política social, la cual tendría un carácter menos asistencialista y compensatorio, y quedaría cada vez más vinculada al esfuerzo productivo de los beneficiaros de estos programas sociales.

De esta forma, los trabajadores –en lugar de reeditar el clima de conflictividad que se repite tanto en las empresas estatales como en las privadas-, estarían cada vez más interesados en mejorar el desempeño económico y financiero de sus propias empresas, toda vez que –al convertirse en copropietarios sociales de las mismas- asegurarían que el porcentaje de las ganancias correspondiente a su participación accionaria sea la fuente de recursos para financiar proyectos de interés común para todos los trabajadores de la empresa.  @victoralvarezr

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