Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias
Una Revolución verdadera es un proceso de destrucción creativa: destruye
lo viejo e inferior y lo suplanta por lo nuevo y superior. La sincronización de
este proceso es clave para no dejar vacíos que faciliten la restauración del
viejo orden que, aunque doblegado, nunca quedará del todo erradicado. Destruir
la economía capitalista sin construir simultáneamente una eficiente economía
socialista terminó siendo el atajo perfecto para hundir al país en este círculo
vicioso de escasez, acaparamiento, especulación e inflación que atormenta a
toda la población.
Si la destrucción creativa de lo viejo no termina de sincronizarse con
la construcción de lo nuevo, la gente que sufre esos estragos concluirá
tajantemente que: “si esta calamidad es el socialismo, mejor me quedo con el
capitalismo”. Así se restaurará el orden anterior y pasará mucho tiempo para que la gente sencilla
del pueblo vuelva a creer en el socialismo como vía para lograr una sociedad
libre de desempleo, pobreza y exclusión social. Esto ya pasó en la URSS y los países del llamado socialismo del siglo
XX.
La narrativa de la
guerra económica ya no convence
Según Hinterlaces, apenas un 35 % de la población
-menos del 42 % de la votación que sacó el oficialismo en las elecciones
parlamentarias-, cree en la narrativa de la guerra económica. Ya ni los
partidarios del gobierno le dan crédito a esta tesis. Por el contrario, un 90 %
se pronuncia en favor de un acuerdo entre los sectores público y privado para
sacar a Venezuela de la crisis.
Una
Revolución verdadera siempre será atacada por los poderosos intereses que
golpea y afecta. Por eso, no puede permitir ninguna desviación o error que
facilite el hostigamiento de quienes conspiran y pretenden desestabilizarla.
Los problemas de desabastecimiento, escasez, acaparamiento, especulación,
contrabando de extracción e inflación que el gobierno identifica como expresión
de la guerra económica, son atribuidos a los enemigos de la Revolución que
pretenden dar al traste con el proceso de transformación. Pero el gobierno no
reconoce ninguna responsabilidad en las graves desviaciones y errores de su
propia política económica.
Son los autogoles del gobierno los que
lo ponen en desventaja. Las desviaciones y errores de la política económica,
así como los rígidos y prolongados controles de cambio y de precios, crean las
condiciones para que se multipliquen los negocios fraudulentos. Así, hasta
los buhoneros, bachaqueros y raspacupos que se lucran con los incentivos
perversos de la política económica, son considerados como mercenarios al
servicio de la guerra económica, sin ser necesariamente enemigos políticos del
gobierno.
Desconectado de la realidad, el gobierno se
desgasta inútilmente enfrentando su fantasma de la guerra económica a través de controles, multas y penas de
cárcel. Paradójicamente, lanza una ofensiva
plagada de regulaciones y controles que propician la corrupción, sin
comprender que esos flagelos que azotan a la población son la consecuencia
inevitable de las desviaciones y errores de una política económica que luce
cada vez más agotada e ineficaz. En lugar de corregir las distorsiones
fiscales, monetarias, cambiarias y de precios, el gobierno se empeña en
mantener una política de contingencia, enfocada en controles, operativos, multas
y penas de cárcel, sin mayores actuaciones en materia de políticas
macroeconómicas y sectoriales. Así, pareciera que el gobierno está cada vez más
cerca de perder una guerra que el mismo se inventó.
La importancia de la autoridad moral
El desplome del PIB por tercer año consecutivo, así como las sucesivas
inflaciones de 56 %, 68 % y 200 % entre 2013 y 2015, revelan el fracaso de
quienes lanzaron un grito de guerra al capitalismo y la empresa privada, pero
no fueron capaces ni siquiera de dirigir con éxito las empresas expropiadas que
finalmente terminaron secuestradas y quebradas por el burocratismo, el
pseudosindicalismo y la corrupción.
