viernes, 12 de agosto de 2016

¿Re-privatizar o desestatizar?

Víctor Álvarez R.
Premio Nacional de Ciencias

El 22 de junio el presidente  Nicolás Maduro oficializó la creación del Ministerio de Industrias Básicas, Estratégicas y Socialistas, el cual se encargará de las políticas para las empresas expropiadas y nacionalizadas. Si evaluamos su desempeño a la luz de la escasez de cemento, acero, cabillas, aluminio, atún, harina de maíz, lácteos, café, botellas, envases plásticos, agua potable, energía eléctrica, gas doméstico y la amplia gama de productos y servicios que deberían encontrarse en el mercado, obviamente que la mayoría de estas empresas no pasa la prueba. Y si lo hacemos a la luz de las nuevas relaciones sociales de producción que estaban llamadas a instaurar para empoderar a los trabajadores sobre el control de los procesos de producción, entonces el balance es mucho peor.

Al confundirse estatización con socialización, la propiedad de esas empresas expropiadas no pasó a manos de los trabajadores ni de las comunidades, y por eso terminaron secuestradas y quebradas por el burocratismo, el pseudosindicalismo y la corrupción. Los trabajadores fueron desplazados por esas camarillas burocráticas y nunca se sintieron verdaderos copropietarios sociales ni dolientes de esas empresas.

Las erradas políticas económicas también influyeron en su fracaso. Los severos controles de precios las obligan a vender por debajo del costo de producción, y esto no les permite generar ingresos ni siquiera para pagar la nómina. Dependen de los créditos adicionales, pero con el colapso de los precios del petróleo y la caída de la recaudación de ISR e IVA, el gobierno no les puede transferir más recursos. La sobrevaluación de la tasa de cambio propició toda clase de importaciones que arruinaron la producción nacional.

La otra causa de la bancarrota es la pésima gerencia. Su dirección se entregó a gente sin formación ni experiencia. Al convertirse en un botín para la corrupción, terminaron saqueadas por los grupos en pugna que se disputan su control. Y mientras sean un instrumento del populismo clientelar, sus nóminas se mantendrán sobresaturadas y los excesivos costos sentencian su inviabilidad económica y financiera.   

La alternativa es desestatizar esas empresas a través de la democratización de la propiedad y la promoción de la inversión privada nacional y extranjera. Se trata de promover la participación de los trabajadores e inversionistas, dejando claro que los dividendos que correspondan a la participación del Consejo de Trabajadores, en lugar de ser repartidos como dividendos individuales, serán la fuente de financiamiento de proyectos de interés común que ayuden a mejorar las condiciones de trabajo en la empresa.

La desestatización aliviará las exigencias en cada contratación colectiva, ya que esas reivindicaciones quedarían cubiertas con la inversión de los dividendos en proyectos de interés común. De esta forma, los trabajadores –en lugar de reeditar el clima de conflictividad laboral que se repite en las empresas estatales y privadas-, estarían cada vez más interesados en mejorar el desempeño económico y financiero en las empresas donde ahora son copropietarios.

Los inversionistas y accionistas privados también saldrán beneficiados con esta nueva cultura corporativa de responsabilidad laboral, y podría despertar un mayor interés en otros inversionistas, quienes estarían dispuestos a invertir sus recursos en empresas en las que los trabajadores saben que de la paz laboral y de su esfuerzo productivo dependerá no solo el pago de sus salarios, sino los dividendos que se destinarán a financiar sus programas de interés laboral y social. @victoralvarezr

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