Por muchos motores para la reactivación económica que se anuncien, ni la
empresa pública ni la privada podrán despegar en medio de la actual tormenta
macroeconómica que aleja la inversión productiva. Un entorno plagado de graves
distorsiones cambiarias, monetarias, fiscales, de precios, racionamiento de
electricidad, cortes de agua, precaria infraestructura, inseguridad jurídica,
fuga de cerebros y conflictividad laboral no es precisamente un ambiente
propicio para reactivar la economía y superar los problemas de escasez e
inflación que erosionan la calidad de vida y bienestar de los hogares
venezolanos.
Los vientos huracanados que barren con cualquier
emprendimiento productivo pudieran desaparecer si se unifica el régimen de
cambios múltiples, se sincera el precio de la gasolina, se erradica el
financiamiento del déficit fiscal con emisiones de dinero sin respaldo, se
flexibilizan los rígidos controles de precios que obligan a vender por debajo
del costo de producción, se substituyen los ineficientes subsidios indirectos a
los productos por subsidios directos a los hogares pobres, y se reorientan las
importaciones gubernamentales hacia un
programa de compras públicas a favor de reactivar la producción agrícola e
industrial.
Si
quieres resultados diferentes haz las cosas de manera diferente
Está más que claro que la lógica
capitalista está orientada a la maximización de las ganancias. La aberración
conceptual está en que el gobierno confunde especulación con inflación. Tan así
es, que su principal vocero en materia económica afirma que no hay inflación
sino una sobre especulación de los empresarios quienes -en su afán de lucrarse
al máximo- aumentan incesantemente los precios.
Hay que
tener muy clara cuál es la causa de la enfermedad para no atacar sólo sus
síntomas. La inflación es como la fiebre de la economía, alerta que algo en el
organismo está funcionando mal, pero no
es el mal en sí mismo. Cuando aparece la inflación, significa que hay un
problema de fondo que urge atacar. Pero si se confunde inflación con
especulación y se trata como un delito a través de multas o penas de cárcel, se
dejan de corregir las insuficiencias en el aparato productivo y los
desequilibrios macroeconómicos, que son las verdaderas causas del problema y
por eso la inflación vuelve a brotar.
La
pugna por la distribución del ingreso
Según lo
establece la LOTTT, cada 1° de mayo se debe aumentar el sueldo mínimo.
Estos aumentos suelen hacerse fraccionados. Así, mientras el salario
mínimo aumenta una vez al año, generalmente en tres etapas, los precios de la
canasta básica aumentan semanalmente. Y en ese ínterin se produce una
transferencia neta del ingreso desde los sectores que viven de un sueldo fijo hacia
los sectores que dominan los precios.
Pero
también es cierto que con cada aumento del salario mínimo, el gobierno solicita
a la Asamblea Nacional un crédito adicional para cancelar el incremento. Este
aumento del gasto público estimula una demanda que no tiene su debido respaldo
en una mayor producción. Al inyectarse este dinero a la circulación, muchos
bolívares salen a comprar unos bienes cada vez más escasos, y ese es un factor
que propaga la inflación.
Cuando los precios suben los salarios
no lo hacen de inmediato. El factor trabajo reacciona con retraso y cuando por
fin logra una compensación salarial ya ha transferido buena parte de su ingreso
a los factores que dominan la producción y los precios. El ajuste salarial,
además de ser tardío, no compensa la pérdida del poder adquisitivo. Al ser
menor el aumento de los sueldos en comparación con la inflación, se produce una
transferencia neta del ingreso de los trabajadores que viven de un sueldo fijo
a favor de los sectores que manipulan los precios.
El factor trabajo reclama aumentos de
sueldos para compensar el poder adquisitivo que ha perdido como consecuencia de
la inflación. Por su parte, el factor capital registra tales aumentos como un
incremento en los costos de producción. Para no afectar su margen de ganancias,
inmediatamente lo traslada al precio de venta. Los trabajadores en cambio
tienen que esperar hasta el próximo 1° de mayo o hasta la nueva contratación
colectiva (en promedio cada dos años) para que se produzca una nueva compensación
salarial.
La inflación erosiona el poder
adquisitivo, contrae el consumo privado y es una de las causas de la recesión
económica. Al no haber suficiente demanda, en lugar de aumentar los sueldos
para reanimar el consumo, lo que se hace es bajar el nivel de producción y
reducir las nóminas, con lo cual se empeora aún más la situación. El empeño por
trasladar a los precios -de forma inmediata y en una mayor proporción-,
cualquier aumento de sueldos termina revirtiéndose contra la propia lógica del
capital de aumentar las ventas para maximizar sus ganancias.
Los asalariados, al tener mayores
necesidades insatisfechas, cuando reciben un aumento de sueldos tienden a
gastarlo todo, no tienen capacidad de ahorro y su propensión al consumo es
mayor. Por eso, cualquier aumento de los sueldos mueve la economía y ayuda a
vencer la recesión. Cuando se castiga el salario se castiga la actividad
económica y se provoca estancamiento y recesión.
El salario no es sólo
un costo de producción más: es la principal fuerza motriz del consumo privado y
de la demanda agregada. Los aumentos de sueldos serán la fuerza motriz de la
reactivación económica siempre y cuando no sean trasladados de inmediato y en
una mayor proporción a los precios. Pero mientras el
gobierno no corrija los desequilibrios macroeconómicos que castigan la
producción y atizan la inflación, él mismo será el principal responsable de que
los aumentos de salarios se vuelvan sal y agua y sean insuficientes para
contener el nuevo auge de los precios. Una política antiinflacionaria tiene que
sustentarse en tres factores clave: i) reactivación de la agricultura e
industria; ii) corrección del déficit fiscal; 3) prohibición de las emisiones
de dinero inorgánico.
La responsabilidad del gobierno y del BCV
Pero el gobierno lo que hace es lanzar
nuevos gritos de guerra a los empresarios y no entiende que semejante hostilidad
aleja la inversión, contrae la producción y genera escasez. Por si fuera poco,
se empeña en financiar su déficit fiscal a través desmesuradas emisiones de dinero en un
mercado con productos cada vez más escasos. Así, el propio gobierno junto al
BCV son responsables del auge inflacionario que pulveriza los salarios reales.
La tragedia está en que el gobierno, en lugar de ofrecer incentivos a la
inversión productiva y eliminar el financiamiento monetario del déficit fiscal,
confunde la inflación con la especulación y la ataca como si se tratara de un
delito y no como la consecuencia del colapso de la producción y de los
desequilibrios fiscales y monetarios.
La acción más emblemática por lo inocua e ineficaz fue la Ley Orgánica
de Precios Justos y la creación de la Superintendencia para la Defensa de los
Derechos Económicos (Sundde). A pesar de toda la expectativa y despliegue
realizado, el gobierno no pudo contener la inflación. Por el contrario, subió
de 56,3% en 2013 a 68% en 2014; y, según los atrasados datos que por fin
publicó el BCV, solo en alimentos la inflación anualizada hasta septiembre de
2015 llegó a 254%. Esto comprueba
el agotamiento de los controles de cambio y de precios como instrumentos de
política antiinflacionaria y anulan el impacto social del enorme sacrificio
fiscal que implica mantener una tasa oficial tan baja, así como de los
cuantiosos subsidios que no han servido para mantener a raya la inflación.
Y es que no podían
ser otros los resultados. Históricamente ha quedado demostrado que el control de precios, cuando
se rigidiza y prolonga en el tiempo, lo que hace es agravar el problema. Al congelar el PVP del producto final pero dejar
liberados los precios de las materias primas, insumos, maquinarias, fuerza de
trabajo, etc., los crecientes costos superan los precios controlados y, al
provocar pérdidas, desestimulan la producción.
Superar la crisis de escasez que tiene obstinada a la población exige interpretar
sin dogmas ni prejuicios el papel que puede cumplir la inversión privada
nacional y extranjera en la reactivación productiva. Promover la inversión en
la agricultura y la industria implica revisar y rectificar las desviaciones de
la política económica y promover la cooperación y complementación entre los
sectores público y privado. De lo contrario se reeditarán los mismos errores
que llevaron al colapso del socialismo del siglo XX, al criminalizar la
iniciativa privada, inhibir el espíritu emprendedor y frenar el desarrollo de
las fuerzas productivas que desembocaron en los problemas de escasez e
inflación que minaron la confianza del pueblo en una dirigencia que nunca
cumplió su promesa de asegurarles una vida mejor. @victoralvarezr
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